El Tourmalet femenino en la muerte de Fernando Llamas
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Hay días en los que se ve el cielo más gris, mucho más que la falta de sol y las nubes que amenazan lluvia. Hay días en los que de buena mañana ves un mensaje en el WhatsApp y tienes que leerlo dos y hasta tres veces para comprobar que no es una broma macabra. Es entonces cuando te das cuenta de que este sábado Fernando Llamas no subirá al Tourmalet, porque seguro que él no se habría querido perder una ascensión con tintes de ser histórica.
Posiblemente muchos lectores de este diario no sepan quién fue, aunque gustaría emplear mejor el presente, quién es, Fernando Llamas, porque no todo el mundo lee un montón de periódicos y está pendiente de lo que cuenta uno u otro en un diario diferente al que se le coge cariño como cabecera preferida.
El ciclismo en las venas
Llamas era un periodista que llevaba el ciclismo en las venas, que disfrutaba y, en ocasiones, cuando las gestas se convertían en desgracia, se entristecía. Le daba igual que fueran chicas o chicos los que jugasen a intentar ser héroes en el Tourmalet, porque para él el Tourmalet era un santuario, una basílica, un templo y hasta una catedral del ciclismo. Pero se nos fue, maldito cáncer, de los rápidos, de los que no perdonan, antes de ver a las ciclistas subir la montaña de las montañas, pero con tiempo de seguir el Tour, aunque ya no tuviera fuerzas para interactuar, ni para comprobar cómo nos robaban el pajarito de Twitter, en una red que parece en vías de extinción.
Tenía muchos Tours, Vueltas y Giros, muchos kilómetros al volante, con despistes y muchas veces salvándolo de irse a la cama sin cenar, porque unas veces en el ‘As’ y luego en el ‘Marca’ tenía que escribir tanto que siempre estaba condenado a cerrar las salas de prensa. Una vez, en Holanda, en una visita del Tour, cuando a Holanda la llamábamos Holanda y no Países Bajos, llamó desesperado, se le contó que estábamos cenando en un restaurante chino, lo único que se encontró abierto, que hablásemos con la propietaria para ver si se apiadaba de él y le ponía un plato del arroz o pasta, de lo que fuera.
Las viejas historias
Era capaz, porque muchas veces no tuvo suerte en sus diarios, de ir a una carrera patrocinándose a sí mismo, porque deseaba estar cerca de las bicis, los corredores, oler y palpar el ambiente, respirar ciclismo y pensar en lo que se encontraría al día siguiente en esta caja de sorpresas que siempre abre este deporte; ayer, un Tour acabado en París y mañana un Tourmalet, testimonio de lucha entre mujeres.
Tenía 63 años, contó las historias de Perico, Induráin, Olano, el ‘Chava’, que se fue enseguida, Valverde y también vio los siete viajes a ninguna parte protagonizados por Armstrong en el Tour. Y se enamoró del Giro, de las historias que le contaban los italianos de Fausto Coppi y del tremendo amor que la carrera rosa despierta en su país.
Estuvo en la Vuelta del año pasado y la despedida típica, “nos volvemos a ver”, se convirtió en un nunca más, nunca más a hablar de ciclismo, de política -era muy rojo (también del Atleti) y le encantaba- y de las prisas, esas prisas que siempre acompañan a este deporte, sin tiempo para aburrirte, pero sí para disfrutar de una subida al Tourmalet, al margen de sexos, que el Tourmalet siempre es el Tourmalet. ¿Un secreto? Seguro que este sábado no se lo pierde, aunque ya no este entre nosotros.
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