Nostalgia ferroviaria

Barcelona se queda sin lugares a los que ir a ver pasar el tren

La cultura ferroviaria formaba parte de la ciudad vista porque no había medios ni se pensó en soterrar las vías hasta que llegó una nueva filosofía: la del coche

Todavía se puede ver pasar el tren en la estación de França, en Sarrià, en el puerto, en un trozo de Poblenou y en la punta de Sants que da a L'Hospitalet

trenes barcelona

trenes barcelona / Manu Mitru

Carlos Márquez Daniel

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Barcelona se ha quedado sin lugares a los que ir a ver pasar el tren con los niños. Esa imagen tan de postal, del padre agarrando al hijo por los hombros mientras pasa el ferrocarril; de hierro, espectacular, hercúleo, ruidoso. Y el chaval moviendo los pies y la cabeza, nervioso como en la víspera de Reyes. No es esta una crónica que rechace los túneles ferroviarios, necesarios para la extensión del metro o para que Rodalies -qué bien iría una tercera galería, además de las de paseo de Gràcia y Catalunya- pueda cruzar la ciudad. Pero los trenes son también historia, nostalgia y tradición y el desarrollo urbanístico -y la dictadura del coche- los ha mandado, en el caso de la capital catalana, al ostracismo subterráneo. Quedan, sin embargo, pequeños tramos de vías al raso, como el de la R2 Sud a su paso por el Parc i la Llacuna del Poblenou o el de los Ferrocarrils que ven el sol en Sarrià. Amén de las mercancías del puerto -con vagones peculiares pero en un lugar poco apetecible-, la espectacular estación de França o la enorme cicatriz de la Sagrera, que en un futuro se tapará -esa es la idea- dando lugar al parque urbano más grande de Barcelona.

Un tren de vapor avanza por la calle de Aragó, cuando las vías todavía no se habían cubierto y en el cruce con paseo de Gràcia se erigía un apeadero modernista

Un tren de vapor avanza por la calle de Aragó, cuando las vías todavía no se habían cubierto y en el cruce con paseo de Gràcia se erigía un apeadero modernista / Archivo

En la calle de Aragó, en la avenida de Roma, en el litoral, en Sants, en Glòries, en Sarrià. La capital catalana tenía un montón de lugares en los que uno podía detenerse para contemplar el tren. Y claro, los más pequeños eran el mejor público, porque veían coches por las calles, pero aquello era otra liga, otro ruido, otro tamaño. Quizás por eso, porque ya eran habituales en la ciudad, el doctor Salvador Andreu apostó más por un avión que por un tren para su parque de atracciones del Tibidabo, ese milagro público de Collserola. Con permiso de su monorraíl, claro; el Ferrrocarril Aéreo ahora conocido como Embruixabruixes.

Trenes de cine

¿Qué tendrán los trenes para conseguir hipnotizar a los niños? Quizás sea porque en los cuentos no hay ningún malo que vaya en tren, o porque en las películas, el ferrocarril suele asociarse a cosas buenas. Como el Expreso de Hogwarts de 'Harry Potter', la maravillosa 'Polar Express' (de lo poco que se emitió en el Imax del Port Vell) o, tirando hacia atrás, 'El maquinista de La General' del elástico Buster Keaton o el '¡traed madera!' de los hermanos Marx.

Joan Carles Salmerón es historiador y director del Centro de Estudios del Transporte (CET). Es, además, un apasionado de los trenes, un entusiasmo que heredó de su padre, Carles Salmerón, una de las personas que más reclamó e impulsó el valor patrimonial del ferrocarril en Catalunya. Explica Joan Carles que en el resto de países de Europa existe "mucha más cultura y es habitual que se haga divulgación sobre el mundo de los trenes". "Aquí, en cambio, estamos tapando el patrimonio, cuando en muchas grandes ciudades, la estación central está al aire libre sin generar ningún conflicto con la trama urbana ni con los vecinos".

