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Cuando el casero es Quim Torra

Los vecinos de la finca donde nació la colonia Nenuco sufren 17 años de inaudito limbo inmobiliario

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Carles Cols

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Cantaba Carlos Gardel algo muy oportuno para el sinvivir inmobiliario que desde el año 2002 sufren los vecinos del número 3 de la calle de Arai, en el corazón del Gòtic Sur, ya saben, ese barrio en el que hay más camas en los hoteles que en las viviendas particulares. “Cuando manyés que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar…”, entonaba aquel mito del tango. Para los poco puestos en la jerga lunfarda, ‘manyar’ es darse cuenta de algo, en este caso de que hay quien ya ve el jugoso negocio de hacerse con el piso en que resides. Eso ha ocurrido, y mucho, en Barcelona. ‘Canibalismo inmobiliario’, se ha llegado a bautizar a ese fenómeno en estas mismas páginas. Lo de Arai, sin embargo, es singular. Va más allá. Quien se prueba la ropa que vas a dejar son las instituciones públicas. Es un inmueble con un pasado y un presente novelescos. Lean y verán.

Fue una finca de alto copete hasta que llegó la guerra y, después, la sexta flota con sus venéreas y borracheras

Allí vivió hace 100 años Josep Ferrer-Vidal, marqués, coleccionista de arte, cuñado del conde de Güell y primer presidente de lo que hoy en día es La Caixa. Esta referencia histórica viene al caso para situar que, aunque por fuera la finca no causa asombro, se trata realmente de una finca, como se dice en el argot inmobiliario, regia. Los pisos son grandes. Los suelos, hidráulicos. Los techos, artesonados. Lo cierto, sin embargo, es que desde que las clases altas barcelonesas se fueron de aquel barrio en tiempos de la república y los pocos que quedaban se marcharon a otros barrios más nobles cuando llegó la Sexta Flota de los Estados Unidos con sus venéreas y sus borracheras, en aquellos pisos no se ha hecho ni una sola reforma, por muy necesaria que fuera, ni siquiera en los años 40, cuando uno de los vecinos de entonces, Ramon Horta, alumbró allí mismo uno de los inventos de su vida, la colonia Nenuco. Resulta indiscutible que la historia de Arai, 3, es un cuadro rico en detalles. Vivir hoy allí, no obstante, no es un lujo. Uno de los pisos lo comparten cuatro jubilados con pensiones minúsculas. En el principal reside desde 1980 un matrimonio filipino que alegra los veranos con su pasión por el karaoke. Tan colorido es el contraste entre lo que fue antaño y es hoy esa finca, que una pareja de artistas, Igor Binsbergen (inquilino en uno de los pisos) y Hugo Keizer, lo documentaron en un trabajo fotográfico delicioso hace un lustro.

La cosa se torció en el año 2002. Murió la dueña de la finca, María Teresa Vives. Lo ocurrido en estos 17 años define muy bien la disparatada insensatez inmobiliaria de Barcelona. Durante los primero siete años, los vecinos nada supieron de aquel deceso. Seguían pagando las mensualidades al mismo administrador de fincas, que nada les comunicó sobre que el nuevo dueño del edificio era la Generalitat, porque Vives murió sin testar y no tenía parientes conocidos.

La dueña murió sin testar y los vecinos nada supieron hasta pasados siete años, ya que el administrador no dijo ni mú

La Generalitat, aunque tardó unos años en saber que era dueña de aquel tesoro, se comportó con los vecinos de la finca, cuando ya lo supo, como un Ebenezer Scrooge cualquiera, o dicho en lenguaje actual, como un fondo de inversión más de esos que están comprando a retales la ciudad. Con cruel indiferencia, como mínimo. Con la que está cayendo, no alquiló los pisos vacíos. Es más, uno, a la brava, cayó en manos de una pandilla de impresentables que durante un tiempo le hizo la vida imposible al resto de vecinos. Sospechan que incluso allí se traficaba con drogas. La Generalitat tampoco se hizo cargo del mantenimiento de la finca, de la falta de iluminación en la escalera, de la urgente mano de pintura que pide a gritos el vestíbulo. A eso se le llama ‘mobbing’ pasivo, puntualiza Binsbergen.

