el Tourmalet

La historia de un petate en el Giro

En 1992, cuando los aviones no eran autobuses, Induráin se presentó a la ronda francesa y la ganó

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Sergi López-Egea

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Hubo una época en la que los aviones no eran autobuses, como ahora, tal como decía José Coronado en 'El hombre de las mil caras'. Los aeropuertos, en cambio, sí eran parecidos a los de ahora, a los de la época que nos ha dejado el covid-19: salas vacías, una terminal 1 de Barcelona con muchísimas puertas cerradas, sin que la gente haga colas, a veces de forma absurda, como era costumbre, como si el avión fuera a dejarlos en tierra. Ahora, los pasajeros esperan sentados y aguardan a que el altavoz anuncie la salida del vuelo; ahora, los familiares y los acompañantes se quedan fuera del edificio.

En 1992, cuando Miguel Induráin se presentó a su primer Giro, y lo ganó, los aviones no eran autobuses y los aeropuertos eran iguales a los de ahora. En 1992 había un vuelo directo de Barcelona a Génova, podías estirar las piernas cuando ocupabas el asiento, que escogías, y gratis -aunque ya lo hacían pagar de sobras al reservar el billete-, y no te cobraban un plus por ir en la fila de emergencia, y hasta te ofrecían una comida y todos los refrescos que quisieras. Eso eran aviones...

Primero la Vuelta, después el Giro

Y en ese vuelo de Barcelona a Génova, un día primaveral de mayo, viajó también un petate, un petate con ropa sucia, la utilizada durante la Vuelta, porque en la época en la que los aviones eran aviones, la ronda española se corría primero y terminaba una semana antes de que comenzase el Giro; y si no tenías tiempo de poner la lavadora no te quedaba más remedio que viajar con la colada a cuestas. Y más, si entre el término de la Vuelta en Madrid (17 de mayo) y el inicio del Giro en Génova (24 de mayo) se jugaba, en medio, la final de la Copa de Europa en Wembley (20 de mayo); sí, fue la final que ganó el Barça a la Sampdoria gracias a un gol de falta de Ronald Koeman.

Que la Sampdoria había jugado la final contra el Barcelona no había ninguna duda cuando dos días después de perderla se llegaba al centro de Génova y se veía que del disgusto la gente todavía no había retirado las banderas de los balcones. Fue aquel un Giro en el que el debutante Induráin, que un año antes ya había llegado de amarillo a París, cogió la 'maglia rosa' a la tercera etapa para no soltarla hasta Milán, por delante de Claudio Chiappucci, a quien llamaban 'El Diablo', y de Franco Chioccioli, al que denominaban 'Coppino' por su extraordinario parecido con el mítico Fausto Coppi.

Era una época en la que sorprendía la cantidad de gente que llevaba y hablaba por el móvil en Italia, unos teléfonos enormes que parecían zapatos. Hablaban a gritos, en cualquier parte, en la calle y en los restaurantes, como queriendo demostrar que se avanzaban al mundo y que ese invento que todavía no servía ni para hacer fotos ni para conectarse a una inexistente internet iba a formar parte de nuestras vidas.

La identificación del coche

Curiosa resultaba la acreditación que se debía colocar en el coche. Ahora son unas cintas plásticas que se pegan en la parte superior del cristal delantero para que se puedan ver desde lejos y circular por las zonas acotadas a la carrera. Eran una especie de carteles de madera, que pesaban lo suyo, y que debían ponerse en el parachoques delantero. Unos empleados del Giro, con taladros, lo perforaban. Seguro, que al devolver el coche, no les hacía mucha gracias a los empleados de la agencia de alquiler.

Todavía había muchos periodistas con máquinas de escribir, y eso que Gianni Mura, que la utilizó durante décadas en la ronda francesa, no se dejaba ver por el Giro porque el era un 'hombre Tour'... y una buena persona a la que se añoró durante la Grande Boucle. Lo que habría disfrutando viendo 'volar' a Tadej Pogacar en la Planche des Belles Filles.

El Mercedes de Induráin

Induráin no tenía autobús, iba a las salidas en el coche, en el Mercedes de José Miguel Echávarri. Así que lo podías saludar todos los días. Y también a Luis Ocaña, que siempre encontraba unos minutos para recordar alguna de sus gestas. Apenas había vallas y cuando te perdías, los GPS no existían, la escapatoria siempre estaba a "200 metros". O al menos es lo que decían los transeuntes a los que preguntabas, sobre todo si lo de orientarte no es precisamente tu mejor virtud.

¡Ah¡ ¿Y el petate que encabeza este texto? Pues hizo el viaje completo; tres semanas, de Génova a Milán, pasando por los Apeninos y los Dolomitas, siempre con la ropa sucia; imposible lavarla pues nunca hubo manera de dormir al menos dos días seguidos en el mismo hotel, establecimientos que por aquella época no acostumbraban a tener ni bañera ni plato, solo un agujero en el medio del baño por donde salía el agua después de la ducha. Eran otros tiempos... Induráin siempre ganaba y los aviones eran aviones y no autobuses como decía Coronado.

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