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La futura plaza de Enric Granados, el Vergel de la Discordia

Jamás propuso Ildefons Cerdà motorizar el Eixample y sí, por el contrario, "ruralizar la ciudad", una propuesta que, con más de 100 años de demora llega ahora no exenta de discusión

PLAZA ENRIC GRANADOS

PLAZA ENRIC GRANADOS

Carles Cols

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Suban a la máquina del tiempo. No vamos lejos, ni en el calendario, viajamos a verano del 2023, ni en el espacio, ya que el destino es la intersección de las calles de Enric Granados y Consell de Cent, pues allí se va a acometer una metamorfosis urbanística tan sorprendente como la que en el reino animal convierte las rollizas orugas en livianas mariposas. Aquel cruce del Eixample, donde ahora predomina el asfalto de la calzada y el hormigón de las aceras, será un jardín en el que casi la mitad de los 2.000 metros cuadros que enmarcan las cuatro fachadas de las esquinas estarán ocupados por 51 especies vegetales distintas. Si Cerdà levantara la cabeza…, critican algunos, y parece que olvidan que el faro que guiaba al padre del Eixample era convertir en un proyecto urbanístico la ‘joie de vivre’ que anhelaban los movimientos higienistas. “Hay que ruralizar lo urbano”, dejó escrito Cerdà, sea dicho ya de paso.

Mucho (bien y mal, según desde que trinchera se divisa el frente de guerra) se ha hablado y se hablará sobre los ejes verdes que el Ayuntamiento de Barcelona ha decidido impulsar contra el cambio climático. De todos ellos, el plan (para algunos) más controvertido es la bucolización de la calle de Consell de Cent, que renacerá como senda peatonal y donde cuatro de sus intersecciones se refundarán como plazas, Rocafort, Borrell, Girona y Enric Granados, y de todas ellas la última promete ser poco menos que un vergel. Echando mano de lo que ya sucedió hace 120 años en esta ciudad, cuando con eterno acierto la prensa satírica bautizó una porción del paseo de Gràcia como la Manzana de la Discordia, se podría decir ahora que este viaje en la máquina del tiempo tiene como destino el Vergel de la Discordia.

Pilota la expedición en el tiempo Miriam García, miembro del laboratorio paisajista LandLab, el estudio que ganó el concurso para ajardinar  ese cruce de Enric Granados. “Esto ya no va de si coches sí o coches no, el debate es otro, va de la temperatura de la ciudad, del clima actual y sobre todo el que está por venir, y especialmente va del aprovechamiento de cada gota de agua que regala la lluvia”, resume.

Queda lejos ya el debate que suscitaron en su día las plazas duras. Se urbanizaron en los años 80. Algunas siguen ahí, tal cual. En ellas se echaba en falta el verde, pero lo que entonces no se debatió, porque los tiempos eran climáticamente otros, es que cómo aquellas plazas de hormigón malbarataban el agua. En una plaza dura la lluvia termina en el alcantarillado. Durante años esto pareció lo más normal. Lo nuevo es evitar ese despilfarro. La característica oculta de lo que será plaza de Enric Granados es la enorme permeabilidad del suelo, que no solo saciará la sed de la vegetación, sino que alimentará el acuífero subterráneo de la ciudad.

La plaza de Enric Granados prometida por LandLab.

La plaza de Enric Granados prometida por LandLab. / LandLab

García, y eso es predecible, es una entusiasta convencida de la transformación que se avecina en Consell de Cent, donde en menos de medio año comenzarán las obras. Aventura que cuando el proyecto esté finalizado, es decir, antes de verano de 2023, aquello será la versión barcelonesa del celebrado High Line de Nueva York, el parque que las autoridades de aquella ciudad plantaron literalmente sobre las vías de una línea elevada del ferrocarril. Aquella infraestructura iba a ser demolida. Rudolph Giuliani, como alcalde, llegó a firmar la orden de derribo, pero a la vista de que la vegetación espontánea había comenzado a colonizar las vías se desencadenó un proceso de salvación cuyos resultados son hoy mundialmente conocidos. Se suele conocer a los pioneros por las flechas que llevan clavadas en la espalda, se dice en ocasiones ante momentos de transformación como estos. En el caso de Barcelona, las flechas aún vuelan. Hay quien sostiene que proyectos como este, que echan el candado a la era del coche, supondrán la muerte por inanición comercial de la ciudad, pero el ayuntamiento sostiene que en la ‘superilla’ de Sant Antoni ha sido al revés, han crecido un 16% el trajín de las tiendas.

