barceloneando

Los violentos 20 de Barcelona

El Ranchito, taller de maravillas digitales, se merece una calle en la ciudad por el viaje en el tiempo que brinda en 'La sombra de la ley'

zentauroepp53345357 la sombra de la ley200520123927

zentauroepp53345357 la sombra de la ley200520123927 / periodico

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El Ranchito, empresa de efectos visuales con un cuarto de siglo de historia a sus espaldas, se merece una calle en Barcelona. Opciones de descabalgar del nomenclátor a algún héroe inapropiado las hay en abundancia. Queda prometida para luego una sugerencia. Calle de El Ranchito número tal o cual sería una estupenda dirección postal y, además, la empresa se la merecería no solo por la larguísima lista de premios Goya, Gaudí y Visual Effects Society (estos últimos, algo así como las estrellas Michelin de esta sectorial cinematográfica), sino por el impagable trabajo que realizó para recrear la Barcelona de 1921 en ‘La sombra de la ley’, película dirigida por Dani de la Torre en el 2018 y estrenada en Netflix. Es un estupendo viaje en el tiempo a una época que fue borrada de los libros de historia de las generaciones que fueron a las escuelas del franquismo y a las de, como mínimo, la primera década de la democracia. Nos robaron 1921 y los años inmediatamente anteriores y posteriores. Visto así, ¿merece o no una calle quien con su oficio ha ayudado a resolver aquel gran hurto?

En 1921, aquella ciudad violenta como un Chicago, desinhibida como un Berlín y anarquista como ninguna otra

El de 1921 no fue un año cualquiera en España y, menos aún, en Barcelona, entonces una ciudad violenta como un Chicago, desinhibida como un Berlín y anarquista como ninguna otra. He aquí una recapitulación muy telegráfica de aquel pandemónium. El pistolerismo puso fin aquel año a más de 100 vidas en las calles de Barcelona. El alcalde, Antonio Martínez Domingo, salió indemne de un atentado en la calle de Jaume I. Menos suerte tuvo en Madrid, cuando regresaba a casa, el presidente del Gobierno, Eduardo Dato, pues fue mortalmente ametrallado desde una moto con sidecar por tres anarquistas que, no sin razón, le acusaban de haber puesto al frente del Gobierno Civil al más cruel de los gobernadores civiles que ha habido en Barcelona, Severiano Martínez Anido, un desalmado al que se atribuye la patente de la ley de fugas, o sea, pegarle un tiro al detenido y decir después que se escapaba. 1921 era también la Barcelona de la lujuria, del legendario lupanar de la calle del Arc del Teatre, Madame Petit, hogar del primer bidé de España, y también el año de esas proyecciones clandestinas que se organizaban para ver las películas pornográficas que Alfonso XIII encargó a los hermanos Baños para saciar su borbónico apetito sexual.

Pero este telegrama resultaría inaceptablemente incompleto sin una referencia más, fundamental en la historia de España, el desastre de Annual, un tabú en los libros de texto escolar de varias generaciones. Por la impericia militar de la cúpula del Ejército, que acuartelaba tropas en el norte de África con munición para resistir solo un día y agua para ninguno, murieron en una caótica retirada en pocos días más de 13.636 soldados mal armados y peor calzados. Mal asunto es correr con ‘espardenyes’.

El teniente coronel Custer, culpable del Pearl Harbour decimonónico de EEUU, era el mismísimo Sun Tzu si se le compara con el muy español general Silvestre, que al grito de "huid, huid, que viene el coco", propició una mortal retirada en estampida de sus tropas.  El eco de aquella debacle militar fue tan ruidoso que no pudo oficialmente silenciarse, como se pretendía y como bien retrata De la Torre en su película, protagonizada por Luis Tosar. Barcelona, solo 12 años antes, había ardido durante la Setmana Tràgica por no mandar a sus muchachos a morir al norte de norte de África por caprichos coloniales y, a su manera, la sangría de Annual era la confirmación de cuánta razón tenían quienes prendieron fuego a las iglesias.

