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El refugio de Companys aparece en Freedonia

Hace 11 años comenzó Josep Maria Contel la búsqueda de un túnel que llevaba a la mismísima Generalitat, una misión arqueológica felizmente resuelta en el subsuelo mientras en la superficie caían 'presidents'

Josep Maria Contel muestra los planos del refugio.

Josep Maria Contel muestra los planos del refugio. / periodico

Carles Cols

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Un palacio gótico, los planos de un túnel secreto, el sorpresón de que ese pasadizo realmente existe y, todo eso, además, en un país políticamente más convulso e impredecible que la Freedonia de 'Sopa de Ganso', en el que el susodicho palacio es la sede del Gobierno y el presidente al frente teme que las fuerzas policiales de sus adversarios rodeen el edificio para detenerle. Con  mimbres como estos es imposible no trenzar un buen cesto, una buena crónica periodística, salvo que, mecachis, ya la publicó el pasado 26 de octubre ‘eldiario.es’. La noticia, por decirlo culinariamente, la cocinó allí Pol Pareja a la plancha y en su punto perfecto de cocción. ‘El búnker secreto que Companys mandó construir junto al Palau de la Generalitat’. Así la tituló. Pueden buscarla y leerla, pero aquí se la serviremos, si gustan, con acompañamiento, con una ensalada de material inédito.

Así es. Durante 80 años ha habido en una calle adyacente al Palau de la Generalitat (por seguridad, el lugar exacto no se nos permite publicarlo) un sólido refugio de guerra que había caído en el olvido. Una cosa es perder las llaves. Otra, muy distinta, la memoria de una puerta trasera a la sede del gobierno. Se accedía a él desde la calle, pero también a través de otro túnel de la época de la Guerra dels Segadors (1640-1652) que fue descubierto en 1937 durante las obras del refugio y que, lo habrán deducido ya, también cayó en el olvido.

El subsuelo de Gòtic, y esto no es ninguna gran revelación, es un colosal queso 'gruyère' de piedra con lonchas prehistóricas, romanas, musulmanas, medievales y de cada una de las convulsas etapas modernas de Barcelona, que han sido muchas y sangrientas antes del clímax de la guerra civil.

Solo puntualizar una cosa más antes de ir a la guarnición de setas. Aquel refugio y aquel pasadizo del siglo XVII iba a dar a un segundo refugio situado en los sótanos de la Generalitat, este sí perfectamentre conocido, y que cuando Juan Antonio Samaranch era el inquilino del edificio durante el franquismo, se recicló en un anodino archivo. Dicen que a otras estancias de la Generalitat les dio usos más emocionantes, con espejos en el techo, pero eso es un capítulo pendiente para otra ocasión.

Lo apasionante ahora es cómo ese refugio olvidado fue redescubierto, una suerte de ‘joint venture’ entre arqueológica y policial, porque hay que imaginar la cara de susto de los responsables de la seguridad presidencial el día que alguien con aspecto de sabio despistado les reveló la existencia de una puerta subterránea que daba acceso al inmueble que tenían la misión de proteger.

El señor X, el historiador y el policía metido a Champollion

En esta aventura han participado varias personas, pero conviene destacar sobre todo tres: un encomiable funcionario municipal que evitó que los planos del refugio terminaran en una trituradora de papel (no se sabe su nombre, le llamaremos X), un historiador local con pasión especial por censar y documentar los refugios de Barcelona, Josep Maria Contel, y, tercero, Lluís Vivancos, responsable de la unidad del subsuelo de los Mossos d’Esquadra y, en esta aventura, incluso nuestro Jean François Champollion particular, porque tanto le gustó este caso que hasta descifró unos enigmáticos jeroglíficos que, tal vez durante los bombardeos de la aviación italiana, alguien escribió en las paredes del refugio. Aquí los tienen en esta foto, por si aceptan el reto, y como si de una revista de pasatiempos se tratara, al final encontrarán la solución.

La cuestión es que en el año 2009 (sí, esto viene de lejos), el señor X se acercó a Contel al término de unas jornadas sobre los refugios de la guerra civil. Le contó que le restaban dos días para la jubilación y que, vista la pasión con la que el historiador vivía aquella materia de estudio, le quería entregar una carpeta de los archivos de Clabsa, el nombre de pila entonces de la empresa municipal encargada del alcantarillado y otras entrañas de Barcelona. Le contó que aquella carpeta había terminado en los archivos de Clabsa procedente de los fondos documentales de la Junta de Defensa Pasiva que durante la guerra civil pilotó la construcción de más de 1.300 refugios en Barcelona (una cifra que quita el hipo a poco que se repare en ella y que, dicho esto con ánimo de malmeter, deja en mal lugar al actual ayuntamiento cuando dice dice que necesita 10 años para crear 21 ‘superilles’ en el Eixample) y añadió que temía que aquel tesoro documental  terminaría olvidado en cualquier estantería o, peor aún, en la basura.

Contel leyó la descripción del contenido de la carpeta en la tapa y, acto seguido la sujetó tan fuerte contra su pecho que podría decirse que el cartón de las tapas latía al ritmo acelerado de su corazón. Disculpen la cursilería, pero es que para Contel fue un momento inolvidable, como si poco antes de 1870 a Heinrich Schliemann le hubieran dado los planos de Troya.

