TESTIMONIO

Ali, mantero: "En lugar de integrarnos nos meten miedo"

Más de 200 vendedores, principalmente de origen africano, ocupan cada día el paseo de Joan de Borbó en la Barceloneta

Manteros en la Barceloneta

Manteros en la Barceloneta / ELISENDA PONS

Luis Benavides

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Mediodía en el paseo de Joan de Borbó, en el barrio de la Barceloneta de Barcelona. Más de 200 manteros forman un concurrido mercadillo a ras de suelo, con ropa y complementos a uno y otro lado. Y todavía siguen llegando vendedores con sus productos de dudosa procedencia, principalmente imitaciones de marcas muy conocidas. Los últimos en llegar, en su gran mayoría hombres, buscan su hueco al final del colorido pasillo o, si no queda más remedio, aparcan sus mantas en doble fila. La antigüedad tiene un peso específico en el reparto de este paseo y las plazas se respetan. Aquí no hay mafias, asegura Ali, de 36 años, un tipo de casi dos metros de altura nacido en Senegal

A diferencia de la mayoría de los vendedores, que dan un paso atrás en cuanto son abordados por un periodista, Ali no tiene problemas para hablar y compartir cómo es su día a día y, en definitiva, su situación en España. “Espero que no des una visión equivocada de los manteros”, espeta de primeras, en un castellano muy fluido. Ali, que lleva 10 años en nuestro país, habla claro.

“Aquí hay profesores, exmilitares, gente muy inteligente… Muchos tenemos estudios superiores y venimos aquí para progresar. En mi caso, estudié arquitectura y vine a Barcelona para trabajar en la construcción. Con la ayuda de mi hermano, que vino antes, encontré trabajo. Estuve un año con papeles, cotizando. Cuando estalló la crisis solo me salían contratos temporales”, cuenta este corpulento senegalés, quien encontró en el llamado ‘top manta’ una salida, tan precaria como polémica. “Lo de las mafias era hace muchos años, cuando había muy pocos manteros. Ahora cada uno se busca la vida y compramos en almacenes, la mayoría de chinos, donde también compran los mismos vendedores que nos atacan”, sostiene Ali. “Ellos pagan más impuestos que nosotros –continúa- y por eso venden los mismos productos que nosotros con un precio mucho más elevado”.

Gorras, zapatillas, mochilas, sudaderas, pantalones, riñoneras… La oferta del ‘top manta’ se ha diversificado en los últimos cinco años. Lejos quedan ya las sábanas en el pavimento con películas y cedés pirateados, con menor margen de beneficio para los vendedores y obsoletos en la era de plataformas como Spotify o Netflix. “Si quieren acabar con este tipo de venta ilegal es tan sencillo como atacar a las fábricas de aquí que ya tienen identificadas y no dejar que entre en el país este tipo de mercancía, porque la mayoría viene de fuera en barco”, explica Ali, quien muestra en su teléfono móvil una de las chaquetas con capucha que vende. Las vende por 80 euros y en las tiendas 'online' se pueden encontrar por 1.000 euros. “Los españoles no pueden pagar eso –añade-, y es normal que nos la compren a nosotros”.

Redadas contra el 'top manta'

Los manteros saben muy bien que están realizando una actividad ilegal y por ese motivo muy rara vez se enfrentan a los agentes de la autoridad. Hace ya cuatro meses, dice, que no se encuentra con una redada contra el ‘top manta’ en el Port Vell. “Cuando nos quitan la mercancía nos hacen mucho daño. Necesitamos vender esto para comer”, cuenta Ali, para el que la mendicidad no es una opción cuando hay salud. Los africanos no piden limosna porque va en contra de su manera de entender la vida, de sus principios, asegura. “Queremos trabajar duro, de manera legal, pero solo nos encontramos con problemas. En los servicios sociales te dicen que te busques la vida, y es lo que estamos haciendo, pero eso no facilita nuestra integración”, cuenta este joven senegalés, quien se erige portavoz de un grupúsculo de 25 manteros de Canovelles y Granollers. La presión policial les ha obligado a coger el tren y vender en la gran ciudad. “Allí la cosa se ha puesto muy complicada. En lugar de integrarnos nos meten miedo”, explica el joven, en referencia a la mayor presión policial en esos municipios fundamentada en la ocupación del espacio público y la venta sin licencia de productos que además suelen ser falsificaciones.

En el paseo de Joan de Borbó están relativamente tranquilos, aunque ya han vivido algunos momentos de máxima tensión con la policia portuaria. “Yo a veces voy a vender a la estación de plaza de Catalunya, pero no me gusta tanto. Muchos vecinos y turistas agradecen la vida que le damos al paseo del puerto”, afirma el mantero, quien propone medidas al ayuntamiento como una “licencia provisional” que permita la venta ambulante como paso previo a otro tipo de trabajo o la instalación de unos estands como los del Port Vell -actualmente hay una decena de quioscos de helados y refrescos- que estarían dispuestos a pagar a modo de alquiler.

La creación hace ya tres años de un sindicato popular de vendedores ambulantes en Barcelona no ha surtido todo el efecto esperado. “El sindicato de manteros está bien, pero no nos sentimos del todo respaldados. Solo queremos ganarnos la vida. Vivimos en un mundo globalizado y no entiendo porqué nos lo ponen tan difícil”,  lamenta. El Ayuntamiento ha sacado a un centenar de manteros de la calle, con contratos de trabajo, la mayoría a través de planes de ocupación, pero sin un cambio en la ley de extranjería la solución puede ser un mero parche. 

Con la venta de chaquetas Ali consigue sobrevivir. Marchar no entra ahora mismo en sus planes. “Aquí encontré a mi mujer, que también es de Senegal, y ahora está embarazada de nuestro primer hijo”, añade con una sonrisa de oreja a oreja. Ahora tiene un motivo más para luchar.