El Tourmalet

El Tourmalet: 'bon Tour de France'

En los tiempos de Armstrong comenzaron a llenarse las salidas y llegadas de las etapas de autobuses, mientras las mujeres ciclistas dormían en albergues y debían cambiarse tras las etapas protegiéndose de miradas indiscretas.

Tercera etapa

Tercera etapa / LE TOUR

Sergi López-Egea

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Hace unos cuantos años una periodista barcelonesa fue a realizar un reportaje a una carrera ciclista femenina de cierta relevancia. Había estado unos días en el Tour. Era la época en la que ya todos los equipos masculinos se trasladaban en autocar y Lance Armstrong, dominador de un tiempo que existió, aunque fuese entre tinieblas, se movía por las llegadas y salidas de la ronda francesa rodeado de guardaespaldas. Hasta hubo una ocasión, subiendo a Alpe d’Huez en contrarreloj, quizá la vez en la que se vio a más aficionados entre las 21 famosas curvas, en las que el corredor tejano ascendió rodeado de policías, que discretamente lo seguían porque había el temor a un atentado.

Armstrong era un mundo aparte. Dormía, por aquel entonces, con Sheryl Crow. Pronto los empleados de los hoteles en los que pernoctaba el jersey amarillo comenzaron a hablar. Eran tiempos en los que el término ‘viral’ afortunadamente no formaba parte del vocabulario de la población. Sin embargo, la noticia de que Armstrong y Crow dormían en el suelo y que cada noche sacaban el colchón del somier se convirtió en una de las noticias más leídas del Tour, más allá de lo que ocurría en la lucha deportiva, a veces con trampas, por las carreteras francesas.

La prohibición de hace 50 años

En ese tiempo, afortunadamente, ya no extrañaba que un ciclista compartiera habitación con su pareja. Nunca hay que cansarse de repetir que hace 50 años las mujeres tenían prohibida la presencia -al menos con una acreditación- en el Tour y a ninguno de los organizadores se les habría ocurrido montar una semana extra de carrera con mujeres. Y menos darles cobertura televisiva y los mismos medios que a la famosa prueba masculina. Y hasta es posible que a alguno de ellos les hubiese salido una especie de urticaria al observar que en la sala de prensa del Tour Femmes hay más mujeres que hombres escribiendo de la competición.

Todo esto viene a cuento de lo que vio esa periodista barcelonesa en la prueba femenina de cierta relevancia por la que decidió darse una vuelta para escribir un reportaje en su diario. Visto lo visto en el Tour era como desplazarse por una puerta del tiempo, o viajar por una autopista a bordo de un coche de alta gama o de un utilitario de los años 70 del siglo pasado.

Las mujeres que competían en aquella carrera dormían en albergues. Compartían unas largas salas llenas de literas con duchas y baños comunitarios.

Preparadas para competir

No tenían ni llevaban siquiera autocaravanas, quizá el equipo más puntero comenzaba a desplegar cierto poder, pero poco más. Llegaban a la salida ya vestidas de ciclista, lo que ahora, en capítulo masculino o femenino, se consideraría una auténtica horterada o un signo de ciclista novato y nervioso. Pero lo peor sucedía tras las etapas. Debían refugiarse de miradas indiscretas cambiándose de ropa protegidas entre toallas. Intimidad no había ninguna. Ellas mismas o alguna modista o familiar que fuese hábil con el hilo y la aguja debían ajustar los uniformes ciclistas creados a la imagen y semejanza de los corredores varones. Era terrible hace algo más de 20 años dedicarse al ciclismo siendo mujer. Y seguro, que al igual que a los antiguos dirigentes del Tour les produciría urticaria al ver el sexo dominante en las salas de prensa de la ronda francesa femenina, a aquellas corredoras pioneras se les pondría la piel de gallina al ver como se mueven sus herederas entre etapas, las bicis que llevan, el vestuario que usan y hasta perderían la cuenta al sumar las estrellas de los hoteles en los que duermen. Y ya no digamos las cifras, todavía alejadísimas de las que ingresan los corredores masculinos, que reciben cada mes en sus cuentas corrientes.

Los paneles de las autopistas francesas informan a los automovilistas de las incidencias del tráfico. Y es habitual cuando la Grande Boucle pasa por los alrededores de la ruta que indiquen el motivo por el que una carretera, normalmente secundaria, está cortada. Esta causa, hace 15 días, en los Pirineos, entre Pau y Lourdes, por ejemplo, era el ‘Tour de France’. El martes, entre París y Reims, seguía siendo el ‘Tour de France’. Y al igual que, según la costumbre, el dueño de un restaurante se despedía a principios de julio del comensal, identificado como miembro de la caravana de la ronda francesa, con un saludo diciendo ‘bon Tour de France’, la noche del martes, en Reims y con las mujeres ciclistas descansando en sus hoteles, la despedida fue la misma: ‘bon tour de France’.

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