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Los piratas de la publicidad desembarcan en Barcelona

La ciudad amanece con una decena de carteles de candidatos con eslóganes provocadores

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Carles Cols

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Bienvenidos a la Barcelona de la clandestinidad, que tiene más lírica que la que transcurre a la luz del día. Hace tres semanas se celebró (por favor, no pregunten cómo, quién y dónde) un taller de (no se asusten por el ‘palabro’) ‘hackvertising’, que traducido por alguien que estudió francés en la escuela debe ser algo así como publicidad pirateada. Si Barcelona fuera un tetera, esto sería el silbato que avisa de que el malestar ha entrado en ebullición. El taller, organizado muy profesionalmente por el colectivo AutoEnGanYS (no es un error de teclado, así lo escriben), estaba dividido en dos partes, como los exámenes de conducir, teórica y práctica, a cual mejor. La idea es simple. Se toma ‘prestado’ un anuncio de una marquesina de la calle, de una parada de bus, por ejemplo, se manipula con ingenio y maña y se devuelve a su lugar de origen con un mensaje contradictorio, reivindicativo, desconcertante o provocador. Parece fácil. Si el que aquí firma fuera Santo Tomás, podría añadir, además, que lo es. Los resultados están esporádicamente en las calles de Barcelona. Esta semana de final de campaña ha ocurrido. Las calles han amanecido con la anticampaña bien presente. Ha durado un suspiro.

Esta es una disciplina que ha echado raíces profundas en otras latitudes. En París, sin ir más lejos, despunta el ingenio de los activistas de Brandalism, geniales en el 2015 durante la celebración del Cumbre del Clima, como después se contará, unos tipos muy combativos, disconformes con que las grandes corporaciones se hayan adueñado del espacio público a través de la publicidad. Tienen un manifiesto fundacional estupendo para definir qué son estos primeros brotes verdes del ‘hackvertising’ en Barcelona. “Este es nuestro grito de guerra, nuestra guerra semiótica, nuestra rabia contra la mala filosofía del consumo…”, dice su padrenuestro. Pero lo dicho, lo suyo no son solo las soflamas, sino también la acción imaginativa. En el 2015, cuando el Gobierno francés prohibió las manifestaciones en la calle para no perturbar la celebración de la cumbre del clima, piratearon masivamente y de forma sublime la publicidad de la calle, con especial gracia los anuncios de los patrocinadores de la cita, Volkswagen, por ejemplo. Fue una gran manifestación silenciosa.

El caso es que el pasado 3 de mayo se llevó a cabo, con notable éxito de convocatoria para ser cladestino, el taller de AutoEnGanYS. Hace 100 años o más, esta excursión a los bajos fondos de la contracultura habría consistido en un curso teórico y práctico de fabricación de bombas Orsini, que también tenían su lirismo, porque para fabricarlas los anarquistas robaban antes los pomos decorativos de las escaleras de las fincas burguesas de la ciudad, de ahí que alguno de esos artefactos explosivos, como el que no estalló en el Liceu, brillen aún perfectamente cromados. Los pomos robados son ahora los primorosos carteles que imprime la industria publicitaria y la dinamita, como dicen franceses de Brandalism, es la semiótica.

Barcelona celebra sin excesiva clandestinidad talleres de pirateo de publicidad, con clases teóricas y, lo mejor de todo, prácticas

De aquel taller salieron listos para asaltar las calles media docena de carteles de notable factura, la mayoría con el disparate inmobiliario de Barcelona como motivo de chiste, pero lo interesante (y esto es solo una conjetura) es que de ahí salieron también listas para el combate, porque la mayoría eran mujeres, varias nuevas piratas del ‘hackvertising’, las Mary Read o Anne Bonny del caribe barcelonés.

El 'kit' básico

En el taller, además de una mirada panorámica a los antecedentes de este movimiento, con especial cariño a la labor de los argentinos Proyecto Squatters, de los londinenses Special Patrol Group y de los inimitables Chim Pom de japón (no se pierdan la posdata del texto, no apta para estómagos sensibles), se explicó con minucioso detalle cuál es el ‘kit’ básico del buen pirata. A saber: las llaves para abrir las marquesinas, que se reducen a tres modelos de venta en ferreterías, un tubo portaplanos, opcional pero práctico, y un chaleco reflectante, esto sí, casi obligatorio si se pretende un buen camuflaje. La gorra de currante es opcional, pero parece que ayuda. A la hora de la verdad, eso dicen, todo se reduce a actuar con naturalidad. Nadie presta atención a quien cuelga los carteles. Forma parte de la coreografía cotidiana de la ciudad. Nadie presta atención a quien vacía las papeleras. Nadie repara en quien riega los alcorques. Tampoco en quien abre una marquesina. Solo la publicidad no pasa inadvertida.

La cuestión (y esa es la conjetura) es que parece que tras aquel curso de iniciación del 3 de mayo hay quien ha decidido capitanear su propia nave. “Expropiemos el Macba”. “Putos hipsters!”. “Guiris go home”. Son los falsos eslóganes de campaña adjudicados a Ernest Maragall. Los detalles son impagables: la web de la candidatura, www.maragallvintage.barcelona, y el logo del partido, el del PSC con el color de Esquerra. Alguien ha izado la Jolly Roger y tal vez lo está celebrando con ron.

Collboni tiene también sus carteles. “Socialismo y barbarie”. “Mucha policía y poca diversión”, este último, con un guiño a una obra de referencia de Marca Caellas, “alcalde de Carcelona”.

La vida de esta campaña alternativa ha sido un suspiro, pero las redes sociales dan fe de lo ocurrido

Valls celebra “’la republique’”, con su preceptivo chaleco amarillo, y Ada Colau, nada menos que en la boca de metro de Jaume I, anuncia que la podrán echar de casa, sí, pero no del ayuntamiento”. La vida de este cartel, como de otros, ha sido breve, pero ahí ha estado. Ha habido prisas por borrar su presencia, más que si se tratara de otro tipo de publicidad, pero se ha eliminado sin atender a una norma sagrada a tener en cuenta, el 'efecto Streisand', basta que no se quiera que se hable de algo para que se hable de ello. Las redes sociales se encargan de ello.

El ‘hackvertising’, todo hay que decirlo, es aún testimonial en Barcelona. Esto no es Isla Tortuga, cierto, pero apunta maneras, la ciudad es una sopa primitiva de enfados que inevitablemente genera vida inteligente. La campaña electoral parece que ha sido una chispa. Puede que haya más carteles. Búsquenlos. Es una propuesta que da pie a brindar ya la prometida posdata.

Posdata: Chim Pom son japoneses. Los códigos de lo políticamente correcto y las fronteras de los tabús son distintos en el sol naciente que en el sol poniente. Cuando se desató la fiebre de Pokemon Go (ya saben, adolescentes y talluditos cazando bichos inexistentes con su teléfono móvil por las calles de las ciudades), Chim Pom quiso ir más allá. A saber cómo, se hizo con una colección de ratas muertaslas pintó de amarillo, como ‘pikachus’, y las repartió en acrobáticas posturas por las calles de Tokio. ¡Hala!, que supere esto Barbanegra.