Comer por menos de 15 €
Menú del día: La Cuina del Papi y el relevo generacional
La sucesora en cocina de esta histórica casa de comidas de Camp de l’Arpa aporta frescura tras su paso por una escuela de hostelería
Debo reconocer que, por muy fiel que me muestre a los sitios que venero, no siempre los visito todo lo que quiero. Y me duele, porque sería mucho más gratificante disfrutarlos más a menudo. En lo que respecta a La Cuina del Papi, una -ya histórica- casa de comidas de Camp de l’Arpa, no la pisaba desde finales de 2019, en la que recuerdo encadenar dos visitas seguidas con muchísimo éxito. Así que, con ánimo de poner fin a esta larga sequía y rememorar tan agradables estancias, cité a un amigo que otrora frecuentó el lugar y nos dispusimos a reencontrarnos en él, que falta hacía.
Se llama La Cuina del Papi pero su rótulo sigue indicando Ca'l Grau, así que no hay que despistarse, porque estamos en el sitio correcto (y adecuado). Estamos en el mismo lugar de siempre, uno de los centros que hacen latir el barrio desde hace casi cuatro décadas (¡bien!) y que “recientemente” ha visto como ha aguantado un fenómeno que raras veces sucede y celebro desmesuradamente cada vez que me entero: el relevo generacional. Suele emplearse, para este tipo de cambios, un término que cada vez que lo leo me da más miedo que una caja de bombas: frescura. Pero, por qué no, vamos a emplearlo debidamente (o como a mí me gustaría).
Frescura es lo que se aprecia, porque la sucesora en cocina, que estudió en escuela de hostelería, pudiendo haberse dejado seducir por los cantos de sirena que a menudo trae consigo la autodenominada alta cocina, prefirió seguir con el negocio familiar y dar desayunos y comidas en la misma línea de siempre pero con la mano de alguien de escuela. Sonaba bien cuando me lo contaron en su día y, como casi siempre, suena mejor aún en directo.
La Cuina del Papi
C/ La Nació, 67. Barcelona
Teléfono: 93 435 45 86
Menú: 12 €
La Cuina del Papi tiene la composición que más me gusta en un lugar de este tipo y que cuesta —cada vez más— encontrar: una barra generosa, en la que pasar un rato largo sin problemas, sea o no de espera; y un comedor en el que echar mano cómodamente de cuchara, cuchillo y tenedor. Y compartir mesa, que no mantel (porque son individuales, como procede en estos casos). Y gozar una vez plantan tan amablemente la botella de vino y la gaseosa (o aquello con lo que deseéis acompañar el ágape) en la mesa.
Dado que, para huir de la tentación de pedir arroz y ofrecer un poco de variedad en estas crónicas, la visita fue en miércoles, me enfrentaba a un temor histórico de quien os escribe, que no es otro que un malísimo porcentaje de acierto escogiendo primeros platos. Y, al estar en compañía, me pasa que el temor se multiplica, porque siempre pienso que mi acompañante ha escogido mejor que yo. En fin, qué le voy a hacer. Pero una de las cosas que celebro de este lugar es que mal lo he tenido para equivocarme en todas las visitas que recuerdo. Pedimos guisantes con calamar y lentejas, respectivamente. Una gozada en ambos casos (sí, sí, permiso mediante, metí cuchara en plato ajeno, no lo puedo remediar), porque el producto es rico, no es escaso y está bien tratado. Otro cometa Halley.
Tras subir este primer escalón con holgura, afrontar el segundo plato es siempre más llevadero. Pero tampoco hacía falta, porque esa ternera guisada, que escogimos ambos comensales, por sí sola hubiese remontado cualquier partido con más autoridad que un Madrid de Champions (lo siento, es el tema de la semana). Desde una salsa, de la que hubiese querido llevarme un bidón para casa, pasando por una ternera que se deshacía con sólo aplicar el tenedor por encima y hasta las patatas fritas. En esta casa las sirven alargadas y con piel, fritas de manera que naden bien felices en la salsa sin peligro de que se desintegren en ella. La mano en cocina se nota, es un hecho.
No sé si bajé la guardia porque me daba todo igual a esas alturas del partido, pero el arroz con leche de postre, que no es tan asturiano como uno tiende a esperar (cuánto daño ha hecho el porno), estaba bien de punto y sabor. Como cuando uno llega a la meta con mucha ventaja, se puede permitir aflojar un poco para regocijarse en la victoria.
Total, que acercarse a este bastión del Camp de l’Arpa e invertir 12 euros de coste de este menú es una actividad recomendadísima, máxime si se tiene en cuenta que la barra y el comedor no son solo bonitos, sino que quienes se encargan de ambos son remajos y reprofesionales (que no todo en la vida son flores para la cocina).
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