Ave Gràcia, morituri te salutant

Comienza la 201 edición de la fiesta mayor más potente del verano, con sus 'bárbaros', con sus 'cristianos'...

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Carles Cols

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La decisión de la calle de Verdi (nueve primeros premios en 15 años, y dicen sus vecinos que este año van a por la décima) de inspirarse en la Roma de Marco Aurelio para la 201 edición de la fiesta mayor de Gràcia es una tentación que resulta periodísticamente imposible desdeñar. No es que Marco Aurelio fuera el más inspirador de los emperadores romanos. En Gladiator, Ed Harris lo interpreta con oficio, pero solo hasta que su hijo Cómodo (antepenúltimo vástago de los 13 que tuvo con su esposa Faustina) lo manda al otro mundo. Pero, qué caray, era un emperador. Hablamos de Roma y, lo dicho, resulta tentador tomar a Verdi como punto de partida de esta fiesta mayúscula, porque si esta calle pone el péplum, los miles de turistas que cruzarán las fronteras del barrio por los cuatro puntos cardinales representarán a la perfección el papel de los bárbaros (etimológicamente, extranjeros) y la ANC y Òmnium (¡ay!, que nos metemos en un jardín), con sus liturgias y símbolos y su ascetismo penitente, harán las veces de los primeros cristianos. Ave, Gràcia. Comienza la fiesta, con más ganas que nunca si cabe, tras el luto que pasó en el 2017 tras el atentado del 17-A.

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La verdadera fiesta, dice Tito Livio Contel, es la vida vecinal durante los preparativos, cuando se tejen relaciones

Este año son 21 las calles decoradas. Según el programa oficlal, la fiesta comienza formalmente con el pregón del martes y las calles estarán en perfecto estado para pase de revista esta mañana de miércoles, pero, como cuenta Josep Maria Contel, quien es algo así como el Tito Livio de Gràcia, el historiador de referencia del barrio, aunque sin toga, la verdadera celebración ya ha terminado. Llegan ustedes tarde. La fiesta son, dice, los preparativos, esos días previos en que los vecinos de la calle, incluso los que ya no viven ahí porque este último año les han gentrificado a golpe de subida del alquiler, ocupan la calzada y preparan los decorados. Tejen vida social, intergeneracional, además. Nietos, padres y abuelos. Todo, además, analógico. Nada de redes sociales y sustitutivos similares de la vida real.

Esta no es una celebración gestionada por el Institut de Cultura de Barcelona, como una Mercè o un Grec. Es una fiesta centenaria que sobrevivirá en la medida en que haya vida en el barrio, vecinos, vamos, y los síntomas no animan. De camino a Verdi, para charlar con Sergi, algo así como el procónsul de la calle, descorazona ver lo que ha pasado en Milà i Fontanals. A la altura de Puigmartí había no hace demasiado una pequeña librería. Pequod, le pusieron de nombre. El dueño era el más fiel grumete de Herman Melville. Resultó ser un nombre profético. Como el barco del capitán Ahab, se hundió. Era una librería de barrio, de las que prescriben novelas como el farmacéutico pomadas. Acaba de abrir ahí, en su lugar, un guardamaletas para turistas. También les alquila bicicletas. Es un mal síntoma.

Al llegar a Verdi, lugar de la cita con Sergi, cambia radicalmente el paisaje. La vida de barrio late con fuerza. El ambiente pretende ser el del fórum de Golfus de Roma, probablemente la más realista de la películas de romanos, una comedia inmortal. Un Marco Aurelio, bajo un imponente acueducto, da la bienvenida por la boca sur de la calle. Por la norte, un Baco bien rollizo. La zona central es una calle de Roma. Cuenta Sergi que esta era un idea que han aparcado las dos últimas ediciones de la fiesta, porque al ver el presupuesto y el reto que suponía les entraba hipo, pero no recogen el primer premio desde agosto del 2015, cuando recrearon el Japón de los cerezos en flor, así que esta vez han decidido echar el resto. El viernes se conocerá el veredicto del jurado. Les gustaría ganar, sí, pero como cuenta Tito Livio Contel, lo mejor de la fiesta ha sido prepararla y esos instantes de calma que en un momento u otro vendrán, sobre todo pasado el fin de semana, en que alrededor de la mesa, en mitad de la calle, se almuerza o se cena, pero sobre todo se conversa. Lo otro, las aglomeraciones y el mal beber de algunos, es un precio que hay que pagar por la fama internacional de estas fiestas. Los bárbaros. Qué se le va a hacer. Por volver, ni que sea un momento a Golfus de Roma, es más o menos como lo que le dice Philia al calenturiento Senex. “Tómame, soy enteramente tuya, pero debes saber una cosa, aunque tengas mi cuerpo, nunca tendrás mi corazón”. Pues eso, que ha llegado la hora de tomar Gràcia, pero su alma, por favor, ni desearla.

