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El capitán Haddock va a la ópera

La magnífica exposición de Caixaforum encara su recta final y abre la puerta a maliciosas comparaciones entre las ciudades de la ópera y los países de opereta

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Carles Cols

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Del capitán Haddock se puede asegurar sin margen de error que su mayor fobia era la ópera, miedo que degeneraba en auténtico pavor cuando la intérprete era Bianca Castafiore, el llamado ruiseñor de Milán, a quien no queda claro si temía más por soprano o por ser mujer. La cuestión ahora es otra. La cuestión es que a Haddock le habría encantado la exposición que dentro de cuatro domingos cerrará sus puerta en el CaixaForum, ‘Ópera, pasión, poder y política’, inaugurada el pasado septiembre y que, por hache o por be, parece que ha pescado menos público del previsto fuera de los caladeros de la lírica. Si es así, es una lástima, porque es una maravilla, por las piezas que se exhiben, por la forma en que se sumerge a los visitantes en un viaje en el tiempo y (esto es una debilidad de quien firma) por las maliciosas lecturas que de ella se pueden sacar. Quedan avisados de que al final de esta énésima entrega de ‘barceloneando’, como si fuera el acto tercero de ‘Tosca’, se disparará con bala. Contra la patria. ¡Ay!

Durante 400 años este género lírico sopló en las velas de la historia que ríete tú de los Beatles y de Woodstock

La exposición es una idea original del envidiable centro cultural londinense del diseño, el Victoria & Albert Museum, cuyo empeño no era dar la nota, en el sentido estrictamente musical del término, sino contar cómo la ópera ha movido los hilos de la historia en Europa durante 400 años, entre la primera ocasión en que la buguesía veneciana, tras la peste de 1630, vendió entradas de sus fiestas privadas y el público asistió extasiado a la representación de ‘L’incoronazione di Poppea’, hasta que en 1934 Shostakóvich estrenó ‘Lady Macbeth de Mtsensk’ y a Stalin se le pusieron los bigotes de punta, lo cual, como es fácil de deducir, era una admonición en toda regla.

La ópera ha soplado las velas de la historia con un levante que ríete tú del jazz, de Woodstock, de los Beatles y de los Rolling Stones. Ese es en gran parte el eje argumental de lo que en CaixaForum se exhibe. La aparición de la ópera como nuevo género musical en el Londres de Ana Estuardo (por centrarnos, la que tan locamente retrata Yorgos Lanthimos en 'La favorita') fue, a su manera, un ‘brexit avant la lettre’, pues se consideró una insultante invasión italianizante. Los Boris Johnson del XVIII, con todo, perdieron el pulso. El gran incendio que Londres sufrió en 1666 dio pie a una refundación de la ciudad en la que los teatros líricos ocuparon un lugar que ya jamás abandonarían.

Fetichismo

Sobre la estructura de esta más que recomendable exposición ya dio buena cuenta durante su presentación en estas páginas Marta Cervera. Muy acertadamente destacaba en el título que lo que no faltaba en la sala de CaixaForum eran fetiches, palabra con tirón, cierto, pero qué se puede decir, si no, del piano de caoba tocado por el mismísimo Mozart. Está, claro, en la parte consagrada a Viena, que gobernada bajo la batuta de José II vivió un periodo de exquisitas libertades creativas, suficientes como para que Mozart rompiera patrones narrativos y por primera vez diera voz protagonista a los sirvientes en una ópera y, en la trama, les pusiera al mismo nivel que a la alta sociedad. ‘Las bodas de Fígaro’, sí, eran y son la releche.

También merece una especial mención la sala dedicada a Barcelona, que en el Victoria & Albert Museum no pudieron gozar. Está ahí, cómo no, la señora Orsini, no una de las dos que el anarquista Santiago Salvador llevaba ocultas en la chaqueta el día del atentado, pero sí una igual que aquellas. Salvador, por cierto, cometió aquella insensatez durante una obra de Rossini, menudo agravante, con lo que al de Pésaro le gustaba la buena vida. Su gran pasión era el yantar. Todo lo veía en términos culinarios, incluso la música. En su opinión, “la trufa era el Mozart de las setas”. Qué tipo.

Pero al principio de esta crónica se prometió tirar con bala, así que comienza el tercer acto. El motivo es el impecable relato que la exposición dedica a Verdi. Es la sala dedicada a Milán. El papel del compositor de ‘Nabuco’ en el proceso de unificación italiana (periodo que en italiano suena con más musicalidad, ‘risorgimento’) es incuestionable. Su nombre iba de boca en boca como un eslogan revolucionario. Incluso se pintaba en las paredes para burlar la censura del poder político austriaco, que entonces gobernaba. Era un acrónimo perfecto. Vittorio Emmanuele Re d’Italia, o sea, Verdi.

Italia eligió a Verdi como bandera política y Catalunya, visto el funeral con el que se le honró, a Verdaguer, gran poeta pero como faro nada que ver

El caso es que a la muerte del músico en 1901, como se recuerda en la muestra, un cuarto de millón de personas acudieron al funeral y, al paso del féretro, se coreó la letra del ‘Va, pensiero’, “oh mia patria, si bella e perdura”. Un año más tarde (quién sabe si los ecos de Milán reverberaron en Barcelona) falleció Jacint Verdaguer en Vallvidrera y, según se insiste, se presenció en la capital catalana el funeral más multitudinario de la historia pasada y futura de la ciudad. La cifra la imaginarán ustedes. El sistema de pesos y medidas catalán tiene una cifra referencial para estos eventos, un millón de personas. Eso se dijo y aún se sostiene. Verdaguer, un tipo raro, no solo porque practicara exorcismos, era, a efectos políticos, el Verdi catalán. Vamos, que los 4.000 versos del ‘Canigó’ son el ‘Nabuco’ de por aquí. La bala, si así se desea ver, es que la sabia elección de un padre de la patria es fundamental para arribar a buen puerto y no terminar, como a veces parece, sin rumbo y sin timón. Sirve como ejemplo la propia exposición sobre ópera, poder y política, que antes de visitar Barcelona pasó por el CaixaForum de Madrid. Igual sucederá con la otra gran exposición de este año, ‘Vampires’, una prometedora producción de La Cinemathèque Française, que recalará también en Madrid antes de hincar el diente en Barcelona. A veces la ruta es la contraria, de acuerdo, pero parece bastante incuestionable que la decadencia política catalana no se arregla a estas alturas ni con un exorcismo.

Sea como sea, no dejen de visitar la exposición. Es soberbia. Palabra de Haddock.