Comer por menos de 15 €

Menú del día: El Racó de Llúria, sincronía y calidad

Qué bien te tratan en esta enorme casa de comidas de dos pisos en el centro de Barcelona que funciona como un reloj suizo

Arroz del menú del restaurante El Racó de Llúria.

Arroz del menú del restaurante El Racó de Llúria. / Alberto García Moyano

Alberto García Moyano

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Casualidades de la vida, escribo estas líneas justamente tras haber colgado a Jordi, estimado amigo con el que compartí mesa (que no mantel, porque en este lugar son individuales y bien bonitos) el día que fui de visita a este sitio. No tenía del restaurante más referencia que un apunte en mi teléfono, del que tampoco me acordaba del porqué de su existencia. De las pocas veces que voy a un sitio con nada más que lo puesto, exponiendo a mi acompañante a un doble o nada de esos que, si sale bien, premio; y, si sale mal, pierdes a un compañero de ágapes.

Y ahí estábamos, en la Dreta de l’Eixample barcelonés, pegadito al inicio de la vorágine que constituye el centro de Barcelona. Nuevamente, todo un mérito mantener este modelo de negocio en una zona en la que los cambios de gerencia, en los muchísimos locales que hay por la zona, son el pan de cada día.

El Racó de Llúria

Roger de Llúria, 41. Barcelona

Teléfono: 93 487 73 20

Menú: 12,5 €

Esta vez no os voy a llenar la cabeza con historias de superación, relevo generacional o de patrimonio mobiliario/inmobiliario porque, básicamente, no llegué a averiguarlo. Esencialmente porque me quedé eclipsado al ver el gran tamaño del lugar (que tiene dos pisos) y lo magníficamente bien que funcionaba.

Un reloj suizo pero no robótico, porque qué bien te tratan en esta casa de comidas y con el ritmo que llevan. Controlan al dedillo lo que le falta a cada una de las mesas y te plantan, antes de nada, un salero (luego os lo explico). Todo marcha según lo previsto y sin apretarte para recogerte el primero porque ya ha salido el segundo, hecho que en restaurantes de semejante tamaño ocurre más de lo que uno (y ellos mismos) quisiera.

Fachada del restaurante El Racó de Llúria.

Fachada del restaurante El Racó de Llúria. / Alberto García Moyano

Tras un breve periodo de desintoxicación, lamento comunicaros que volví a caer. A ver, la cita fue un jueves y, tal cual entré por la puerta, vi tanto en varias mesas como de camino a ellas platos de arroz que me llamaron. Y sucumbí, porque había que hacerlo. Porque ante ese color (que anunciaba un buen 'fumet') y ese grano cocido como toca (hecho nada desdeñable cuando salen tantísimas raciones de una cocina), solo cabía adorarlo. Y créanme cuando les digo que hay grandes arroces de jueves en esta ciudad, pero no es fácil que sean como los de El Racó de Llúria.

Carne magra con salsa de champiñones y patatas fritas del restaurante El Racó de Llúria.

Carne magra con salsa de champiñones y patatas fritas del restaurante El Racó de Llúria. / Alberto García Moyano

De segundo, carne magra con salsa de champiñones. Y guarnición. Pensé, por un momento, que la palabra “guarnición” era una forma de jugar con los sentimientos de alguien que, habiendo recaído en el vicio del arroz, poco le faltaba para recaer en su vicio complementario: las patatas fritas. Pero ahí estaban. Y éstas cubrían prácticamente todo el plato (de hecho, aparté unas pocas para la foto que ilustra estas líneas) con esa calidad de fritura que permite que la salsa las arropase pero sin pasarse.

La carne magra, sazonada por la sal proporcionada previamente (de ahí el salero custodiándonos, pues en la casa se preocupan de la tensión de sus comensales), era tierna hasta el punto de que el cuchillo estaba allí para ayudar, pero no para sacrificarse por la causa.

Flan del restaurante El Racó de Llúria.

Flan del restaurante El Racó de Llúria. / Alberto García Moyano

Para completar lo de recaer en vicios varios, de postre, flan. Ya que nos ponemos, nos ponemos. Y también hubo pudin (obtenido parcialmente tras un sigiloso ataque al plato de mi acompañante). Ambos caseros, ambos canónicos, una buena guinda para un menú que cuenta con cinco o seis primeros, seis o siete segundos y los postres. En plena zona donde la inflación ya viene haciendo mella desde mucho antes de la guerra -o lo que sea que cause esa infame pérdida de poder adquisitivo-, un menú de 12,5 € es una bendición. Y sus asiduos lo saben, por eso vuelven y vuelven.

Y, para la próxima, saldremos de Barcelona, que ya es hora.