Así ha cambiado

Cuando arde el telón: pasado y futuro de los grandes incendios en teatros de Barcelona

Este 2023 se cumplen 90 años del último incendio del Teatro Principal, que se sumó a una larga lista de teatros barceloneses devorados por el fuego

Rambla de los Caputxins con el edificio del teatro principal y el monumento a Pitarra contranvias circulando. La foto fue tomada entre 1925 y 1935. Autor: Arxiu Fotogràfic de Barcelona / Josep Domínguez

Rambla de los Caputxins con el edificio del teatro principal y el monumento a Pitarra contranvias circulando. La foto fue tomada entre 1925 y 1935. Autor: Arxiu Fotogràfic de Barcelona / Josep Domínguez / Arxiu Fotogràfic de Barcelona / Josep Domínguez

Blanca López Fiñaga

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 “La gran suerte de Barcelona ha sido que los incendios de teatros ocurrieron cuando no había función”. Así resume Joan Pedreny, exdirector de Bomberos de Barcelona y miembro del cuerpo de 1988 a 2020, la historia de los teatros que han ardido en la capital catalana durante dos siglos y medio. Las estructuras de madera y un alumbrado a base de antorchas y luces de cera, aceite o petróleo, propiciaban no hace tanto una sucesión constante de fuegos en escenarios de todo tipo.

Hoy los barceloneses ya no temen por sus teatros cuando ven una columna de humo en la ciudad, gracias a lo mucho que han cambiado tanto estos edificios como los sistemas de prevención. Recorremos el pasado y el futuro de los incendios en teatros a través de tres expertos en extinción y arquitectura.

90 años de las llamas del Principal

El primero en arder fue el Teatro Principal, allá en 1787, cuando era conocido como el Teatro de la Santa Creu. En 1840, el mismo año que nacía El Gran Teatre del Liceu, antaño su máximo rival, pasaba a llamarse como lo conocemos hoy. Ni el cambio de nombre ni el cambio de siglo le libraron de las llamas, que volvieron a encontrarle hasta en tres ocasiones en menos de dos décadas: ardió en 1915, en 1924 y por última vez en 1933, hace ahora 90 años.

Actualmente en remodelación a cargo de la casa de arquitectos Batlleiroig, las paredes que vieron óperas, conciertos, bailes, cabaré, exhibición de frontón y pelota vasca, reuniones del POUM durante la Guerra Civil e incluso espectáculos de apoyo a las fuerzas combatientes, volverán a resplandecer en 2024. Eso sí, como centro de artes inmersivas.

Muchos otros salones de Barcelona dedicados a la farándula fueron víctimas de las llamas, aunque pocos han renacido de entre los escombros como este veterano luchador de la Rambla. Entre los supervivientes se encuentran El Teatre Espanyol (que sufrió los estragos del fuego en 1907), el Teatre del Centre Moral i Instructiu de Gràcia (incendiado en 1912) y El Liceu (de forma muy meritoria tras quedar casi reducido a cenizas en 1994).

Barcelona  Teatre Principal Rambla 1915 FOTO: Antonietti, Alejandro / Arxiu Fotogràfic de Barcelona

Barcelona Teatre Principal Rambla 1915 FOTO: Antonietti, Alejandro / Arxiu Fotogràfic de Barcelona / Alejandro Antonietti / Arxiu Fotogràfic de Barcelona

De los daños colaterales a la prevención

exposiciónProteger Barcelona. Bomberos y prevención de incendios

Una normativa, sin embargo, que no contemplaba la escasez de recursos, tanto humanos como materiales. Por esa razón –comenta Pedreny–, el reglamento tenía difícil ejecución: “Era muy común que se dieran situaciones tan kafkianas como que lanzaran cañones a los edificios colindantes para derrumbarlos y evitar que el fuego se propagara”.

Las causas más habituales del fuego

Durante el siglo XIX, el chispazo era fruto, casi siempre, de un mal mantenimiento de las instalaciones de alumbrado. En el siglo posterior, con la irrupción del cine, muchos teatros se habilitaron para proyectar películas y surgió un nuevo elemento de riesgo: el cinematógrafo. Colocado detrás de las butacas, era como una cerilla lista para arder. Así se desencadenaron los incendios del Teatro Olympia (1906) y del Teatro Principal de Gràcia (1908).

Esto se resolvería con el aislamiento del aparato en una habitación cerrada y la actualización del reglamento. No sería hasta 1974, no obstante, que se redactaría la primera ordenanza de condiciones de protección contra incendios. Así, la prevención desplazaba la intervención.

Teatros a prueba del fuego

Esta tradición de teatros en llamas ha hecho de Barcelona un referente en escenarios a prueba de fuegos. Según Enric Batlle, arquitecto fundador de Batlleiroig, la estricta normativa actual prefigura en gran medida cómo se diseña un edificio: “Cuando prevemos una reforma como la del Teatro Principal, ya estamos condicionados, solo empezar, por la ubicación de las salidas, porque has de poder asegurar la evacuación”.

De hecho, el Liceu, tras el gran incendio de los 90, incrementó el número y la anchura de las escaleras e incorporó una nueva salida a la calle de Sant Pau para facilitar la huida de los espectadores desde la sala principal. “La gran escalinata monumental que da a la planta baja, junto con el anfiteatro, es lo único que se conserva tal como era por su valor patrimonial”, añade Isaac Martín, responsable de mantenimiento del teatro de La Rambla.

El Liceu, resistente a dos horas de fuego

La normativa obliga, además, a someter a análisis en laboratorios homologados la selección de materiales y a rechazar aquellos que se salgan del baremo. “A día de hoy, toda la estructura del Liceu presenta una resistencia al fuego superior a las dos horas”, asegura Martín. Señala que si en la actualidad hay un incendio en un teatro es a causa de un incidente o una negligencia, porque los elementos fijos están muy estudiados. Es por este motivo, agrega la pareja de bomberos, que “ahora la prevención se centra en formar a las personas sobre el correcto funcionamiento de las instalaciones”.

Por si acaso, los edificios están equipados con rociadores, equipo de bombeo, extintores y sistemas de detección automática de incendios, de pulsadores de alarma, ventilación y extracción de humos, entre otras medidas de “seguridad activa” que enumera el industrial de El Liceu. “Las probabilidades de incendio son prácticamente nulas”, coincide Batlle. En definitiva, un futuro sin humo a la vista para los teatros de una ciudad escarmentada por tantas plateas perdidas.

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