Barcelona buena y barata
El frankfurt más pequeño del mundo está en la plaza de Sant Jaume
Un puñado de baldosas y una pequeña barra, no tiene terraza, no tiene ventanas y en su interior caben tan solo dos clientes por tanda
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Frankfurt Sant Jaume ocupa un minúsculo espacio en una de las esquinas de plaza Sant Jaume. Siete metros cuadrados les bastan a Joan Pujadó e Isabel Rodríguez para planchar bocadillos morrocotudos. Llevan casi 50 años haciéndolo mientras observan la vida pasar por la plaza con más autoridad de Catalunya.
Su reino cabe en un puñadito de baldosas y una pequeña barra: no tienen terraza, no tienen ventanas y en su interior caben tan solo dos clientes por tanda.
En las paredes, vitrinas abarrotadas con salchichas, latas y botes de salsa. Joan apenas tiene que estirar el brazo para alcanzar lo necesario. Joan no cocina, baila el chotis sobre la baldosa y gira de la plancha a la vitrina y de ahí otro giro y de vuelta a la plancha. Todo está al alcance de la mano.
Frankfurt Sant Jaume
Pl. de Sant Jaume, 2. Barcelona
Tf: 933.025.104
Frankfurt: 3,80 €
Frankfurt gigante: 5 €
Mallorquín: 4 €
Nos pedimos el frankfurt gigante y, con calma, corta la enorme salchicha en dos mitades a lo largo. Con gesto pausado la deposita en la plancha y dos lonchas de beicon a su lado.
Cierra la máquina y prosigue con las tareas. Saca un cuchillo de punta roma y embadurna generosamente con sobrasada un panecillo abierto de lado a lado. No escatima el manjar marrano que luego cubre con lonchas de queso: “Usamos havarti porque es muy cremoso, funde muy bien y es el que más nos gusta cómo queda finalmente el resultado”.
El destino del rebosante panecillo es la segunda plancha, donde estará un par de minutos eternos hasta que, por fin, Joan lo dé por terminado. Es un mallorquín de alta potencia y francamente adictivo: queremos más.
Tanto Joan como Isabel son currantes discretos, sorprenden por su conversación pausada y su ligera timidez. En 50 años han visto de todo… ”aquí, en las manifestaciones, la gente venía a refugiarse cuando había cargas, hemos visto tortas, fiestas,…”, y yo me pregunto dónde se metían para refugiarse de las cargas en un local de siete metros cuadrados.
No es dietéticamente recomendable su consumo habitual y tampoco es la 'salchichez' un plato tradicional de la 'catalanor' cocinada, pero los devoradores –ocasionales al menos- del frankfurt… somos legión. Y es que la abundancia de locales ‘tipo Frankfurt’ es una sorprendente particularidad catalana.
Muchos tenemos una conexión emocional con estos espacios, con sus salchichas de pasta fina especiada y con el 'fshhhhhhh!!!' ambiental de las planchas a todo gas.
El pan tostado, crujiente, los sabores intensos y la salsa resbalando por los mofletes dejan huella, eso está claro. El Frankfurt Sant Jaume nació en 1955 y Joan entró a trabajar en 1975, y ahí sigue, al pie de la plancha, casi 50 tacos. “No hemos cambiado nada de la carta, básicamente todo es igual”, nos cuenta, “a la gente le gusta el frankfurt, es lo que más nos piden y es lo que más sale con diferencia”.
Mientras conversamos, la salchicha se ha dorado completamente y el beicon se ha convertido en una lámina crujiente que brilla y chisporrotea barnizada en su propia grasilla fundida. Es el momento de empanar, añadir el queso y proceder al planchado final.
Este tema del planchado es interesante, porque no a todo el mundo le gusta la miga compactada y Joan nos cuenta: “Este tipo de plancha proviene originalmente de un suizo llamado Werner. Trajo estas planchas a Barcelona durante la gran Exposició Universal del año 1929”.
Le pregunto qué pasa si alguien prefiere el panecillo más aéreo, y en su mirada asoma una cierta incredulidad. “No se lo plancho, claro, pero entonces se pierde parte de la gracia, porque el pan planchado también se tuesta y está más rico y más crujiente”, y termina la obra con otro truquillo clásico del sector: un buen chorrete de concentrado de jugo de carne.
Otros 'hits' de la casa son el citado mallorquín, el Passota –combinación de lomo con beicon y queso-, el de pincho moruno –aromático y poderoso, con mordisco de carne elástica y entregada al buen sazonado- y el de morcilla.
Este último despierta mi curiosidad, es una opción en principio poco atractiva para los turistas. “Nuestro público es casi todo local, aunque estamos donde estamos. De hecho viene mucha gente que antes vivía en el barrio y vuelven de vez en cuando. Les recordamos su juventud o su infancia, vienen desde fuera para comer nuestros frankfurts y luego pasear”.
Y la vida puede ser maravillosa porque una pareja con dos críos llegan en este momento, son antiguos vecinos del Gòtic que han venido para que sus churumbeles vayan aprendiendo las cositas buenas de la vida. A vueltas con la conexión emocional al Frankfurt. 'Drogaína' del paladar.
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