Barceloneando

Catálogo de seres humanos

El Palau de la Virreina acoge la exposición 'Gente del siglo XX', del fotógrafo alemán August Sander

zentauroepp47795437 sander190528122455

zentauroepp47795437 sander190528122455 / August Sander

Ramón de España

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Descubrí con mucho retraso al fotógrafo alemán August Sander (Herdorf, 1876 – Colonia, 1964) en el apartamento neoyorquino de mi amigo Wolfgang Wessener, también fotógrafo, también alemán y también especialista en retratos de seres humanos (el de James Brown es de los mejores que he visto en mi vida). Reparé en una foto enmarcada que tenía en su escritorio, en la que se lo veía junto a dos de sus hijos, vestidos los tres a la antigua, con abrigo y sombrero negro, y me recordó una imagen que se me había quedado grabada en la memoria, aunque no sé en qué momento. Se trataba de una reconstrucción de una imagen del señor Sander, perteneciente a su exhaustivo proyecto 'Gente del siglo XX', que ahora puede verse en el Palau de la Virreina y que es una muestra de seriedad, talento y rigor germánicos muy notable.

Sander emprendió en 1910 ese proyecto al que dedicó su vida hasta que se lo interrumpió la llegada de los nazis al poder. En 1929 publicó su primer libro, 'El rostro de nuestro tiempo', retirado de la circulación en 1936 por el nuevo régimen, que también procedió a la destrucción de todas las placas originales. Como tantos compatriotas suyos, a Sander le arruinó la vida Adolf Hitler. Su hijo Erich, miembro del partido socialista, fue detenido en 1934 y condenado a diez años de prisión (murió entre rejas, en 1944, poco antes de cumplir su condena). Durante la guerra, Sander abandonó Colonia –ciudad natal del amigo Wolfgang, por cierto– y se refugió en un rincón de la Alemania rural. Los aliados contribuyeron a su desgracia bombardeando su estudio en 1944. Acabada la guerra, el hombre se dio por derrotado en general y acabó abandonando la fotografía. Poco antes de morir recibió un premio de la asociación de fotógrafos de su país. Y eso fue todo. Tal vez nos habríamos olvidado de él si no lo llega a reivindicar el norteamericano Walker Evans, que siempre se consideró discípulo suyo.

Eficacia y seriedad

Los retratos de August Sander son de una eficacia y de una seriedad asombrosas. Nadie sonríe en ellos. Ni siquiera esos dos niños tan monos que posan en un prado junto a su oveja favorita. Tampoco sonríen los campesinos, los obreros metalúrgicos, las amas de casa o los oficiales de las SS. Aquí no sonríe nadie. Todos miran disciplinadamente al fotógrafo y se muestran tal como son, como si supieran que forman parte de un catálogo humano que es, de hecho, un completísimo retrato de la Alemania de su época. Ni los artistas y bohemios –que algunos hay– muestran la alegría de ser artistas y bohemios. Hay quien dice que los retratados recibían órdenes estrictas de no sonreír. Otros se inclinan por la teoría de que, en esa época, la gente posaba solemnemente para el fotógrafo y la sonrisa se consideraba una frivolidad incompatible con la perspectiva de legar tu rostro a la historia. En cualquier caso, el detalle de la ausencia de sonrisas es lo que más llama la atención en esta excelente exposición de la Virreina, sobre todo en la era del selfi, cuando todo el mundo se empeña en ofrecer eso que los cursis llaman la mejor versión de uno mismo.

Impera aquí una seriedad casi religiosa que permite intuir que, tanto para el autor como para sus modelos, la vida era una cosa muy seria. ¿Quién puede llevarles la contraria después de lo que ocurrió en Alemania tras la llegada de Hitler al poder? Era como si presagiaran el espanto que se les venía encima.

Conmovedor

Como retrato de una época y un país, 'Gente del siglo XX' resulta conmovedor. La emoción se une a una técnica un pelín primitiva, pero impecable, que sabe unir la estética a la ética de manera admirable. Al salir del Palau de la Virreina, puede que el visitante sufra un pequeño shock al comparar la dignidad de los muertos de adentro con la chabacanería de muchos de los vivos de afuera. Pero la sensación pasa rápidamente, en cuanto uno se integra con fatalismo en el rebaño de sus contemporáneos.