'Comuns' e independentistas toman la plaza de Sant Jaume

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Xabi Barrena

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Una de las cosas que más se agradecen, cuando se es de natural movilizado y se es capaz de acudir un sábado de junio a la plaza de Sant Jaume a vitorear o increpar a una alcaldesa, es tener un enemigo claro, bien definido. Nada de ‘baumanianos’ enemigos líquidos. A poder ser, uno que sea, directamente, todo lo contrario a lo que uno defiende. Más o menos, un Manuel Valls para Ada Colau o viceversa.

Porque cuando se tiene que encarar a un adversario con quien se tiene puntos de confluencia, o bien se tiende a callar o bien se grita el doble y salga el sol por Antequera. Algo de esto ha pasado a cuenta de la formación del consistorio barcelonés. El independentismo y el ‘colauismo’  tomaron la plaza del poder barcelonés, con abrumadora mayoría secesionista. Hubo tensión, sí. Pero, en fin, no mucha más de la que se percibe, entre progenitores, en partidos futbolísticos de alevines. Los típicos 'qué tú…? Que yo..? Anda ya', que diría Pepe Rubianes.

Unos y otros se increparon con ganas, pero, en el fondo, había algo de falso en todo ello. Si se toma los dos rivales en liza, Colau y Ernest Maragall, ni una es una representante de la más recalcitrante derecha españolista, ni el otro es un poderoso lobista expropiador y desahuciador.  Quizá por ello, los cánticos  que se emplearon, los de siempre cuando el enemigo está bien perfilado, sonaron huecos. Más allá del “’Colau és un frau’” y “Bye, bye, Maragall”.

'Bella Ciao'...¿para quién?

Verbigracia. Que los ‘comuns’ entonaran con más espíritu que letra el ‘Bella Ciao’, el himno de los partisanos italianos en su lucha contra los nazis, la canción que le cantaron a Matteo Salvini en un bus del aeropuerto de Milan los otros pasajeros, fue acogido con sonrisas por el bando opuesto. “¡Cantádsela a Valls!”, respondieron. Otros, directamente y sin ambages, recordando la gestión del hoy concejal por su propia lista con un grupo de gitanos, en Francia, mostraron banderas de ‘Nazis, no’.

Por su parte, los gritos de “155, 155” de los independentistas, los mismo que los posconvergentes han dirigido a ERC en Sant Cugat fueron obviados por los seguidores de Colau. 

Por fortuna, para la claridad de la escena, la presencia de Joaquim Forn, convocó al independentismo más habitualmente movilizado. Los que se conoce como ‘ventolines’, por aquello de la hiperventilación. Ello se notó en los cánticos en favor de Carles Puigdemont (“’el nostre ‘president’”) y por cómo algunos, que no todos, reaccionaban cuando los posescosocialistas chillaban “3%, 3%”, en referencia a la corrupción que se vincula a CiU. Un recordatorio que también se escuchó en Sant Cugat, en boca de los de ERC, por cierto.

El ‘hit’ de la tarde, dada la mayoría del bando secesionista, fue “Con Valls, sí se puede”. Ese giro de burlón del lema de lemas del 15-M, de Podemos, del ‘colauismo’’,  si tocó el coranzoncito de los ‘comuns’ congregados. Lo que , al olor del orgullo herido, provocó que los anti-pacto de Colau abundaran en la mofa de la relación entre la alcaldesa y el concejal hispano-francés.

Así, cada vez que el exprimer ministro de la República Francesa aparecía en pantalla, especialmente cuando tomó la palabra, el 70% de la plaza hacía gestos ostensibles al bullicioso 30% restante de que aplaudieran. Y estos, callaban, sonreían incómodos o miraban al suelo.

El independentismo solo se olvidó de Colau cuando aparecía en pantalla Quim Forn. Entonces la plaza de Sant Jaume se convertía en la típica movilización ‘procesista’ y la multitud reclamaba la liberación de los presos y la independencia.

Con el pasar de los minutos, el bando secesionista fue desertando. El ‘colauista’, no. Por lo que sus muestras de alegría, incluso cuando habló Joan Subirats, que ya es mostrar alegría, fueron tomando la plaza. Con la proclamación de los 21 votos para Colau, confeti y cartelones con lemas de los ‘comuns’ arriba. El 90% de ellos sobre cartulinas del mismo color, textura y medida. Como si hubiera habido una producción centralizada de ‘agit-prop’.

Los más furibundos anti-Colau, que se contaban por unidades, pero se mostraban terriblemente airados, tuvieron aún una última oportunidad de mostrar su descontento con el paseíllo del nuevo consistorio (excepto Forn, ya formalizando el inicio del retorno a la cárcel) desde el edificio del ayuntamiento al Palau de la Generalitat. En la ida, solo hubo gritos y saludos de Manuel Valls más que a los congregados a las imprecaciones que recibió. En la vuelta voló algún objeto hacia la comitiva, sin mayor incidencia, pero que en sí ya supone un gran cambio con respecto a lo vivido hace cuatro años, cuando Colau, recién nombrada alcaldesa,  se movió cual ‘princesa del pueblo’. Vienen cuatro años de tensión entre enemigos poco perfilados.