BARCELONEANDO

Carme García: la mirada tras el visillo

Un libro y una exposición rinden homenaje a la fotógrafa barcelonesa Carme García

Fotografía de la exposición del AFB 'Des del terrat', de Carme García de Ferrando.

Fotografía de la exposición del AFB 'Des del terrat', de Carme García de Ferrando. / CARME GARCÍA DE FERRANDO

Olga Merino

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Barcelona es una ciudad de azoteas. Por lo menos, lo es en el paisaje nebuloso de la infancia, cuando el terrado se vivía como un dominio colectivo. Las vecinas colgaban la colada en los alambres -decían que el sol la dejaba más blanca-, pero, en cuanto desaparecían, los niños se la arreglábamos jugando a los barcos piratas entre las sábanas tendidas. O a las casitas. O con el fuerte Comansi y los indios de plástico. O a saltar de finca en finca entre la maraña de antenas. También se subía a la terraza por la verbena de Sant Joan, a comer coca de piñones y rascar mixtos Garibaldi.

La mirada de la fotógrafa Carme Garcia Padrosa (Barcelona, 1915–2015) retrotrae hacia ese tiempo y ese espacio. Una mirada fEmenina, tras el visillo, de puertas adentro por el imperativo de las circunstancias. La editorial El Cep i la Nansa acaba de editar un libro retrospectivo coincidiendo con la inauguración de la muestra 'Des del terrat', que, comisariada por la historiadora Isabel Segura, podrá verse hasta el 27 de octubre en la sede del Arxiu Fotogràfic de Barcelona (plaza de Pons y Clerch, 2). Una gavilla de imágenes tomadas de 1935 en adelante con la sobriedad de ese blanco y negro que tan bien le sienta a Barcelona.

‘Des del terrat’ muestra una ciudad íntima y cotidiana desde las alturas del espacio doméstico

El historial de Carme Garcia parece un calco del de otras mujeres artistas, rescatadas del olvido por el canto de un duro. Como Vivian Maier, la niñera cuyos negativos aparecieron de chiripa en la subasta de un trastero, o como Milagros Caturla, otro tanto en el mercadillo de Els Encants. Hace ahora ocho años, la compañera Gemma Tramullas dedicó a nuestra heroína una contra deliciosa, cuya lectura denota que la fotógrafa se encontraba tan a gusto con la entrevistadora, que, en confianza, le fue confesando sin darse cuenta cómo cultivó la vocación con una cámara de chichinabo comprada por 16 pesetas en la calle Ferran. Quiso estudiar en la Llotja pero, ay, su madre volvió a quedarse embarazada y ella tuvo que ponerse a trabajar a los 13 años para ayudar en casa. Luego llegó la maldita guerra que truncó tantos sueños.

Una habitación propia, como preconizó Virginia Woolf, o una cocina propia, tanto da. Después de las papillas o las lentejas del mediodía, Carme mezclaba los líquidos para el revelado en su cocina de la calle Avinyó, gracias a que la diosa fortuna quiso que se apuntara en 1956 a un curso para mujeres en la Agrupació Fotogràfica de Catalunya. Recluida en el espacio doméstico, la artista subía a la azotea con la cámara cuando podía. Tiempo arañado al tiempo. Arte sin salir de casa.

La artista mezclaba los líquidos para el revelado en la cocina de su piso en la calle Avinyó

Desde allí arriba retrató la vida que pasaba en el asfalto, el trabajo de los albañiles, el día en que colocaron la escultura de la Mercè sobre la cúpula de la basílica que lleva su nombre, la gran nevada del 62, y luego, con el transcurrir del tiempo, también a los yonquis que se pinchaban basura en los recovecos del chino durante los años duros. Cuando bajaba las escaleras, la fotógrafa llamaba a las puertas de las vecinas, y ellas, en un gesto de confianza, le abrían de par en par su cotidianidad para que la plasmara: la plancha, la costura, entretener a los niños, el rumor de una página pasada en el silencio. A Carme la llamaron de agencias de publicidad. Pudo volar más alto pero le pasó como al canario Antoni, al que retrató encerrado en la jaula.

A su marido no le hacía mucha gracia lo de la fotografía; como capricho, vale, pero nada más. Y, sin embargo, Carme Garcia continuó disparando y guardando los negativos en cajas de zapatos. En una ocasión, le contó a Gemma, el matrimonio iba en coche cuando una piedra rompió el parabrisas, y el marido, de tan cabreado, comenzó a soltar tacos, mientras ella fotografiaba fascinada el paisaje a través de la telaraña del cristal cuarteado. La mirada de artista es a la vez condena y bendición: o se tiene o no se tiene.