En el reparto de 'Modelo 77'

La cantera de extras de La Mina: “No permitimos que las películas manchen al barrio”

Toni Porto encabeza la nómina de figurantes que se ha labrado en el vecindario, que trata de superar el cliché del cine quinqui

Miguel y Toni Porto, extras de cine y vecinos del barrio de La Mina, en Sant Adrià de Besòs.

Miguel y Toni Porto, extras de cine y vecinos del barrio de La Mina, en Sant Adrià de Besòs. / MANU MITRU

Jordi Ribalaygue

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Toni Porto -gitano, ‘minero’, 16 años en contacto con la industria cinematográfica- cogió por banda a Mario Casas antes de que se pusiera a filmar en La Mina para tener una conversación en confianza con la estrella del cine español. El vecino quería que las cosas quedaran claras, no fuera a ser que luego se topara con un disgusto. 

“Lo primero que le dije a Mario era si lo que iba a hacer era ensuciar la imagen del barrio, que ya bastante manchada la tenemos -revela Porto-. Me dijo que no era así, que el protagonista de la película era su hermano, un grafitero que, dentro de lo que cabe, le gusta el rollo de la droga, pero que ni se iba a ver comprar ni vender aquí... No como antiguamente en las películas de ‘El Torete’, que robaba y hacía de todo. Es muy distinto al cine quinqui”.

La charla entre Casas y Porto precedió al rodaje de ‘Mi soledad tiene alas’ el pasado otoño, con escenas grabadas en el deteriorado bloque de la calle Venus y algunos exteriores cercanos. El equipo de la película cuenta a EL PERIÓDICO que el trabajo de campo previo a instalarse en el barrio fue común al de cualquier otro proyecto. En todo caso, que el popular actor se prestara a hablar con Porto revela el rol relevante que el director novel le concedió para deshacer posibles recelos en el barrio, lacerado por los estereotipos que le encasquetó ‘Perros callejeros’ en la Transición e irritado por los reportajes sensacionalistas o superficiales.

El actor y director novel Mario Casas, durante el rodaje de su ópera prima, 'Mi soledad tiene alas'.

El actor y director novel Mario Casas, durante el rodaje de su ópera prima, 'Mi soledad tiene alas'. / FERRAN SENDRA

“Amo al barrio y, como referente que soy para ellos cuando vienen a grabar, no permito que manchen nuestra imagen. Intentamos que los rodajes no lo hagan”, expresa Porto, al frente de una cantera de extras afincados en La Mina. Incluso Netflix contacta en ocasiones con el vecino para que le eche un cable. Hace pocos días, la plataforma multimedia le rogó acceso a un par de pisos en el barrio para una filmación sin fecha. “Me llaman porque en este mundo todos se acaban conociendo”, rebaja.  

Salvar reticencias

Los pésimos precedentes cinematográficos en ciertos barrios del extrarradio de Barcelona han alimentado que las cámaras sean vistas con desconfianza por una parte del vecindario. “Siempre serán consideradas intrusas, más en un contexto en que la gente se ha acostumbrado a que su vida se presente desde la espectacularización”, apunta el antropólogo José Mansilla. “La única forma de vencer las reticencias es que el equipo de rodaje explique de forma pedagógica el tratamiento que se dará a las imágenes y, en la medida de lo posible, dejando algo allí, ya sea contratando a gente o abasteciéndose en entidades y comercios locales”, plantea. 

‘Centauro’, el largometraje de Netflix grabado en La Mina, pagó 750 euros por triplicado a tres escaleras del edificio Venus. Auxilió así en la reparación de algunos de los daños que los vecinos sufren en una de las calles que menos renta declara en el área metropolitana de Barcelona. El dinero se destinó a la compra de unos buzones para suplir a los antiguos, reventados, como se puede comprobar en los que aún no se han retirado. 

Un vecino del bloque de la calle Venus, en el barrio de La Mina, observa unos buzones destrozados.

Un vecino del bloque de la calle Venus, en el barrio de La Mina, observa unos buzones destrozados. / JORDI OTIX

“Un rodaje puede tener un impacto muy positivo en una comunidad a nivel laboral. Pueden ser una oportunidad para la profesionalización y descubrir vocaciones”, resalta el cineasta Víctor Alonso-Berbel, inmerso en un proyecto de la productora Avalon en el Raval, en Barcelona. “También son una ocasión para dar visibilidad a un espacio en el imaginario colectivo y que lleve a la acción política, lo que es un potencial muy interesante. La invisibilidad de los barrios, cerrar las puertas y que no se ruede nada, no puede ser la respuesta”, postula.

Para “contar otro tipo de historias” de las afueras sin simplismo ni paternalismo, Berbel cree clave que los equipos de rodaje se integren en la comunidad, sin las prisas que las empresas audiviosuales suelen imponer. También sugiere diversificar los estudios de guionistas con “personas de otros entornos y, por qué no, de los barrios”. “Tenemos un problema de extracción social en los perfiles de quienes se dedican a escribir y dirigir cine. Acostumbran a ser de clase media-alta y alta, con lo que, desde el privilegio, las narrativas que se construyen sobre los barrios son las de los prejuicios de toda una vida”, observa. Lanza una idea disruptiva: “Esto va de abrir una sala de guionistas en los bajos de un local de Bellvitge y ahí escribir la serie. En España no hay muchos casos así”. 

Presos y policías

Una veintena de extras afincados en La Mina salen en ‘Mi soledad tiene alas’. También se eligió a residentes en el barrio para cubrir tareas de seguridad. “Ya que se rodaba en el barrio, al menos que la gente que saliera fuera de aquí. Hay mucha necesidad y así se podían ganar algo”, alega Porto, que suma apariciones breves en una decena de telefilmes, películas y series.

Emparentado con algunos de los intérpretes de 'Perros callejeros', el debut le llegó de casualidad, a través de un 'casting'. “La primera fue ‘El último baile de Carmen Amaya’, donde hacía de palmero. En la serie de Nacho Vidal, soy un feriante. Con mi familia, también hemos hecho de vendedores de gallinas en un poblado”, desgrana.

El título más notorio en su nómina es ‘Modelo 77’, que se llevó cinco de los 16 premios Goya a los que aspiraba en la última gala del cine español. En el filme, ambientado en la prisión Modelo, Porto es un preso que se hace respetar. Detrás de la cámaras, se responsabilizaba de una veintena de vecinos de La Mina seleccionados como figurantes. 

Una escena de 'Modelo 77', con Toni Porto al fondo a la izquierda, tras los actores protagonistas, Miguel Herrán y Javier Gutiérrez.

Una escena de 'Modelo 77', con Toni Porto al fondo a la izquierda, tras los actores protagonistas, Miguel Herrán y Javier Gutiérrez. / EL PERIÓDICO

“¡Toni es el guaperas de la cárcel!”, suelta Miguel, otro habitante del barrio que aparece en el largo carcelario de Alberto Rodríguez. Miguel, que no había actuado nunca antes, muestra un retrato que se tomaron en una pausa, en que los figurantes caracterizados de presidiarios posan amigablemente con los ‘grises’, los policías del tardofranquismo. 

“Muchos de los que hacíamos de presos veníamos de La Mina. De los ‘grises’, no era ninguno”, comenta Miguel. De aquí a pocas semanas, Porto interpretará a un venerado patriarca en otra producción. ¿No son personajes demasiado estereotipados? “A mí no me ofende. Es un orgullo ser gitano”, proclama Miguel. “Es para lo que nos quieren, pero no me hace daño. También es cierto que hay gitanos en la universidad”, cierra Porto.

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