Lo que sí hizo la dirección general de Patrimoni de la Generalitat es tirar del manual. Convirtió la finca en un lote más de una subasta pública al mejor postor. Eso fue en junio del 2015. Pretendía sacar como mínimo por ella 3,3 millones de euros. La puja quedó desierta. Los vecinos se sacaron medio peso de encima. En nombre de la Generalitat, alguien les dijo que estuvieran tranquilos, que los avisarían con un mes de antelación si tenían que dejar la finca. La repera. ¡Un mes! Los contratos de alquiler se prorrogaban mes a mes o año a año, según el caso. A esa fase, vecinos como Igor y Ester, que este miércoles han explicado la última sorpresa que se han llevado en Arai, 3, la bautizaron como el limbo, vamos, que sin haber cometido ningún pecado tienen cerradas las puertas del cielo inmobiliario.

La subasta de la finca, con vecinos de por medio, pinchó por falta de ofertas, pero pasado un tiempo apareció, cómo no, un fondo inversor

El caso es que meses después de la subasta fallida apareció un comprador, un fondo de inversión, mitad alemán, mitad argentino, que apalabró con un cheque la compra, pero en este ‘room scape’ inmobiliario siempre hay margen para una sorpresa final, que es la que ahora han dado a conocer los afectados. La Fundació Hospital Clínic se ha presentado ante la justicia como legítima heredera de la finca porque sostiene que antes de morir Vives le encomendó sus propiedades. Sobre las razones de que hayan pasado 17 años desde aquella defunción y que mientras tanto el inmueble podría haber sido vendido a terceros, con el laberinto judicial que ello habría ocasionado, el Clínic no ha querido pronunciarse. Solo brevemente, a través de un correo electrónico, se ha limitado a pedir un poco de tiempo hasta que el juez certifique que efectivamente son dueños de aquellas paredes y responsables de aquellas vidas, gente que reside en esos hogares desde hace más de 20 años o que incluso nació allí. De la respuesta merece la pena destacar, tal vez, el encabezamiento: “La Fundació Clínica per la Recerca Biomèdica es una fundación sin ánimo de lucro…”. Queda aquí impresa, en negro sobre blanco, por si hay que sacarla a relucir algún día.

A la espera de que el Clínic diga mu, los vecinos tienen planteada la batalla por el momento con la Generalitat. Asustados por perder su hogar, lanzaron un SOS semanas atrás al Ayuntamiento de Barcelona. Una respuesta perfecta habría sido que el ayuntamiento negociara con la Generalitat la venta del inmueble a un precio razonable. Los olmos no dan peras. Les obsequió, eso sí, con una respuesta jurídica que les pareció interesante. Según los expertos del lado mar de la plaza de Sant Jaume, la Generalitat, si lo deseara, podría formalizar con los actuales inquilinos de Arai, 3, nuevos contratos de alquiler, incluso de más larga duración que el mínimo fijado por la ley, esos cinco años que pasan en un pispás. Sería todo un detalle. Hasta ahora, ‘Scrooge’ Generalitat se ha negado. Sostiene que la ley le obliga a vender la finca y dedicar después el dinero obtenido a políticas sociales y a cultura. Como muy gráficamente dice una vecina del Gòtic, esto consiste en romper un jarrón y con los cristales tratar de recomponer una botella.

El lunes, los vecinos de la finca donde nació Nenuco tiene una nueva cita con los responsables de la dirección general de Patrimoni para mover ficha antes de que lo haga el Clínic. En el mismo tango desesperado, Gardel cantaba aquello de “cuando estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás…”. Pues en Arai, 3, no se dan por vencidos.