el Tourmalet
Una Vuelta sin Halloween
Más allá de los toques de queda nocturnos, los ciclistas extranjeros apuntados a la prueba añorarán en sus hoteles una fiesta de marcado signo anglosajón
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Sergi López-Egea
Un lunes cualquiera del mes de octubre, camino de Jaca a Logroño, no es un un lunes al sol, porque la Vuelta descansa entre la capital riojana y Vitoria, todos repartidos como buenos hermanos y hay que hacer el traslado. Es un lunes de lluvia, viento y frío lo que, por desgracia, ya viene siendo la norma de una ronda española desterrada al otoño por culpa de la pandemia. Y es una carrera que se disputa entre hojas caídas a la carretera, cunetas vacías y unos ciclistas extranjeros que este sábado por la noche añorarán su fiesta preferida, un Halloween, castigado además por los toques de queda.
De Jaca a Logroño, por la autovía, solo se ven furgonetas de reparto y camiones de mercancías. Apenas hay coches civiles más allá de los acreditados por la Vuelta. Y hasta un profano, que no tenga mucha idea de que se está corriendo la prueba ciclista, pensará y se asustará si tiene algo que ver con las restricciones de la pandemia el convoy de 50 motocicletas de la Guardia Civil, con los vehículos de apoyo, como si fueran ciclistas y coches auxiliares, que se trasladan de tierras aragonesas a riojanas porque para ellos este martes volverá a ser jornada de descanso, puesto que la Vuelta recorre la provincia de Álava y de la seguridad y control de la prueba se hace cargo la Ertzaintza.
El chubasquero de Roglic
Todo resulta un poco extraño, hasta que el domingo se le enganchara el chubasquero a Primoz Roglic con la bici, aunque también es cierto, por las imágenes vistas en el Giro, que este año se han ajustado tanto las prendas de abrigo que cuesta horrores quitárselas o ponérselas mientras se está pedaleando. Y ya se sabe, en los momentos claves de la carrera es un pecado pararse para abrigarse o refrescarse e incluso para orinar. Hay que aguantar, hacérselo encima o buscar equilibrios imposibles con el pipí encima de la bici.
Viene al caso, una anécdota que explicó hace unos años el corredor colombiano Santiago Botero. En los entrenamientos practicaba cómo orinar encima de la bici sin caerse y abrirse la cabeza. Fue el mismo ciclista que en un Tour y por una apuesta decidió subir el Tourmalet con el plato grande. Y lo consiguió. Aunque para los cicloturistas, que no tienen tanta prisa, que no se juegan ningún jersey rojo, lo recomendable es parar al lado de la carretera, buscar un pequeño escondite y evacuar líquidos sin peligro.
Sin malas tentaciones
De hecho, y aunque suele ser una norma habitual en el pelotón profesional, orinar sobre la bici está prohibido y se considera una falta de respeto al público, lo que va acompañado de multa si algún juez descubre cierta parte del cuerpo fuera de la discreción del coulote. Aunque, en la Vuelta, sin público en las carreteras por culpa de las prohibiciones por la pandemia, realmente la sanción parecería injusta.
El sábado es Halloween y se verá si algún corredor, sobre todo anglosajón, perdido en la general, sin opciones de que su jefe de filas haga algo brillante en la carrera, decide regresar a su país antes de tiempo para no perderse una fiesta que para mucho gente no tiene ni gracia ni salero. Mejor, de todas maneras, que aguanten las calabazas en carrera y se disfracen el domingo de ciclistas, en vez de muertos vivientes, para subir lo más rápido posible al Angliru, en la soledad de las praderas asturianas.
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