Barceloneando
Quimet Sabaté, el pintor que mira a la Rambla
Artista de renombre, tiene un estudio en el Portal de la Pau desde hace 20 años, y desde allí contempla la avenida
Él y su hermano se enamoraron de la misma mujer. Echaron una moneda al aire y Joan, su gemelo, se retiró
Quimet Sabaté y su hermano se enamoraron de la misma mujer, Maria. ¿Cómo desempatar una situación tan compleja? No solo eran hermanos, también eran gemelos. Optaron por el método que emplearon en otras situaciones de sus vidas: lanzaron una moneda al aire. Quimet eligió cara: "Siempre cara”. Y ganó.
El hermano, Joan, se retiró y permaneció soltero para siempre: “A partir de entonces ya solo yo me subí con ella en los caballitos”, cuenta Quimet. Pero a ella, a su esposa, no le contaron lo de la moneda hasta años después, cuando ya era madre.
Quimet Sabaté Casanova es un pintor de renombre con una larga trayectoria. Cumplirá 85 años en un par de meses. Hace más de 20 años que posee un principal en uno de los edificios de la plaza del Portal de la Pau, donde nace la Rambla. Y es muy fácil detectar su presencia cuando se pasea por la calle: a menudo mira por la ventana. Si hace más frío, con la ventana cerrada. Si hace calor, abierta. Hace más de 20 años que mira a la Rambla desde esa ventana. Antes tuvo varios estudios, otros dos también en la Rambla: un estudio pared con pared con el Liceo y después uno en el número 55.
Palomas en el salón
Desde que llegó a este último estudio, siempre pintó en los metros más cercanos al balcón. La luz. Este jueves, dos palomas paseaban tranquilas, ahora en el balcón, ahora dentro del piso. A diferencia de su nieta, que las mira con recelo, él les muestra simpatía: “Me conocen, las pintaba”. Ha pintado mucho la Rambla. Ahora Sabaté ya no pinta, y eso que se había propuesto, según relata Mar Gómez Sabaté, la nieta y actual marchante del pintor, no dejar el pincel hasta el último momento.
Lo dejó hace seis años, cuando murió su hermano gemelo, que fue quien se encargó de vender su obra, evitándole así el trance comercial al artista. Los hermanos nacieron en Mora la Nova el 7 de mayo de 1936. Un momento complicado, poco menos de un mes antes de que empezara la guerra civil. El pintor enseña una foto de los dos bebés: “No sé cuál de los dos soy”.
El profesor Pascual
En el pueblo, los hermanos idénticos se complementaban muy bien. “El profesor Pascual decía: Sabaté, sal a la pizarra. Si era algo de Matemáticas, se levantaba mi hermano. Otro día, el profesor decía: Sabaté, sal y dibuja un reloj. Y me levantaba yo”. Ese profesor Pascual fue decisivo para la vida de la familia. Le dijo al padre que uno de los dos niños pintaba muy bien: “Le sale de dentro”. Y que tenía sentido irse a la ciudad para dar cancha al adolescente.
En Mora, cuenta Sabaté, había esencialmente dos destinos profesionales: “Ser ferroviario o payés”. Más duro ser payés, subraya. Cuando los gemelos tenían 14 años, la familia se instaló en Barcelona. Su padre, empleado de Fecsa, pidió el traslado a la capital catalana. Nada más llegar, el joven Sabaté se puso a trabajar. Primero, en Tallers Fontcuberta. Allí hacían publicidad pintada, “firmas importantes. Primero fui el último mono. Me dedicaba a ir a buscar agua. Hasta que uno enfermó y lo suplí. Y vieron que lo hacía bien”.
Después trabajó para un marchante internacional: copiaba obras o pintaba las que le encargaba un pintor húngaro que no sabía pintar. 50 pesetas por cuadro. Y el húngaro los exponía: “Sabía de que iba el tema, pero en la práctica no sabía pintar. Se hacía pensar por artista”. Más tarde aprendió con el pintor Rosendo González Carbonell, que un día no le abrió más la puerta. Quizá por celos, quizá porque le vio un cuadro demasiado bueno, la cabeza de un niño, para seguir enseñándole nada, quizá ambas cosas.
El gemelo decisivo
De su hermano dice: “Siempre había estado detrás de un mostrador”. En Barcelona, Joan, se empleó en una droguería. Formarse en la vida comercial le fue bien: con el tiempo se convirtió en marchante de su hermano. Joan fue a vender uno de sus cuadros a una sala museo en la calle de Ferran. Y luego más cuadros. Y los dos hermanos se independizaron.
Los hermanos, por cierto, hicieron volar la moneda en otras ocasiones: “Como gemelos, cuando nos tocó el servicio militar podíamos elegir que uno lo hiciera antes para que el otro se quedara con los padres. Ganó él y me fui antes”.
Hacer de negro de un pintor ya era historia, y Sabaté desarrolló una sólida carrera, con presencia internacional. Fue amigo de Ángel Planells, y conoció bien a Dalí, que, resulta visible, le influenció. Mucho reloj blando en algunos lienzos. Ha vivido de lo suyo: “Puedo decir que he vivido sin trabajar, porque he vivido de lo que me gustaba”.
Sabaté habla sentado en un sillón rodeado por su familia: su hermano, su padre, su padre, un tío, una prima, la abuela paterna. Todos ya muertos, pero vivos como cuadros. Sabaté conserva todo el pelo y no toma medicación. Y tiene todo el futuro concentrado en su nieta. Su estudio tiene varias habitaciones y sus obras las pueblan. En las interiores se concentra su arte erótico: lo abordó, dice, a partir de los 70. Y se metió a fondo. Penes por doquier y mujeres abordándolos pueblan los espacios.
Los últimos cuadros que pintó fueron los de sus nietos, Mar y su hermano, profesor en Vic. Desde entonces, acude a su taller pero no para empuñar pinceles. Ahora pasa la mañana ahí. Si suben por la Rambla, miren a la derecha, en la plaza del Portal de la Pau, busquen un rostro en la ventana. Es el del pintor Quimet Sabaté Casanova.
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