PROTESTA en Gràcia
Un motín vecinal detiene el derribo de dos casas icónicas de Encarnació
El ayuntamiento convoca a la propiedad a una reunión el lunes y el exalcalde Trias exige a Colau que compre las fincas

Los vecinos, en el jardín trasero de las casas, de un tamaño inusualmente grande en el barrio. /
Incendio de consecuencias imprevisibles en Gràcia. Los vecinos de la calle de la Encarnació y alrededores, o sea, toda Gràcia, se enteraron el jueves, casi por accidente, de que dos preciosas casitas situadas en los número 15 y 17 iban a ser demolidas el viernes a primera hora de la mañana. Son fincas unifamiliares de esas que no pasan inadvertidas, retiradas un par de metros de la acera y protegidas por un muro bajo con verja. Si en la repisa de la ventana humeara un pastel de manzana recién salido del horno, la finca sería perfectamente trasplantable a cualquier pueblecito inglés, pero es que así era parte de Gràcia tampoco hace tanto. Los dueños de las dos fincas tienen previsto echarlas abajo y levantar en su lugar una promoción inmobiliaria de 28 pisos. A medio año de las elecciones municipales, esto es un incendio con fuertes ráfagas de viento. El equipo de Ada Colau balbuceó a media mañana que, desafortunadamente, la ley blinda los derechos económicos de los dueños de las fincas y, como mucho, ganó 72 horas de tregua a la espera de una reunión que se celebrará el lunes para minimizar los daños. Lo contó el concejal del distrito, Eloi Badia, en una comparecencia con cara de funeral. Minutos después, el exalcalde Xavier Trias propuso un remedio radical, que el ayuntamiento compre los inmuebles y los destine a equipamientos, que buena falta hacen por ahí.
La veloz respuesta vecinal salvó por ahora las dos fincas y también una encina como mínimo bicentenaria
Los operarios fueron puntuales y comenzaron a vaciar las fincas. Lo primero, la madera. Los vecinos madrugaron. Entraron a través de la puerta lateral y muchos descubrieron lo que jamás habían visto. Ya sabían que las casas eran entrañables, ahora se sorprendieron a la vista del magnífico jardín posterior, del que como mucho conocían, porque sobrepasa y mucho la altura del muro, esa encina de más de 200 años edad que el proyecto inmobiliario pretende eliminar. Como corresponde en casos así, una vecina se subió al árbol para impedir la tala y se organizaron turnos para relevarla.

La finca de Encarnació, 15, y a su lado, la del número 17 /
Por un lado están las fincas y, por otro, la encina. Ni las primeras están en el catálogo de edificios a preservar (la última revisión es de 1987 y entonces no se las incluyó) ni el árbol forma parte tampoco del patrimonio vegetal de la ciudad, lo cual tampoco sería de excesiva ayuda, porque llegado el caso prevalecen los intereses económicos.
Los vecinos lamentan con razón que el barrio "se elitiza", pero en rigor este no es un caso de gentrificación
Este fin de semana, lo dicho, estará vigente un breve armisticio. Los vecinos (en esto en Gràcia tienen la mano rota) ya han organizado para este sábado un almuerzo de fiambrera en el jardín y preparan otra actividad para el domingo. Su presencia allí es una oportunidad para que los curiosos se acerquen y vean de primera mano qué está amenazado antes de que tal vez deje de existir. Aquello, quedan avisados, es un hervidero de opiniones. El precio de la vivienda es una de las mayores preocupaciones del barrio. “Se elitiza”, lamentan y con razón. Lo que ocurre es que este, el de Encarnació, no es, en rigor, un caso de gentrificación, como también se dice. Al parecer, las fincas no han cambiado de manos. Los dueños, se supone que graciencs, han constituido una sociedad limitada para impulsar su proyecto inmobiliario. Como siempre ocurre en estos casos le han buscado un nombre con empaque a la empresa, Encarnació Invest S.L.. Los fondos de inversión extranjeros y las iniciativas locales son indistinguibles con esa tozudez de bautizarlas todas más o menos igual.
Comisión de Urbanismo
Noticias relacionadasLa cuestión es que hace un año se entró en el registro municipal una petición para demoler las dos casitas. Poco después, se presentó un proyecto constructivo que, en forma de letra L, seguía el perfil de las calles y arrasaba así con la encina. Según Badia, ante estos trámites el equipo de gobierno no podía arbitrariamente poner trabas por muy poco que le gustaran. A lo que aspira Badia el lunes es a “persuadir” a los propietarios que se avengan a negociar. Trias discrepa. En opinión del exalcalde, el equipo de Colau podía como mínimo no haberse dormido y plantear ya de entrada la compra de las fincas cuando hace un año se supo a través del distrito que lo que se pretendía era demolerlas. No lejos de allí, en los número 62 y 64 de esa misma calle, él ya hizo algo similar, en respuesta a una movilización vecinal. Aquello es hoy el llamado Jardí del Silenci. “El gobierno municipal tiene la obligación de estar atento a las oportunidades que surjan para poder generar equipamientos y zonas verdes en los barrios, y más aún si eso se puede hacer manteniendo el patrimonio sentimental de los barrios y preservando su fisonomía”, dice Trias. El caso de los números 13, 15 y 17 de la calle de la Encarnació es, en este sentido, de libro. La propuesta de que con carácter de urgencia ha entrado el grupo municipal Demòcrata en la comisión de Urbanismo propone la compra para que se acondicione allí una guardería municipal y un casal de gent gran, equipamientos escasísimos en aquella zona. El precio, llegado el momento, si es que llega, será el elemento que decantará el futuro de este caso.
A la mayoría de los vecinos que han salido en defensa de las fincas de Encarnació les sorprende que estas no formen parte del patrimonio a preservar de Gràcia. La inclusión en ese santoral de edificios a preservar es una suerte de lotería. Lo está, por ejemplo, la finca situada justo enfrente, en la esquina con la calle de Montmany, una casa unifamiliar de 1867, pero en Gràcia la mayor parte de las fincas con algún grado de protección se concentran en las aceras de la calle Gran de Gràcia. La última revisión de ese catálogo data de 1987, cuando la sensibilidad por el pasado era menor y, sobre todo, cuando no se intuía en el horizonte que el barrio terminaría siendo una pieza tan apetecible para el sector inmobiliario. Cinco alcaldes ha tenido desde entonces la ciudad y en pocas ocasiones se han revisado los catálogos patrimoniales, entre otras razones porque un proceso de este tipo desata de inmediato la respuesta por la vía judicial de los propietarios, que temen que el el valor en el mercado de sus fincas se vea limitado ante la imposibilidad de hacer obras en ellas.
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