BARCELONEANDO

De Tintín a Pikachu

El Manga Barcelona es un inmenso 'chiquipark' cuya relación con la cultura se me escapa

Asistentes al Manga Barcelona, disfrazados de personajes de `Bola de drac¿, el jueves pasado, día de inauguración del salón.

Asistentes al Manga Barcelona, disfrazados de personajes de `Bola de drac¿, el jueves pasado, día de inauguración del salón. / periodico

Ramón de España

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Hará cosa de unos 10 años, tuve la brillante la idea de regalarle al hijo de un amigo un álbum de Tintín (concretamente, 'El cetro de Ottokar', que me había fascinado especialmente de pequeño). El chaval cogió el libro, se puso a pasar las hojas con cara de no entender qué era eso que le había comprado el imbécil del amigo de su progenitor –ya puestos, le podría haber obsequiado las obras completas de Francis Scott Fitzgerald en inglés– y por sus muecas de asco deduje que había metido la pata con el regalito. «Es que le gustan los mangas», me informó su padre.

Me había olvidado de dos conceptos fundamentales a la hora de escoger los presentes:

1. No regales lo que te gusta a ti, sino lo que pueda interesar al receptor.

2. Métete por donde te quepan los regalitos con intención didáctica.

En aquel momento comprendí que no era lo mismo crecer con Tintín que con 'Bola de drac'. Y que me guiaba un ánimo redentor derivado de mi desinterés y mi incomprensión por los tebeos japoneses. 'Bola de drac' me pilló mayorcito y con el criterio muy bien fijado. Todo aquello me parecía una serie de memeces equiparable a la de los superhéroes norteamericanos –solo siento una extraña debilidad por Batman y por el delirante Plastic Man, de Jack Cole, que Art Spiegelman intentó reivindicar sin mucho éxito–, pues soy de los que detestan a Stan Lee y a Alan Moore por igual.

Me enganché, eso sí, a dos dibujantes japoneses marginalesYoshihiro Tatsumi –autor de unas historietas melancólicas muy cercanas a la narrativa occidental– y Suehiro Maruo –un friki del copón con los dos pies en el delirio gráfico y literario–, ninguno de los cuales ha vendido gran cosa jamás. A los triunfadores del género no los soporto, puede que porque carezca de las claves para acceder a su magia.

Como un intruso

Me pregunto si el pequeño 'otaku' de hace años habrá estado este fin de semana en Manga Barcelona, salón que celebraba su 25º aniversario en loor de multitudes. ¿Lo habría reconocido, aunque fuese disfrazado de Naruto? Lo ignoro: me bastó con una visita de corte sociológico a uno de los primeros salones para no volver, pues me sentí como un intruso en una fiesta infantil o en una reunión de mujeres empoderadas, actividades contra las que no tengo objeción alguna, pero en las que no pinto nada. Recuerdo que salí a la calle tarareando 'The future', de Leonard Cohen, concretamente la estrofa que dice «He visto el futuro y es un crimen». 

En la actualidad, mangas y superhéroes se comen casi todo el pastel del mundo del cómic. Los tebeos para adultos, aunque proliferan y algunos se venden bien, siguen siendo la excepción del género, no como en los años 80, cuando parecía que los cómics entraban definitivamente en la cultura occidental (¡agradable espejismo que nos acabó estallando en las narices a quienes íbamos en esa dirección!). El salón del manga es un inmenso 'chiquipark' cuya relación con la cultura se me escapa, aunque asumo mi condición de carcamal que cada día tiene más dificultades para entender el mundo que le rodea.

Creo que empiezas a hacerte viejo cuando no comprendes fenómenos que te sorprenden 

Reconozco, eso sí, que ha ampliado el tipo de público lector: las chicas, hasta ahora inmunes a los tebeos, se han apuntado a los mangas de forma entusiasta, como los adolescentes gais, que pueden pasearse por el salón disfrazados de princesa galáctica sin que sus compañeros de clase los corran a collejas. O sea, que algo tendrá el agua cuando la bendicen.

Los disfraces son, diría yo, uno de los principales atractivos de los mangas. A nadie se le ocurriría ir por ahí con los bombachos de Tintín y un 'pirri' improvisado a base de fijador: ¡se le consideraría un maldito friki! Por el contrario, deambular disfrazado de Pikachu es lo más normal del mundo en estos tiempos del cosplay.

Yo creo que empiezas a hacerte viejo cuando no comprendes fenómenos que te sorprenden –los mangas, David Bisbal, el ‘procés’…– y ante los que reaccionas escandalizado al principio. Luego ya los asumes como inevitables y, si eres un poco zen, te consuelas pensando que cada vez te queda menos en este valle de lágrimas. No es un gran consuelo, lo reconozco, pero menos da una piedra.