Museo del Transporte

Que Barcelona no disponga de un Museo del Transporte, como se reclama para el pabellón 1 de Fira de Barcelona desde hace años, es seguramente otra anomalía. Más todavía si se tiene en cuenta la gran cantidad de vehículos antiguos restaurados por TMB, Ferrocarrils, la Guardia Urbana o Bombers de Barcelona, además de los que guardan empresas privadas como Sagalés o colecciones particulares.

La avenida de Roma en la década de los 70 con las vías del tren aún por cubrir. Se taparon en 1976, de las últimas grandes zanjas que fueron cubiertas. Urbanísticamente, es todavía un lugar por resolver

La avenida de Roma en la década de los 70 con las vías del tren aún por cubrir. Se taparon en 1976, de las últimas grandes zanjas que fueron cubiertas. Urbanísticamente, es todavía un lugar por resolver / Archivo

La elección de este recinto de la Fira no es una casualidad. Aquí ya hubo, de manera temporal durante la Exposición Universal de 1929, una muestra dedicada al transporte. Sin reparar en gastos: tranvías, autobuses e incluso aviones. Explica Salmerón que para hacer llegar los convois hasta la plaza de Espanya se colocaron raíles que, desde Drassanes, recorrían todo el Paral·lel. También a través de esta línea temporal circularon los trenes blindados que llevaban las obras de arte que se podrían contemplar luego en la gran feria de Montjuïc. "Media ciudad salió a la calle para ver esos trenes", relata este experto.

El chaval de Sarrià

De esa Barcelona ferroviaria al aire libre de nuestros padres y abuelos también destacaba la plaza de las Glòries, con la línea que salía de estación de França y llevaba los trenes hacia Andalucía, Galicia o Madrid. "Otro lugar muy bonito era Mercat Nou, en Sants, donde hasta 2005 todavía podías ver al mismo tiempo y al aire libre la línea 1 del metro y los trenes de Rodalies y media distancia", destaca Salmerón. También los talleres de Ferrocarrils en Via Augusta con Vergós tuvieron las vías al descubierto hasta que se cubrieron en 2004. El director del CET aporta una buena anécdota de este lugar.

Un hombre contempla la llegada y salida de trenes en la estación de França, quizás el mejor lugar de Barcelona en el que vivir de primera mano (sin pagar) la vida ferroviaria

Un hombre contempla la llegada y salida de trenes en la estación de França, quizás el mejor lugar de Barcelona en el que vivir de primera mano (sin pagar) la vida ferroviaria / Manu Mitru

En los años 40 del siglo pasado, un joven estudiante de la escuela Santa Isabel, sita junto a la parada de FGC de Sarrià, pasaba las tardes observando los trenes. No perdonaba un día, y aquello sacaba de quicio al responsable del lugar, que lo echaba de la punta del andén, lugar en el que se hacía fuerte para ver la salida y llegada de los convois. Cuando cumplió 14 años, tras muchos años de repetir la rutina, el gruñón de Ferrocarrils se ablandó y le dijo: "¿Quieres entrar?". Le dejó pasar y recorrió todos los rincones de los talleres, charlando con los mecánicos, los maquinistas... Sin duda, una de las mejores tardes de su vida hasta entonces.

Sin cultura

Más allá de que haya o no lugares a los que ir a ver pasar el tren, Salmerón lamenta que tampoco haya ningún tipo de promoción de la cultura ferroviaria. Como mucho, durante las jornadas de Open House, se ha permitido la visita a alguna cochera, pero no está en el abecé de las escuelas una visita a unos talleres o a un centro de control para conocer, y de paso, hacer más suyo, un transporte público tan fundamental como es el ferrocarril. "El tren debe aprender a venderse, pero tiene un gran problema: no tiene escaparate".

Tras la segunda guerra mundial, la fiebre del coche empezó a desplazar a las bicicletas y al tranvía (en Barcelona desaparecieron en 1971 para volver, el Tram, en 2004) y, gracias también a los avances en ingeniería, se empezaron a tapar la zanjas ferroviarias que dejaban paso a autopistas urbanas. Un poco de cemento por aquí, otro por allá. Hasta que en 2023, la ciudad ha escondido otro buen pedazo de su historia. Y una enorme atracción para los niños.