Esencia de barrio

Un puñado de bares con solera sobreviven al Sant Antoni de moda

Pequeñas bodegas o casas de comidas mantienen recetario tradicional, identidad y precios populares en uno de los barrios con más desembarcos gastronómicos de Barcelona

Javier Caballero, al frente del Bar Bodega Gol, muestra algunos de sus platos estrella:  surtido de 'closques', fricandó de carrillera y 'cap i pota'.

Javier Caballero, al frente del Bar Bodega Gol, muestra algunos de sus platos estrella: surtido de 'closques', fricandó de carrillera y 'cap i pota'. / MANU MITRU

Patricia Castán

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Cualquier ‘foodie’ o adicto a probar las novedades gastronómicas de Barcelona tiene parada obligatoria (y continua) en Sant Antoni, convertido ya hace unos años en barrio de moda para el vermut, el tapeo, las cenas o los tragos a cualquier hora. Es difícil estar al día de los estrenos y los relevos, que casi siempre avanzan hacia interiorismos de diseño, platillos coloridos, camareros estilosos y ambiente cosmopolita, en especial a partir de los jueves por la tarde. Un escenario en el que los humildes bares de comidas con solera tienden a extinguirse al dictado de las subidas de alquiler o las jubilaciones, con un limitado puñado de supervivientes en los que aún es posible sentarse a la mesa o barra por poco dinero y con mucho salero y sabor casero.

Los vecinos de siempre conocen esos cotos, auténticos y enfocados al barrio y no a sus crecientes visitantes. La prueba es que varios abren de lunes a viernes (o hasta el sábado por la mañana) y descansan como el resto de sus parroquianos. La evolución en la zona ha vividos dos corrientes paralelas: esencialmente hacia los bares y restaurantes ‘cool’, de autor y de nuevas tendencias gastronómicas, pero también con algunos relevos silenciosos (sin alterar en nada la oferta) protagonizados por emprendedores chinos, como ha sucedido con muchos bares en todos los barrios.

José Ramon González presume de sus tortillas en el Bar Lalans.

José Ramon González presume de sus tortillas en el Bar Lalans. / Ferran Nadeu

En este contexto, la ruta mostrada se caracteriza por las persianas levantadas a primerísima hora y por ser toda una trinchera de encuentros cotidianos, guisos atemporales y un trato que solo aporta el negocio de proximidad. Antoni N., nacido en este enclave del Eixample que conoce al dedillo, relata y muestra cómo su itinerario se ha ido limitando. Lo prueba casi todo, pero por economía y adicción a los pucheros, es cliente fiel de los pocos que han sobrevivido a las purgas, y que en algún caso también están condenados a la desaparición a falta de relevo generacional.

En casos tan populares como la Bodega d’en Rafel, establecimiento con décadas de currículo pero convertido en bar de culto por obra, gracia y generosidad del Rafel Jordana que le da nombre, llegó a cundir la alarma cuando se supo de su jubilación. Sin embargo, como avanzó este diario, peleó por dar el testigo (en enero) a alguien con ganas de mantener su esencia. El nuevo titular, con otro negocio histórico en el Paral·lel, realizará algunas mejoras funcionales pero preservará la continuidad, incluso del personal.

Legado preservado

Este mediático caso no ha sido el único rescate. Hay más pequeños milagros, como el del Bar Bodega Gol, en el 10 de Parlament. Cuando José Maria Gol y su primo se jubilaron a la par, lo más probable era algún empresario adquiriese la licencia (cotizadas desde su limitación por el plan de usos de 2018) y dinamitase ese rusticismo. Pero allí estaba Javier Caballero, un nostálgico del ADN del barrio, con mucho rodaje en un gran grupo de restauración y en un negocio propio, pero que también había servido un tiempo en el local de Rafel.

Montse y David, al frente del Bar Amadeu, un miércoles, día de sopa y 'carn d'olla'.

Montse y David, al frente del Bar Amadeu, un miércoles, día de sopa y 'carn d'olla'. / MANU MITRU

Con el apoyo de su hermano Francisco, tuvo la osadía de resucitar el Gol en abril de 2020, intermitentemente por la pandemia, pero garantizando una larga vida a los platos de ‘cap i pota’ que corrían por las venas del bar. “Solo pintamos y decoramos un poco, había que mantener el espíritu de bodega del barrio”, relata. Apenas tiene turismo (llegan de casualidad) y no piensa traducir la carta. “Aquí ha comido gente de Estados Unidos que se ha ido flipando”, pese a no entender lo que pedían.

Su pareja le ha abierto la ventana de las redes sociales, que se toma con calma, porque su surtido de ‘closca’, el fricandó y los callos hablan por sí solos. A la cocina catalana de 'chup chup' suman mucho sabor marinero y hasta carnes a la brasa. Pere y Javito en cocina, y Edi sirviendo como querría cualquier comensal completan la escena, con tal acogida que abren parte del fin de semana.