Minuciosa documentación

En aquella época se ha instalado literariamente a vivir en par de ocasiones Eduardo Mendoza, sabia y fructífera elección por su parte, pero 1921, como yacimiento narrativo, ha sido poco explotado, y mucho menos como felizmente lo ha hecho ‘La sombra de la ley’, es decir, echando mano del oficio de El Ranchito, mucho más que los Harryhausen españoles, pues para poder recrear digitalmente las calles de la ciudad de entonces realizaron un casi enciclopédico trabajo de minuciosa documentación, pilotado por Berta Coderch, no fuera que, por ejemplo, se les colara un modelo de tranvía posterior a aquella fecha, ni que fuera por un par de años de anacronía. El resultado es tan fenomenal que los minutos de película en los que es posible visitar la Barcelona de 1921 deberían estar en la librería Altaïr, en la sección de viajes en el tiempo.

La reconstrucción digital de El Ranchito merecería estar en un estante de la librería Altaïr, sección viajes en el tiempo

Al frente de esta recreación ha estado, entre otros, Félix Bergés, parte del equipo fundacional de El Ranchito. Esta es una empresa con un currículum que quita el hipo. ‘Lo imposible’, ‘Juego de Tronos’, ‘The Mandalorian’, ‘Superlópez’ y ‘Jurassic World’ destacan entre sus varias decenas de trabajos. A menudo crean mundos imaginados. Recrear los reales no es más fácil, explica Bergés, y menos en Barcelona. En Londres, explica, puedes plantar la cámara y, en según qué calles, ya estás en otra época. Barcelona es un poco como París, que cambia de piel tan a menudo como las serpientes. En no pocas películas, las supuestas callecitas de la capital francesa lo son en realidad de Praga. Y en ‘La sombra de la ley’, los patios industriales en los que transcurren las cuitas anarquistas (dos años antes de la acción, la huelga de La Canadiense obsequió al mundo con la jornada de ocho horas) están rodadas en Galicia, porque parece que su poco pasado fabril lo conserva mejor que Barcelona. Curioso.

Resucitar la antigua Via Laietana

En ‘La sombra de la ley’ se sobrevuela el puerto de los tinglados, aquellas primeras obras de la Sagrada Família en un Eixample que era un erial y, sobre todo, esa chicaguiana Via Laietana del año 1921, un quebradero de cabeza a la hora de ser resucitada, porque, como cuenta Bergés, fue un trabajo de relojero eliminar digitalmente semáforos, publicidades, cables y edificios posteriores y, gracias al archivo proporcionado por Coderch, retornar a la calle su aspecto antiguo. En el lugar en el que hoy cabalga a lomos de un caballo de bronce Ramon Berenguer había, entonces, un estupendo quiosco de bebida como aquel que también había en Canaletes. Postales de una Barcelona desaparecida, de la que, en Via Laietana, poco queda intacto. Al menos, nada como el edificio de Correos, una rareza que ha quedado como conservada en una gota de ámbar.

De aquel 1921, prefiere no recordar el Ejército español el desastre de Annual, que, a veces se olvida, tiene su rincón en el callejero de la ciudad

Las opciones de que El Ranchito, como se proponía al principio, tenga una calle en la ciudad son, seamos realistas, remotas. Eso a pesar de las casi infinitas posibilidades que ofrece el actual nomenclátor. Hay calles que pasan desapercibidas. Por ejemplo, de forma oblicua las hay que rinden homenaje a aquel sindiós que fue el desastre de Annual. Este sería el caso de la calle de Flomesta, en Sants. Se la dedicó la ciudad al teniente de artillería Diego Flomesta en 1927, en plena dictadura de Primo de Rivera, que dio su golpe de Estado en 1923, entre otras razones, para silenciar precisamente el desastre de Annual.

La heroicidad de Flomesta no se discute. Era el único militar que quedó en pie en el monte Abarrán. Le capturaron los rebeldes rifeños y le exigieron que les enseñara a manejar la artillería allí abandonada e inutilizada por él antes del asalto final. Se negó y lo pagó con su vida. Bueno, al menos eso cuenta la historia castrense española, que nadie tenía ahí para atestiguar si así fue o si todo es leyenda. Las heroicidades de El Ranchito, en cambio, son certificadas. Si dudan, ya saben, ‘La sombra del poder’.