LA VUELTA DESDE EL SOFÁ

Colorín colorado, este cuento se ha acabado

Roglic en la subida en solitario a los Lagos de Covadonga.

Roglic en la subida en solitario a los Lagos de Covadonga. / Manuel Bruque

Emilio Pérez de Rozas

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Cuando tú eres bueno, eres muy bueno. Y si eres extraordinario, entonces olvídate, la vas a liar cuando quieras o cuando lo necesites. Ni siquiera saber que va a ocurrir, ni siquiera que tu anuncio aparezca en la tele a pleno plasma o resuene con eco en el pelotón de la Vuelta y en los autobuses del resto de equipos, va a impedir que tú, que eres la 'repera', que eres uno de los elegidos, lo intentes y lo logres.

Antes de que empezase la tremenda etapa de Covadonga (cuenta los enteraditos que la etapa de mañana sí es la ‘reina’, pero casi ya no cuenta), alguien se acercó al esloveno Primoz Roglic, favorito para ganar su tercera Vuelta consecutiva, y le preguntó qué tal se encontraba. Su respuesta fue, repito, de anuncio televisado: “Llevo tres semanas esperando este día, esta etapa, esta subida”. Blanco y en botella, señores.

La excusa de los perdedores

Cuando tú eres bueno y tienes la mala suerte de coincidir con dos o tres monstruos, te pasan las cosas que le pasan, por ejemplo, a Mikel Landa y a Enric Mas, que pintas bonito, que luces lindo, pero no ganas porque siempre aparece el mejor, el extraordinario, el monstruo, el caníbal. Y lo que hizo ayer Roglic fue lo que todo el mundo esperaba. Salir disparado en cuanto vio moverse al primer rival peligroso. Que no fue Mas, que no fue ‘Supermán’ López, que fue el gran, el inmenso, Egan Bernal. Arrancó con él. Se fue con él. Se aprovechó de él. Lo utilizó. Y, al final, lo machacó. Que es lo que hacían los grandes, los inmensos, los Eddy Merckx y/o Miguel Induráin (yo no escribo de dopados).

Roglic ha vivido, se ha movido y ha corrido como si estuviese en su Eslovenia natal. Frío, montaña, lluvia, inestabilidad y dureza. Y se ha convertido en inmortal. Tenía tantas ganas de decidir la Vuelta que, al cruzar la meta, ni siquiera ha levantado los brazos para la foto. No la necesita. Él quiere el triunfo, no la foto.

Los demás tiene el mayor consuelo de los perdedores: me ha ganado un caníbal, me ha ganado el mejor. Y punto. Colorín colorado, este cuento se ha acabado…en rojo.