Barceloneando

Vendimia en la sierra de Collserola

Olga Merino

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El vino es paisaje destilado, sangre de la tierra que viene consumiéndose por estos pagos desde al menos la época de los fenicios, allá por el año 1.100 antes de Cristo. Tan incardinado está el jugo de las vides en la cultura grecorromana que, poniéndonos estupendos para festejar su alquimia, podríamos citar al poeta Horacio, repasarla Biblia y ‘El Quijote’ o canturrear el repertorio completo de las tabernas, incluida aquella jota con doble intención: "Dicen que son las mejores, la uvas de tu parrica…". Guiños aparte, el vino es pura esencia mediterránea de la que Barcelona, tan portuaria ella, tan carnal a veces, no podía quedarse al margen. Aunque parezca mentira, en la ciudad se hace vino, sí. Y los únicos viñedos del término municipal, en la masía de Can Calopa de Dalt, dentro del parque natural de Collserola, se encuentran hoy en plena cosecha.

Situada en el punto kilométrico 4,8 de la carretera BV-1468, la que va de Molins de Rei a Vallvidrera, la finca en cuestión, de cuya actividad agrícola se tiene constancia desde el siglo XVI, es propiedad del Ayuntamiento de Barcelona desde 1974, cuando la compró a la familia Gelabert Argemí, de Esplugues. Después de una serie de vicisitudes, hace tres años la alcaldesa Ada Colau cedió oportunamente los derechos de explotación a la cooperativa L’Olivera, un proyecto social que da empleo y cobijo a una quincena de chicos y chicas con discapacidad psíquica y en riesgo de exclusión, muchachos que vienen de familias rotas, relata Glòria Sala, responsable de comunicación de la entidad. L’Olivera se encarga también de comercializar el vino bajo la etiqueta 'Vinyes de Barcelona'. Ahora se está distribuyendo la añada del 2016, a 20 euros la botella.

Hasta el 4 de octubre

La recogida suele empezar en Collserola en torno a la Mercè, festividad de la patrona, y se prevé que este año la tarea se alargue hasta el próximo viernes, 4 de octubre. Con el canto del gallo, a eso de las cinco de la mañana, los chavales, de entre 17 y 27 años, ya están en el tajo, pertrechados con guantes y tijeras de vendimiar para cortar los racimos. Martí Montfort, uno de los técnicos de la finca, justifica el madrugón en la conveniencia de recoger la uva antes de que se asolee, debido a los muchos aromas escondidos en el hollejo que se volatizarían con el calor.

Las cuadrillas recolectan una media de 600 kilos de uva al día que, tras el prensado y luego de 12 meses de crianza en barrica, redundarán en unas 4.000 botellas de un "tinto ágil, con perfil joven a pesar del roble, fresco, con cuerpo pero ligero, ni pesado ni astringente", según dicen los entendidos con ese lenguaje un tanto ampuloso del vino. Los antiguos romanos no hablaban todavía de taninos ni de retrogusto, tal vez porque se lo tomaban mezclado con agua.

El proyecto incluye ahora una vinoteca para fomentar el turismo enológico con magníficas vistas

Si la vendimia en el Penedès estaba terminada a mediados de septiembre, aquí, en Can Calopa de Dalt, en las umbrías de la sierra de Collserola, empezó un par de semanas después porque la uva tarda más en madurar. Es una viña tardía, con el riesgo añadido que suponen el exceso de humedad y los hongos. Nada ha sido fácil aquí arriba. Ni mantener a raya a los jabalís y a la avispa asiática. Ni que la uva prosperara. Nada. En realidad, es un prodigio que L’Olivera haya conseguido producir un vino de calidad aceptable años después de que el proyecto naciera con mal pie.

‘Falcon Clos’, así bautizó la oposición una idea controvertida

Todo comenzó con el socialista Joan Clos, el alcalde del Fòrum, quien tuvo la ocurrencia de hacer vino en la ciudad, el caldo con que se brindaría al final de aquel evento, de aquella exaltación de la multiculturalidad, un tinto que, en adelante, se escanciaría en las recepciones oficiales del Ayuntamiento. A tal fin, en el año 2000 se plantaron casi tres hectáreas de viñedo en la finca municipal de Can Calopa, perteneciente al distrito de Sarrià-Sant Gervasi, las primeras cepas que regresaban a Collserola tras los estragos de la filoxera, allá por el siglo XIX. La idea pasaba por descorchar las primeras botellas en el 2004.

La coyuntura se presentó pintiparada para que la oposición en el consistorio se pusiera las botas con la controvertida idea, que algunos concejales -con mala uva, nunca mejor dicho- bautizaron como ‘Vinya Clos’ o ‘Falcon Clos’, en recuerdo de la serie que triunfó a mediados de los ochenta. ¡Aquello sí que era un ‘Juego de Tronos’ entre viticultores californianos! En el papel de matriarca, la inefable Angela Channing, encarnada por la actriz Jane Wyman, dejó frases para la posteridad televisiva: "La verdad es solo un punto de vista". Una arpía de manual.

Pues bien, se cumplió la ley de Murphy. Si el experimento del Fòrum resultó un fiasco, el viñedo, de cuyo cuidado tenía que ocuparse entonces Parcs i Jardins, tampoco cuajó; de las cinco variedades de uva plantadas en un principio, solo tres arraigaron en la tierra áspera de Can Calopa: la garnacha tinta, el syrah y la sangiovese, oriunda de la Toscana.

El proyecto comenzó a enderezarse una década atrás, cuando se hizo cargo de su gestión L’Olivera, una cooperativa nacida en 1974 con ideales algo ‘hippies’ en Vallbona de les Monges (Urgell), donde elaboran desde entonces vino y aceite. Como dice su lema, "a L’Olivera som tossudes", y este año han conseguido inaugurar en Can Calopa una vinoteca con servicio de tapas para fomentar el turismo enológico. Vale la pena saborear una copa de vino ante tan magníficas vistas. Si se animan, cuidado con los ciclistas por la carretera.