Primera etapa
Tremenda exhibición del Jumbo en la París-Niza
Roglic, que tomó 28 segundos al resto de favoritos, Van Aert y Laporte, ganador de la etapa y primer líder, atacan al resto de ciclistas y se presentan solos en la meta.
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
¡Vivan las guerras deportivas! Donde vencedores y derrotados no hacen otra cosa que luchar, sin sangre y sin odio, y en un ciclismo donde el vencido elogia al vencedor y donde todos se alinean, como los astros, para aplaudir, al margen del 'maillot' que visten, a aquellos que son tan superiores, que no arrogantes, los que son capaces de poner a un pelotón en jaque, de marcharse y hasta recompensar al supuestamente más débil para que se convierta en el primer líder de la París-Niza.
El Jumbo corre en una autopista ciclista diferente a la de los demás. Son tan buenos que solo Tadej Pogacar está autorizado a coger el tíquet en el peaje que ellos ponen en la carretera. Nadie más, ni siquiera un Ineos que hace votos para que un día no muy lejano Egan Bernal vuelva a pedalear, o un Movistar que sigue entregado casi de forma exclusiva al arte casi inmortal de Alejandro Valverde. Pero cuando el Jumbo, como ocurrió en la primera etapa de la París-Niza, pone el motor al máximo de las revoluciones, nadie es capaz de seguirlos; nadie, todos tras ellos y tres delante; Christophe Laporte, el invitado, Wout van Aert, el ciclista increíble, y Primoz Roglic, el único preparado para que otro esloveno no gane el Tour.
En una primera etapa aparentemente destinada a un esprint masivo, el Jumbo quiso cambiar el guion. Sabían, porque había un circuito, que a cinco kilómetros aparecía una cota y allí fue donde Laporte tiró tan fuerte que solo permitió a sus compañeros Van Aert y Roglic que lo siguieran, para que los tres, a relevos, llegasen a meta y para que los patrones del equipo dejaran al ciclista francés ganar en su tierra y vestir un jersey amarillo que es calcado al que lleva el primer clasificado de la ronda francesa.
Roglic, a las primeras de cambio y con 28 segundos de recompensa, ya ha dejado claro que es el gran favorito para la victoria final y, en estos momentos, solo puede afirmarse que ganará únicamente con el permiso de un corredor extraordinario que se llama Van Aert, capaz de lucirse en el barro del ciclocrós, en los llanos, en las montañas y en las contrarrelojes. Una carrera sin Van Aert es una prueba distinta y eso lo agradece la París-Niza y esas maravillosas y pacíficas guerras ciclistas que se vibran en las carreteras ciclistas.
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