MÚSICA EN LA CALLE

¿Por qué quieren tocar en una esquina?

En las calles de Barcelona hay gente que toca para sobrevivir, otra que lo ve como un lugar de tránsito hacia la profesionalización y algunos que siguen allí profundas convicciones filosóficas y políticas

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Nando Cruz

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En su inflamado discurso en el marco de las jornadas ‘Cultura Viva’, el músico callejero Rubén H. apuntó que la primera vez que sonó música en este planeta seguramente fue al aire libre. No pudo ser de otro modo. La privatización del arte, su ubicación en recintos cerrados a los que solo se accede tras pagar una entrada, es una práctica muchísimo más reciente de lo que creemos.

La música se ha disfrutado en la calle durante muchos más siglos de lo que los que lleva programada bajo techo y muchos músicos de calle no hacen sino perpetuar, desde una sobrevenida marginalidad, una práctica que el ser humano ha ejercido libremente durante siglos. La Rambla de Barcelona tiene más de un siglo de tradición documentada en este sentido, una tradición que choca cada vez más con los intereses privados de quienes desean que las calles más transitadas de la ciudad solo sean un espacio para el consumo.

Pero, ¿por qué alguien decide actuar en la calle? Estamos ante un gremio particularmente diverso, pues sus motivaciones también lo son. Unos lo hacen para ensayar y coger tablas sin necesidad de alquilar un local. Otros, para llegar a fin de mes o para sobrevivir. Los hay que salen cada día a la calle por una profunda convicción filosófica y política: presentar su música en un espacio libre sin exigir que el público pague antes de escuchar sino que, en todo caso, decida si paga después de haberla oído. Gracias a todos ellos, la música en vivo es accesible a gente que jamás podría costear la entrada de un concierto.

La calle es de todos

La calle es de todos. De los que lo prueban y lo dejan rápido porque la calle puede ser muy desagradable (no solo por la intemperie legal y la climatológica) si no conectas con el público. De los que solo tocan en verano. De otros, como Rafi, que llevan toda la vida y lo han convertido en su oficio, de modo que igual te lo puedes encontrar en el Park Güell que a las puertas del mercado del Clot. De Óscar que lleva más de una década tocando en la calle, oficio que combina con el de profesor de guitarra, a la espera de volver a los escenarios. Y de Gora, que paga clases de guitarra para perfeccionar aún más su depurada técnica.

La calle, por supuesto, es un espacio de formación. El trompetista de jazz Raynald Colom y el bandoneonista Marcelo Mercadante son músicos de gran reputación que forjaron su estilo tocando por las calles de Barcelona. También hay casos opuestos como el del holandés Clarence BekkerClarence Bekker: triunfó brevemente en la escena eurodance de los años 90 y cuando llegó el declive se buscó la vida por las calles del Gòtic, donde su sintonía con el público es absoluta.

Opción intermitente

Bekker actúa esta semana, por enésima vez, en la sala Jamboree de la plaza Reial porque un artista callejero no siempre lo es al 100%. Para muchos, la calle es una opción intermitente en épocas en que cuesta obtener conciertos remunerados. La complicada casuística de la música callejera ha adquirido en Barcelona tintes francamente delirantes como el de Dani Lança. Este portugués tiene un largo historial de multas y guitarras requisadas, pero el ayuntamiento de la ciudad lo contrató para actuar en las fiestas de la Mercè de 2016.

Hoy hay sorteo en el Convent de Sant Agustí. Como cada mes, se hará el reparto de espacios y horas en que los músicos con licencia podrán tocar las próximas semanas. A los que tengan suerte, les tocará un punto con buena acústica y mucho tránsito. A otros les tocará un punto por el que apenas pasa gente. Probablemente, renuncien a él y se vayan a tocar a otras plazas y calles jugándose una multa. Se unirán así a la inmensa mayoría de colegas de gremio que trabajan en la calle al margen de la ley. Unos y otros perpetuarán esa tradición milenaria que consiste en regalar canciones a la gente a cambio de lo que cada cual quiera pagar: un euro, veinte céntimos, una sonrisa o ni eso.