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El Cafè del Centre de Barcelona cambia de manos sin vender su alma

Lleva más tiempo en pie que Jordi Hurtado. El próximo 23 reabre un incondicional de los ránkings de "bares auténticos" de Barcelona. Esta es una historia épica en tiempos de especulación

Cafè del Centre

Cafè del Centre / Elisenda Pons

Ana Sánchez

Ana Sánchez

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Estas paredes guardan más secretos que Villarejo. Si pudieran hablar, pondrían a cualquiera los pelos más de punta que al pagar en una gasolinera. Por aquí han circulado 'celebrities', políticos, Pablo Iglesias con coleta. Se han rodado películas, anuncios, se han escondido pistolas. Ante una de sus mesas, aseguran, se fraguó la creación del Espanyol. Lo raro sería que aquí no te dieran las 10 y las 11. Es el café donde Sabina rodó su videoclip.  

Lleva más tiempo en pie que Jordi Hurtado. Cafè del Centre (Girona, 69). “1873”, anuncia el toldo de la entrada. Eso son 149 años del tirón condensados entre cuatro paredes. Es un incondicional de los ránkings de “bares auténticos”. “Sin este local –sonríen sus dueños- no habría pasado nada en este país”.

“Sorprendente”. Jordi Bel entra en su café con la boca abierta. Es el cuarto Bel que estaba al frente del negocio. El último. La familia traspasó el bar el año pasado. “El último camarero que tuve fue Arturo Valls”, se ríe. Y te enseña en el móvil el último anuncio de Cola Cao. “Está muy cambiado”, diez minutos y Jordi aún sigue con la boca abierta. El bar reabre el miércoles, 23, tras seis meses de reforma. Ahí siguen las mesas de mármol, el reloj de siempre, el suelo hidráulico, su famoso banco, ese calendario inmortal. “No se ha estropeado nunca”, prometen. El histórico café ha cambiado de manos sin vender su alma. Esta es una historia épica en tiempos de especulación

Al fondo del café sigue el reloj de siempre y su calendario inmortal.

Al fondo del café sigue el reloj de siempre y su calendario inmortal. / Elisenda Pons

Junto a la barra ahora cuelgan recuerdos enmarcados: fotos de Julia Otero, Serrat, Messi, Jean-Paul Belmondo. “Habla de quien quieras -te retan-. Seguro que ha pasado por aquí”. “Agus, ¿tú sabes quiénes son estos?”, le pregunta Jordi a su padre señalando una foto añeja de la entrada del café. “El tercero por la izquierda –responde- es un tío abuelo mío”.

Una de las fotos históricas del café que se pueden ver en las paredes.

Una de las fotos históricas del café que se pueden ver en las paredes. / Elisenda Pons

Agustí Bel tiene 78 años y una mirada risueña tras las que se intuyen mil secretos. Imposible sentarse a hablar con él menos de una hora larga. Lo mismo te cuenta chascarrillos de Tete Montoliu que de cuando hacía guacamole con Montserrat Roig o escuchaba entre el murmullo de bar hablar de “pelar a alguien”. Acumula en alguna parte 60 tarjetas de productoras de televisión. El café aún se puede reconocer en un videoclip noventero de Alejandro Sanz. “Mira, aquello es un altillo –señala al fondo del café-. Aquello no se puede contar”. Y sonríe de lado como los espías de las películas.  

En 1873 esto era un casino. “Aquello lo llevó mi abuelo”, Agustí tira de memoria familiar. Hasta que Primo de Rivera prohibió el juego y se reconvirtió en café. Rebusca en el móvil y enseña una foto en blanco y negro: “Mi abuelo y yo”. Se ve a un señor canoso encorbatado posando tras el mostrador con un niño. “Yo soy el pequeño”, se ríe.

Agustí Bel, de niño, posa con su abuelo tras el mostrador del café.

Agustí Bel, de niño, posa con su abuelo tras el mostrador del café. /

En los 60, era el 'place to be' de la época. “A las tres de la mañana, teníamos que poner un tío en la puerta, para que no entrase nadie más”, recuerda Agustí. “Maragall venía mucho. Yo era muy amigo de Montserrat Roig”. ¿Tiene a mucho famoso en el teléfono? Le lanzas la pregunta retórica a Agustí y contesta al fondo el hijo de Jordi. “Sí, tiene a Messi”, dice el nieto como si nada. “Grabó un anuncio”, añade Jordi también sin aspavientos. Agustí vuelve a sonreír de lado y cambia de tema. 

