El deporte más injusto del mundo

Tourmalet por Sergi López Egea

Tourmalet por Sergi López Egea

Bilbao (enviado especial)

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Cenaba el jueves en Gernika con los padres de Pello Bilbao y comentaban que ellos nunca habían animado a su hijo a hacerse ciclista. Valga un inciso. Si no entró en la batalla por la etapa inaugural de la ronda francesa fue porque pinchó, aunque lo suyo fue una adversidad menor. Y añado: ojalá otros ciclistas tuvieran la bondad de Pello, que ha decidido donar un euro por cada corredor que quede por detrás suyo en cualquier etapa del Tour. Recaudará dinero para que crezcan los bosques en recuerdo de su compañero Gino Mäder, fallecido en la Vuelta a Suiza.

Los padres muchas veces entienden que el ciclismo es un deporte de riesgo. Les contaré que una semana antes de irme al Tour, porque soy un desastre en lo relacionado con la mecánica de la bici, casi me pierdo la carrera porque a punto estuve de darme el castañazo del siglo. No se me ocurrió otra cosa que tocar el cambio de mi gravel, dejarlo flojo. Me saltó en plena bajada, bloqueó la rueda trasera, me destrozó la cadena y de milagro no me caí de la forma más absurda que uno se pueda imaginar.

Errores absurdos

Caerse en la bici no es nada extraño y puede suceder en el momento más inesperado, a veces por una tontería. Hemos visto, por ejemplo, a corredores a los que se les desprendía el manillar, porque, en ocasiones, un mecánico por muy bueno que sea tiene un despiste que puede acabar con su corredor por el suelo.

Otras veces, como sucedió el sábado en la primera etapa del Tour, dos estrellas, que tienen el cuerpo gastado de ir en bici, que son hábiles en la conducción, que han superado miles de contratiempo, tropiezan entre ellos -da igual el que tuvo la culpa, que fuera fallo de los dos, o el puñetero destino- se precipitan al suelo y acaban abandonando, tal cual fue el caso de Enric Mas y Richard Carapaz, el actual campeón olímpico. Una injusticia para ellos, un desastre para sus equipos, que pierden a sus jefes de fila, y un golpe para el Tour que ve como dos de las estrellas de la carrera se van a casa y ni siquiera pueden acabar la primera etapa.

No se puede pedir el cambio

En el ciclismo no hay cambios como sucede en cualquier deporte que se disputa sobre una cancha. Muchas veces un corredor acaba una etapa con huesos rotos, sufriendo con el dolor, pero con la esperanza de que las radiografías que le practican en los camiones médicos de la meta demuestren que no hay fractura alguna, que puedan continuar, aunque mentalizándose para combatir a un cuerpo dolorido unos cuantos días, pero con el convencimiento de que en la última semana se sentirán dichosos y con ganas de pelear por una victoria o ser el ángel de la guarda de los jefes de fila.

Tampoco se puede descansar un día y recuperar fuerzas a base de comida y cama. Un Tour es una gozada para el espectador, pero 21 días de sufrimiento para el corredor que se da un porrazo en la primera etapa. Que le pregunten, por ejemplo, a David de la Cruz, corredor catalán, cómo las pasó canutas en 2020. Se dio un castañazo el primer día, camino de Niza, y no se recuperó hasta la última semana para ayudar a Tadej Pogacar a conseguir la primera victoria en París.

Como una religión

Hay muchos corredores que han visto las estrellas y no precisamente las de la fama. Bernard Hinault se comió el suelo de Saint Etienne, se golpeó la cara y tuvo que estar varios días alimentándose sólo de líquidos con la ayuda de una pajita. Es un deporte de héroes, de gladiadores del siglo XXI, donde más de una vez han de decir aquello de camina o revienta.

Cuando un corredor se cae suceden dos cosas. Si se levanta de inmediato y comprueba el estado de su bici, o pide el cambio de vehículo, tranquilos, no se ha hecho nada, como mucho ‘chapa y pintura’ como acostumbran a decir; o lo que es lo mismo, golpes y rozaduras. ¡Ah! cuando se quedan quietos, cuando no se atreven a subir de nuevo a la bicicleta, cuando van pasando los minutos que hacen imposible enlazar con el pelotón… entonces pintan bastos y sucede lo que le ocurrió a Enric Mas en el estreno del Tour. Por eso el ciclismo muchas veces es el más cruel de los deportes, aunque lo sigamos como si fuera una religión.

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