En la carpeta estaba todo. La descripción del proyecto, el plan de obras y hasta los jornales que cobraron GrauChimenis y Parcerisas, por citar tres de los trabajadores que empleó Sarriola, una empresa contratista de la época. Quedaba la duda razonable aunque remota de que el refugio no existiera. Quién sabe, un pelotazo guerracivilista, que todo se hubiera proyectado, cobrado y no realizado, pero no lo parecía. Toda duda se disipó un día en que en Facebook vio una foto de las tripas de una calle adyacente al Palau de la Generalitat, fechada en los años de la guerra, en que varios trabajadores trabajan en un encofrado. Era el mismo lugar. El refugio de Lluís Companys existía, eso era obvio, pero no se imaginaba a sí mismo Contel como un Indiana Jones, golpeando el suelo del barrio Gòtic como si fuera la veneciana biblioteca San Barnaba en busca de la tumba del último cruzado.

De Montilla a Torra

Menos audaz y, equivocadamente, exploró primero la vía política. Tiene agenda de teléfonos para ello y creyó que lo lograría. Primero cosechó el desdén del equipo de José Montilla. Después, más o menos lo mismo le ocurrió con el de Artur MasCarles Puigdemont Quim Torra tuvieron una actitud muy distinta, proactiva, como se dice ahora, pero eso fue porque por el camino sucedió algo fortuito y afortunado.

Vivancos (recuérdese, el jefe policía encargado de evitar toda amenaza procedente del subsuelo) conoció a Contel porque requería de su ayuda para visitar una antigua mina de agua de Vallcarca. El historiador, al terminar, le pidió un favor. Le enseñó su tesoro, la famosa carpeta del señor X, y Vivancos, muy profesional, entendió que eso requería una investigación a fondo.

La exploración sobre el terreno llevada a cabo por primera vez a finales del 2016 fue casi de película. Los agentes bajaron a aquel sótano que en época de Samaranch hacía las veces de archivo. Tras desconchar el yeso de una pared apareció lo que sin duda era una entrada desconocida. Pico y pala. Tras el muro saltó la primera sorpresa. Esperaban un pasillo de acceso al refugio y lo que encontraron fue un túnel fechado en 1645 y con una firma, P. Pau, arquitecto de la época. El famoso ‘gruyère’ del Gòtic, vamos.

El año 2017 fue, como se sabe, convulso en la superficie. Entre los planes de Puigdemont aquel octubre en que el Parlament fue Freedonia estaba (así lo relata Lola García en su libro ‘El naufragio’) encastillar a todos los miembros del Govern en el Palau de la Generalitat y confiar en que una multitud de sus partidarios rodeara el edificio y cortara el paso a la Guardia Civil, pues daba por hecho, inocente él, que ese sería el cuerpo policial que querría detenerle. Sopesó incluso tener a mano un teléfono vía satélite por si le cortaban las comunicaciones desde el exterior y, por supuesto, provisiones. No sabía que, llegado el caso, quien tenía un plan para esposarle era Josep Lluís Trapero, pero sí sabía por entonces (lo que enlaza con nuestro túnel) que la huida bajo tierra era inviable. Era informado puntualmente de los avances de esa misión arqueológica secreta.

El túnel estaba sencillamente colapsado. Ese fue el destino de mucha ingeniería civil bajo tierra terminada la guerra. El franquismo recicló para uso propio algunos refugios y hasta proyecto algunos nuevos, por si se producía una invasión aliada durante la segunda guerra mundial, pero terminado ese conflicto bélico, los accesos a esa ciudad subterránea fueron llenados con escombros.

Al llamado refugio de Companys no se llegó hasta finales del 2018, ya con Quim Torra como ‘president’ y también periódicamente informado sobre la cuestión. Un día, en broma, un veterano periodista de Barcelona le entrevistó y, en la sesión de fotos, en lo más alto del Palau de la Generalitat, le preguntó si se veía huyendo por los tejados del Gòtic. Sin revelar nada, solo dijo que desde luego sería imposible hacerlo por los túneles.

Una camisa fantasmagórica

Vivancos y un reducido grupo de agentes fueron los primeros en entrar, a través de un antiguo pozo de ventilación del refugio que fue necesario excavar previamente. Sucedió entonces eso mágico que ocurre a veces cuando entra aire fresco en un recinto sellado durante décadas, siglos o milenios: una camisa que alguien dejó ahí dentro se desintegró fantasmagóricamente a ojos vista. Encontraron latas de conserva, un zapato, un collar y, lo dicho, hasta unos jeroglíficos.

De aquello hace ahora dos años. Que Pol Pareja y un equipo de TV3 capitaneado por Antoni d’Armengol entraran en el refugio hace pocas semanas, además de un motivo de sana pero inmensa envidia, parece que es lo que en términos periodísticos podría calificarse como la voladura controlada de una noticia. Demasiada gente había estado involucrada en su hallazgo. Más pronto que tarde podría correrse la voz. En manos equivocadas, cabe la posibilidad de que algún muy rojigualdo medio de comunicación del lobi patrio español dijera que Puigdemont en persona cavó el túnel con una cucharilla de café, a lo Clint Eastwood en Alcatraz. Mejor cerrar el caso. Una voladura controlada.

Posdata. Vivancos, a quien hay que agradecer la ayuda prestada para la cocción de este artículo, es también, como quedó prometido, nuestro Champollion. He aquí la resolución de uno de los tres jeroglíficos del refugio. El resto queda pendiente, por si aceptan el reto.

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