El cruce de Enric Granados y Consell de Cent, una solana aún.

El cruce de Enric Granados y Consell de Cent, una solana aún. / RICARD CUGAT

El motivo del viaje en el tiempo no era, sin embargo, echar sal en las heridas, sino previsualizar la plaza de Enric Granados a un año vista o, si se prefiere, porque el reino vegetal se toma su tiempo para crecer, de aquí al 2025, por ejemplo. De las 51 especies que habitarán el lugar, algunas ya preexistentes,  por presencia merecerán la pena destacar, sugiere García, los ejemplares de arce de Montpellier, antiquísimo habitante de Europa, de cuya madera, o eso aseguraba Plinio el Viejo, se podían obtener formidables lanzas, pero lo que de ellos viene al caso es la pictórica elegancia con la que marcan el paso de las estaciones. Otoños de copas rojizas, como marca el canon. De sus peculiares hojas de tres lóbulos se espera, además, que obren el efecto de reducir entre dos y cuatro grados la temperatura en aquella intersección del Eixample, al menos en comparación con otros cruces más desnudos del mismo distrito, con el feliz plus, además, de que la plaza está equidistante de los jardines interiores de la Universitat de Barcelona, hogar de árboles históricos de la ciudad, entre ellos un ginkgo, un fósil vivo, algo así como el celacanto del reino vegetal, y, al otro lado, la plaza de Letamendi, que aunque de desafortunado diseño es donde hace dos siglos echaron raíces unas palmeras washingtonianas de 26 metros de altura, que se dice pronto.

La plaza, tal y como la imagina el laboratorio de arquitectura LandLab, cuando sea otoño, con sus arce de hojas encarnadas.

La plaza, tal y como la imagina el laboratorio de arquitectura LandLab, cuando sea otoño, con sus arce de hojas encarnadas. / LandLab

La vegetación de la plaza estará dividida, a vista de pájaro y con formas orgánicas que recuerdan un poco la arquitectura de Enric Miralles, en tres áreas distintas, un bosque de lluvia, una zona de vegetación mediterránea y, por último, cara a cara con el seminario (que si echara al suelo el muro que le separa de la calle sería ya la repera), un rincón de jardín botánico. La masa vegetal es notable. Dispondrá incluso del primer hotel de insectos de la trama urbana, pues hasta ahora eran exclusivos de grandes parques de la ciudad. Que como clímax la vida ornitológica de ese oasis sea rica y variada será, a medio plazo, la prueba del nueve de que los objetivos marcados han sido alcanzados.

Quedará así atrás, como dice García, “esa etapa del mientras tanto” que fue la del llamado urbanismo táctico. El primer desconfinamiento de la pandemia lo encaró el Ayuntamiento de Barcelona con una batería de medidas que ya entonces ser anunció que eran provisionales. Pintar media calzada de la calle de Consell de Cent de amarillo fue una de las medidas y, quizá por el color elegido, una de las más llamativas y criticadas. Aquel paréntesis tiene, pues, fecha de caducidad, pero no otra de las decisiones que se tomó en aquel accidentado desconfinamiento, el de apostar por una ciudad vegetalmente despeinada. Esta era una idea meditada con anterioridad, la de poner fin a esa obsesión con los ajardinamientos versallescos, que no solo exigen cuidados constantes, sino que son, además, grandes consumidores de agua. Aunque siempre dentro de un orden, el vergel de la plaza de Enric Granados responderá a su manera a esa ruralización que anhelaba Cerdà. Los límites los han impuesto solo las exigencias ineludibles de la vida en la ciudad. ¿Cómo cuál? Que nada impida, por ejemplo, el paso y el giro de los camiones de bomberos.

Dentro de un año, examen.

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