ACTO EN EL SALÓ DE CENT

Barcelona concede a Pompeu Fabra la medalla que no le dio en 1938

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Toni Sust

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Ni nació en Barcelona ni murió en la ciudad y durante muchos años no residió en ella, pero la capital catalana tenía una deuda con Pompeu Fabra que llevaba 81 años sin saldar. Este martes, el ayuntamiento cerró la herida al darle de forma póstuma la medalla de Oro de la ciudad que esta le concedió en 1938 pero que nunca llegó a entregar físicamente al padre del catalán moderno. Cierto es que en los tiempos en los que fue galardonado el ingeniero químico y lingüista tenía problemas más acuciantes, como por ejemplo escapar de las garras del franquismo, que estaba a punto de ganar la guerra, y salvar la vida exiliándose a Francia.

Puyal alertó al recibir otra distinción de que el consistorio le debía una al filólogo

De la medalla no entregada alertó el periodista Joaquim Maria Puyal al recibir otra distinción del consistorio. A raíz de ello, el pleno aprobó conceder la medalla a Fabra por unanimidad en mayo pasado. “Es un acto de reparación histórica”, ha afirmado el primer teniente de alcalde, Jaume Collboni, que ha representado a la alcaldesa, Ada Colau, ausente por indisposición. Peio Rahola Fabra, uno de los nietos del homenajeado, que nació cuando él ya había fallecido, ha acudido a agradecer el acto y ha anunciado que la familia cede la medalla al Institut de Estudis Catalans, del que Fabra fue miembro y presidente.

De Gràcia a Prada de Conflent

El 25 de diciembre de 1948, Fabra volvía a Prada de Conflent, donde vivió años de exilio precario y donde está enterrado, después de pasar el día de Navidad en Perpinyà con parte de su familia, cuando un dolor le recorrió el pecho. Al llegar a casa le pidió a su mujer un vaso de agua que no logró sostener. El vaso se rompió en suelo mientras Fabra expiraba. Al día siguiente, su cuerpo fue embalsamado y entre los muchos que le rindieron homenaje destacaban Pau Casals, Josep Tarradellas y Antoni Rovira i Virgili. Era el final amargo de una vida prolífica, que le encontró ya afligido: apenas un año antes que él murió Teresa, una de sus tres hijas, de cáncer.

Fabra abandonó Catalunya cuando Franco tomó Barcelona y se exilió en Francia, donde murió

Fabra había nacido en 1868 en Gràcia, entonces un municipio independiente (de 1850 a 1897) del que su padre sería alcalde. Las tensiones políticas llevan a la familia a trasladarse de una torre en el barrio de la Salut a un piso de Major de Gràcia, un lugar más seguro. Luego se van a Barcelona: él tiene seis años y es el menor de 13 o 16 hermanos, según las versiones. Solo llegaron a adultos él y dos hermanas. Pese a que el catalán centra la parte más importante de su vida, también es hombre de deporte –apasionado del tenis, preside la federación catalana- y de ciencia. Ingeniero químico, vivirá de 1902 a 1911 en Bilbao, donde logra la cátedra de Química de la Escuela de Ingenieros.

Después, desde 1912 hasta que se marcha al exilio, reside en Badalona. Su último domicilio en esta localidad será saqueado después de la guerra: libros y enseres encontrados allí son quemados en la calle, delante del edificio. En verano, la familia suele irse a Sant Feliu de Codines, adonde se muda de forma estable en 1938, cuando se va acercando el final de la guerra civil. De allí se va Fabra con los suyos hacia Francia la madrugada del 24 de enero de 1939, dos días después de una última y dramática reunión de intelectuales en la Conselleria de Cultura de la Generalitat, en la que los presentes se proponen mantener sus actividades culturales allá donde la vida les lleve.

"Me voy a morir a Francia"

En su huida, Fabra se detiene en el Mas Perxés, en el que pocos cientos de personas encarnan  a la ll República en los momentos previos a su desaparición. Entre ellos, intelectuales y también políticos, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, y el lendakari José Antonio Aguirre. Despidiendo a los que encaran la frontera, Fabra le dice al escritor Xavier Benguerel: “Me voy a morir a Francia”. Años después, será 'conseller' del Gobierno catalán de Josep Irla, predecesor de Tarradellas, sin que ello le haga especialmente feliz. Rehúye la política, aunque le afecta: en 1934 pasa seis semanas detenido en el barco Uruguay, junto con más de 2.000 personas, entre ellas los miembros del Gobierno catalán, con Companys a la cabeza, que había proclamado el Estado catalán dentro de la República española.

Al final, pese a todo, su obra pervive. Lo resumió Josep Pla, que le consideraba lo único que había sobrevivido de la etapa anterior a la guerra civil, en una frase citada por Collboni en el acto que deja claro el peso del personaje: “Fabra ha sido el catalán más importante de nuestro tiempo, porque es el único ciudadano de este país, en esta época, que habiéndose propuesta obtener una determinada finalidad pública y general, lo consiguió de una manera explícita e indiscutible”.