GESTIÓN DE LA INMIGRACIÓN EN BARCELONA
"Odiaba tener que estar huyendo de la policía; no hacía nada malo"
Si hubiera sido de Dakar, hubiera sido más sencillo. Algo más sencillo, al menos. Pero el senegalés Aliou Top es hijo del campo, de un pueblecito a unos 200 kilómetros de la capital. 200 kilómetros mal comunicados, claro. Top, como le llaman, tiene 32 años y vive en Barcelona desde el 2012, pese a que nunca se empadronó. Nunca hasta ahora. No tenía pasaporte y la tramitación del mismo, viniendo de dónde venía -ese pueblecito a 200 kilómetros de Dakar-, era casi un imposible. Sin ayuda, al menos. Una ayuda que al final llegó. Top es uno de los 15 socios de Diomcoop, la cooperativa de venta ambulante creada para regularizar la situación de los manteros en la capital catalana con la tutela municipal. Sacarlos de la manta y que vendan de forma legal en la densa red de mercados y mercadillos de la ciudad.
Top partió de Senegal en el 2006, como tantos, persiguiendo el sueño europeo. Llegó primero a Mauritania, y de allí pasó a Las Palmas, en el 2009. Desde allí le mandaron a Madrid, y luego fue a Barcelona, donde aterrizó en el 2012. Se instaló enseguida en un piso de Navas con un conocido, que rápido le hizo un retrato claro de la situación. “Llegas aquí, y enseguida aterrizas y ves que no hay alternativas. Que las únicas opciones, sin papeles, son la chatarra o la manta, y la chatarra es muy dura, la última opción”, resume Top, quien, pese a eso, intentó buscar otros trabajos para dejar atrás la venta ambulante, trabajo que le causaba mucho estrés. "Odiaba tener que estar huyendo de la policía. No hacía nada malo", explica. Trabajó un tiempo como portero de discoteca -su físico, ayuda-, pero su situación legal le obligaba a que fuera siempre en precario. Sin contrato. Un pez que se muerde la cola.
Vendió camisetas del Barça y gafas de sol, pero "lo pasaba muy mal". “Cuando venía la policía yo no corría. Me quedaba quieto. No estaba cometiendo ningún delito", recuerda. Hasta que un día, vendiendo en la Rambla, acabó en el calabozo y decidió que no iría más a la Rambla, que se quedaría en la Barceloneta, lo que durante meses fue una suerte de 'zona franca'.
Conoció de la existencia de la Oficina del Plan de Asentamientos Irregulares un domingo por la tarde, charlando con compatriotas en el club del Besòs en el que acostumbran a reunirse. "Fui enseguida. Quería dejarlo, pero tenía problemas para demostrar que llevaba tres años viviendo aquí. No tenía ni padrón...", señala.
Una vez entró en el circuito, el camino fue largo, pero se aferró a cada oportunidad que se le brindaba. A través de una entidad gestionaron el arraigo, y contactaron con un conocido que viajaba a Senegal a ver a su familia para confiarle la tarea de ir hasta su pueblo para gestionar la documentación pendiente. Sufrió hasta que este regresó, pero al fin lo hizo. Y con los papeles. Prueba superada. Con ellos logró conseguir, al fin, el permiso de trabajo que le permite vender en la cooperativa y firmar un contrato laboral, lo que le facilitará acceder a su regularización.
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