“Jordi, ¿te vas acostumbrando o qué?”, pregunta uno de los ideólogos de la reforma. “Ha quedado 'maco'. Aún lo estoy asimilando”. Él ha estado al frente del café los últimos 18 años. La cuarta generación. “Tenemos una foto con el único cliente que conoció a todas las generaciones”, cuenta. “Tenía 90 y pico de años”, añade su padre. “Era del club filatélico –apunta el hijo-, aquí también se reunían los filatélicos. Aún envían cartas”.

Un acuerdo "épico"

¿Qué pasó? “Nada”, se encogen de hombros padre e hijo. “Que vinieron estos señores y nos sedujeron”. Se refieren a Enric Rebordosa y Lito Baldovinos. Son los dos socios del Grup Confiteria. “Arqueólogos de bares”, los llaman. Están detrás de La Confiteria, Paradiso, Dr Stravinsky, Bar Muy Buenas y un largo etcétera de locales emblemáticos. 

“Cansancio, ¿no, Jordi?”, asume Enric. “Es que la restauración quema mucho”. Jordi asiente. “Aquí he pasado tragos –reconoce también Agustí-. Es un negocio muy esclavo. Tienes que estar muy encima o no estar”. Él se jubiló hará 15 años.  

Y un buen día se encontraron con dos ofertas sobre la mesa: la del Grup Confiteria y la de un macrogrupo de marca. Se decidieron por Lito y Enric. “Rehabilitan y no destrozan todo”, justifica Agustí. Pero llegó una contraoferta del otro grupo difícil de rechazar. “Doblaron la oferta”, resopla Agustí. Aun así mantuvieron su decisión. “Pensamos que para el local era lo mejor”.

“Lo emocionante aquí –añade Enric- es que tú [mira a Agustí] viniste y me dijiste: ‘Yo creo en ti’”. “¿Yo te he dicho que sí? Pues es que sí”, se quita hierro Agustí. “Hasta la indemnización que os tenía que dar –dice Jordi- me la cubrían ellos también”. “Muy épico”, resopla Enric. “Yo prefiero poder venir y estar bien”, concluye Agustí. “Pasar por aquí habría sido un lamento”, apunta el hijo.  

Una antigua mesa registradora que estaba en el altillo ahora se exhibe en la barra delante de recuerdos enmarcados.

Una antigua caja registradora que estaba en el altillo ahora se exhibe en la barra delante de recuerdos enmarcados. / Elisenda Pons

Los vecinos se paran a husmear en la puerta como si revisaran las obras de su piso. Asienten con aprobación. “No hay nada de lo importante en el bar que no esté”, garantiza Enric. La mesa del antiguo casino sigue en su sitio. Han rescatado del altillo una antigua caja registradora. Hasta han recuperado los colores originales de las columnas y las puertas: eran verdes. Está igual, pero diferente. Más luminoso. Le han quitado 40 años de nicotina. Un viaje en el tiempo exprés. Hay balanzas antiguas de las que colgarán sobrasadas. “Evoca lo que él hacía –Enric señala a Agustí-. Es el primer sitio en Barcelona donde había caviar. De los primeros sitios delicatessen de Barcelona”. 

Un rincón con antiguas balanzas evoca los tiempos en los que el café vendía piezas 'delicatessen'.

Un rincón con antiguas balanzas evoca los tiempos en los que el café vendía piezas 'delicatessen'. / Elisenda Pons

“Será un bar de barrio –adelanta Enric- con una cocina parecida a la del Betlem”. De hecho, estará en la cocina Víctor Ferrer, el chef del local vecino. “Realmente es un círculo que se cierra”, apunta el socio del Grup Confiteria. “El Betlem era un colmado de la tieta de Víctor. Agustí iba a gastarle a ella y ahora Víctor viene a explotar el local”. 

¿Que por qué mantener esta memoria de bar? “Cuando tú vas a una ciudad como Nueva York, París o Milán –responde Enric-, lo que refleja el espíritu del tiempo son sus bares. El polen del tiempo está en los bares”.

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