Cada calle elige tu temática. Días habrá para adentrarse desde estas páginas en decoraciones, pero por proximidad, no geográfica, sino argumental, merece la pena citar el caso de la travesía de Sant Antoni, una calle minúscula que desemboca en Astúries. Desde que hace menos de cinco años se sumaron a la fiesta, suelen ser la repera. El año pasado se llevaron el primer premio y, embriagados por aquel éxito o porque le han puesto un chorrito de algún espirituoso a la ambrosía, esta vez han optado por una idea alocada, Olimp 54, algo así como la discoteca de los dioses griegos y romanos, donde un Apolo ejerce de DJ y donde Atlas ya no sostiene sobre su espalda la bóveda del cielo, sino una bola de espejos de aquellas que iluminan la pista desde tiempos de Earth, Wind and Fire. Aquí, la que dirige las operaciones es Henar, que recomienda la visita nocturna, la disco del Olimpo luce más con luz artificial, aunque la diurna es también aconsejable, ni que sea para sorprenderse con las cariátides que ha esculpido Juan, funcionario municipal en Badalona, artista en Gràcia cuando no trabaja. Menuda mano tiene.

A falta de un examen más paciente del resto de calles, lo que puede ser destacado ya es que las decoraciones son laicas, en el sentido más actual del término. No hay lazos. Preguntados por ello, Sergi, de Verdi, y Henar, de Sant Antoni, reconocen que la mayoría de los que arriman el hombro para preparar la fiesta son de la parroquia indepe, sí, pero creen que, por una simple cuestión de respeto a los que no lo son, la fiesta no debe ser politizada.

El pregón por hache o por be, siempre es un acto medio político. En esta edición lo ha sido del todo

No opinan lo mismo, es obvio, quienes minutos antes del pregón se han encargado de repartir en la plaza de la Vila las ya clásicas pancartas apaisadas en recuerdo de los presos del procés. Repetirán el jueves, para cuando tienen previsto, en la misma plaza, coreografiar lo que ellos llaman “un gran lazo amarillo humano”. Si Marco Aurelio levantara la cabeza tendría un inquietante déjà vu. Tampoco la pregonera, Elena Carreras, orilló el tema. Es una obstetra y ginecóloga de prestigio internacional y, además, con una pasado gracienc que ella misma se encargó de subrayar en su discurso. Reveló que en los pasacalles de los años 80, bajo el cabezudo de Groucho Marx, iba ella, aún muy joven. Tuvo, lo dicho, palabras de aliento para Carme Forcadell, Jordi Sànchez, Jordi Cuixart y compañía.

El pregón suele ser siempre un acto medio político. Cuando no es por hache es por be. Este año lo ha sido del todo. Hay quien se lo toma mal. Motivos tiene. Hay quien se enfada. De un bando y del contrario. Solo hay que ver en que se ha convertido Twitter, en un ring de vale tudo, la más bestia de las disciplinas de combate, donde la regla principal es que no hay reglas. Las fiestas de Gràcia no se lo merecen.  Lo que se merecen es que el día 21, cuando concluyan, se puedan decir solemnemente las palabras del primer emperador, César Augusto, en su lecho de muerte. Acta est fabula, plaudite. La función ha terminado. aplaudid. Vamos a ver.