Sin andar demasiado, asoman otros hosteleros que ponen sal a Sant Antoni desde el primer café del día. Y eso que José Ramón González madruga (o apenas duerme) para estar desde las 5.30 horas de la mañana a destajo en los fogones de Lalans. Con retos como preparar unas 250 raciones de tortilla (que suman 10 kilos de patatas, dos de cebollas y unos 30 huevos diarios) que siempre se quedan cortas, ahora que se ha corrido la voz y llegan curiosos de media ciudad a catarlas.

Toni Nogués, con un botillo leonés y un codillo en su Cal Toni.

Toni Nogués, con un botillo leonés y un codillo en su Cal Toni. / JOAN MATEU PARRA

Ganar menos y dar más

La humildad y el buen hacer de este cocinero y emprendedor se deja ver en sus tíquets de coja o en su hoja de ruta: que si una tapa (que otros llamarían ración) de oreja guisada o de lacón por 3,5 euros, que si un horario que acaba a las 17.00 para poder vivir. Y es que la única forma de mantener esos precios es “ganar menos” y aspirar a una nómina en lugar de a engordar beneficios, explica, con su hija en la barra, con la peculiaridad de “no querer terraza” pese asomarse a la avenida de Mistral, porque “no saldrían los números”.

A unos pasos, cientos de incondicionales conocen al dedillo el calendario fijo del Bar Amadeu (Entença, 13), que hace 53 años fundó como bodega el padre de Montse Morgades. Lo increíble es que el hombre, a sus 85 años, sigue acudiendo a ayudar en una cocina que ha basado su oferta en tres platos diarios, con auténticos ‘hits’ vecinales Los martes hay pasión por bacalao y los callos, y los jueves, por el rabo de toro. Pero los inviernos no serían lo mismo sin sus miércoles de sopa de ‘galets’ seguida de ‘carn d’olla’ a tutiplén, con imprescindible reserva. Cualquier plato (en dosis que no defraudan) cuesta 9 euros y rebosa amor. Los sábados abren hasta las cinco de la tarde (como cada día) para alegrar el día con sus anchoas y vermuts de grifo. ¿La clave de la resistencia? La suerte de un local en propiedad.

No hay amante del codillo en el barrio que no sepa que martes y viernes lo puede devorar por solo 5,5 euros en Cal Toni, en el 23 de Entença, donde Toni Nogués lleva 34 años al timón de un pequeño bar de comidas que antes se llamó La Murciana. Su mujer cocina sin tregua caldos variados y botillo, entre otras especialidades, aunque también hacen brasa y una pequeña carta estable. “Muchos clientes vienen hace 20 años, saben que los platos son completos y con uno (que lleva guarnición) ya comen”. Un detalle que solo se explica con un dato: trabajan de 6.30 a 22.00 horas, y hasta hace un año no empezaron a librar los fines de semana. “Los trabajadores cobran, y yo, si llega el dinero”, bromea, con la esperanza de encontrar un relevo local cuando se jubile.

Enric y Núria en el Bar Bodega Chiqui, especializado en vermuts pero que ahora también sirve sushi.

Enric y Núria en el Bar Bodega Chiqui, especializado en vermuts pero que ahora también sirve sushi. / Ferran Nadeu

En el Bar Bodega Chiqui (Vilamarí, 27), que el padre de Enric Riasol cogió en 1959, la clave es la fuerza familiar. Junto con su mujer Núria y su hija Sònia sirven poderosos vermuts (en especial fin de semana), platos combinados de siempre y bocadillos con cariño. Y aunque los conoce todo el barrio, ahora han sido noticia por incorporar con éxito (desde la pandemia) el sushi a su repertorio, al sumar a su yerno Douglas, especialista en cocina japonesa con la propuesta Grado Sushi, que aún ha dado más energía a este punto de encuentro.

Antoni N. alaba al Gelida, pero ese histórico queda ya al otro lado de la Gran Via, fuera del coto de Sant Antoni, donde unos pocos más mantienen la memoria hostelera del barrio y quedan pendientes de homenaje.

El Jabalí revive como La Jabata

Una de las más recientes novedades en la hostelería de Sant Antoni supone un caso singular y que ha hecho diana en el barrio. Lo escribe Fernando Blanco al haber cogido las riendas del que fuera el emblemático El Jabalí, en Aldana con la ronda de Sant Pau, que llevaba un tiempo cerrado. El local, que ejercía también de charcutería, precisaba una puesta al día para ejercer solo de bar restaurante, pero con la voluntad de dar continuidad a su esencia, su característico altillo y los platillos para compartir, explica.

Esa conexión se percibe ya en el nuevo nombre actualizado pero con vistas al pasado, La Jabata, y en mantener a profesionales en sala como Juan, que sumaba 16 años en la casa. O en el hecho de que Blanco viniese del cercano Los Cachitos y adore el territorio. En esta nueva etapa, donde se abrazan el producto catalán y el gallego, conviven aperitivos como boquerones y torreznos de podio, tapas clásicas (de la ensaladilla a las croquetas caseras), algunos platos que llaman sanos y donde despunta el atún, repertorio de las Rías gallegas, bocadillos para pecar y sugerencias como los calamares con alcachofas, que ya son un 'top' de la casa.

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