París bien vale un Tour de Francia

Pogacar resucita con las botas puestas.

Tourmalet por Sergi López Egea

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Sergi López-Egea

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Hace 32 años llegó el Tour a París, como lo había hecho los 32 anteriores y los 32 siguientes. Los protagonistas, evidentemente, eran diferentes a los que este domingo desfilarán por los Campos Elíseos, hasta el punto de que sólo un corredor de los que ahora acabarán entre los diez primeros había nacido por aquel entonces; nada menos que Pello Bilbao, uno de los más destacados de esta edición de la ronda francesa.

Todavía los coches franceses llevaban matrículas amarillas, en negro las de los más viejos. Todos los vehículos mostraban esas luces de niebla amarillentas que servían para identificarlos cuando cruzaban la frontera por La Junquera o Irún.

La canción de Induráin

Los ciclistas, los que conseguían acabar la prueba, se sentían igual de dichosos que ahora cuando recorrían la más famosa avenida parisina entre el bullicio del público. La diferencia es que por aquel entonces los espectadores llegaban de España y no hacían otra cosa que gritar una canción que se hizo famosa durante cinco años de victorias consecutivas: “¡Induráin, Induráin, Induráin!”.

París era igual de caro que ahora y una especie de satélite en Francia, un país que nada tiene que ver con su capital. Quien sólo ha estado en París nunca podrá presumir de conocer Francia, tierra de contrastes, donde el norte no se parece nada al sur, ni en clima ni en costumbres, ni a los territorios del interior, ni por supuesto a las tierras alpinas, ni a las alsacianas, plagadas de pueblos con nombre alemán.

Pueblos cuidados

Siempre resaltaré el cariño que tienen a la hora de cuidar sus pueblos donde difícilmente encuentras esos edificios de tocho duro y puro que rompe todo el encanto con las viejas construcciones. Está claro que hay otra Francia, la que tantas veces reclama un poco de justicia e igualdad, pero con la que difícilmente te encuentras cuando recorres los territorios del Tour.

Jamás verás, entre los miles de aficionados que suben los puertos de la Grande Boucle en bici, a los chicos de la periferia, seguramente porque no tienen dinero para comprarse esas bicis caras, que cuestan un ojo de la cara, y a las que difícilmente puedes aspirar cuando no llegas a final de mes. Y mucho menos te puedes plantear ir de vacaciones a las carreteras del Tour, todo más caro por el paso de la carrera.

El ejemplo de Estados Unidos

En otros países, como Estados Unidos, el ciclismo es un deporte de millonarios, los que todavía ponen cara de circunstancias cuando se les enumeran los pecados de Lance Armstrong y los que siguen viajando a Europa, mejor dicho, a Francia, para subir por los monumentos del Tour horas o días antes a que lo hagan los héroes del Tour.

En 32 años y 33 Tours, Francia ha ido cambiando y evolucionado, tal cual lo han hecho los países de alrededor, la cobertura móvil sigue perdiéndose cuando vas por autopista y ya no digamos por carreteras departamentales, pero ya se puede cenar a una hora digna en casi todas partes, menos en el norte olvidado este año en la edición más alpina de la historia del Tour. Y los precios han subido como en todas partes: si se pretende viajar a Francia en los próximos días se recomienda llenar el depósito antes de cruzar la frontera .

Y si se pretende preparar un viaje para disfrutar de la ronda francesa de 2024 se recomienda hacerlo en octubre cuando se presente el recorrido porque si se espera al final del invierno o la primavera, a no ser que se pretenda dormir en una tienda de campaña, ya no quedará un hotel o apartamento turístico libre en kilómetros a la redonda de la localidad de montaña que servirá de acogida a la prueba.

Un final lejos de la capital

Eso sí, habrá que olvidarse de París, porque por una vez y seguramente sin que sirva de precedente, el Tour no acabará en la capital francesa. Lo hará en Niza porque las autoridades francesas, por cuestiones de seguridad, no quieren pillarse los dedos con los Juegos Olímpicos a la vuelta de la esquina.

Resultará 2024 un Tour extraño que empezará en Florencia y terminará en la Costa Azul, lejos del ajetreo olímpico de París y más lejos todavía de los recuerdos del primer Tour ganado por Induráin, cuando se entonaba su nombre y empezará a parecer tan fácil y sencillo ganar un Tour como comerse un bocadillo de tortilla. Qué equivocados estábamos.

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