ENTREVISTA EN LA CÁRCEL

El abuelo pistolero: "No recuerdo haber atracado a nadie, pero pido perdón"

El abuelo pistolero

El abuelo pistolero / periodico

GUILLEM SÀNCHEZ / BARCELONA

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La sala de espera de la Modelo está llena de visitantes. Dos mujeres han traído bebés para que sus padres los vean, quizá por primera vez, aunque sea desde el otro lado del cristal. El mismo separador a través del que los hombres las mirarán también a ellas, que lucen maquilladas y escotadas. En esta habitación, de techos altísimos, los familiares esperan el inicio de una visita de 20 minutos. Ninguno de ellos viene a ver al reo que ofrece la entrevista que sigue. Esta se produjo antes de que se cerrara la prisión del Eixample. Mientras el abuelo pistolero estuvo aquí encerrado, la de este diario fue una de las pocas visitas que recibió.

Jesús M. A. es un hombre de 70 años que saltó a la mala fama a finales de invierno, tras atracar a mano armada dos bancos, dos farmacias y una perfumería. Todos negocios del barrio de la Bordeta, su barrio. Protagonizó una fulgurante -aunque tardía- carrera criminal que duró solo una semana y que terminó cuando los Mossos d’Esquadra se abalanzaron sobre él. Era un jubilado sin antecedentes penales que el 9 de febrero, tres meses después de enviudar, cogió una Colt Double Eagle de 9 mm, una pistola detonadora que no dispara balas de verdad, y dio un giro inesperado al guión de su vida.

Entró en la misma oficina bancaria a la que regularmente acudía como cliente para atracarla. En esa sucursal de la Gran Via, Jesús tenía una cuenta corriente compartida con su mujer que no podía vaciar porque, al fallecer esta, quedó bloqueada. Pistola en mano, ese día se llevó 1.200 euros y, para cubrir la retirada, dejó en esas dependencias una fiambrera de plástico con un despertador en el interior que pretendía simular un artefacto explosivo. Con el botín bajo el brazo, regresó a su casa, a unos escasos 100 metros de la oficina. Fue solo el principio.  Tras aquel golpe perfecto hubo cuatro más. De una de las farmacias, en la que se topó con una caja registradora vacía, se llevó viagra. ¿De dónde venía aquella necesidad acuciante de dinero? ¿Por qué Jesús se convirtió en el ‘abuelo pistolero’? 

EL MISTERIO DE JESÚS

El funcionario comienza a llamar uno a uno a los visitantes que se adentran hasta una galería que divide una hilera de cabinas contiguas. De un lado los visitantes, del otro los reclusos. Jesús se acerca cojeando hasta la taquilla asignada y se apoya contra el reposabrazos del cristal para observar a un interlocutor que no conoce. Asiente levemente con la cabeza a modo de saludo insonoro. La conversación tiene lugar a través de un intercomunicador metálico y embozado. Se le escucha mal. Pero habla claro, con un catalán de acento cerrado.

-¿Sabe que en la prensa aparece con el sobrenombre de ‘abuelo pistolero’? No…

-¿Por qué atracó esos negocios? No lo sé.

-Pero lo hizo... No lo sé.

-¿No lo sabe? No lo recuerdo.

Jesús dice que lo que sucedió tuvo que ocurrir como consecuencia de la muerte de su mujer, Carme. Ambos estuvieron casados 40 años. Ella enfermó tanto que comenzó a depender de él para todo. "Estábamos muy unidos. La cuidé cada día durante 11 años. No iba a ningún sitio sin ella".

-¿Cuándo murió Carme? El 11 de noviembre (del 2016). Me dijo: "Cariño, ahora sí que tengo que dejarte".

-¿Qué respondió? "No lo hagas".

-¿Qué sintió? Que el cielo se desplomaba contra el suelo.

-¿Y ahora? Me siento solo. Y estar aquí dentro es como morir en vida. He perdido muchos kilos desde que entré (lleva preso unos cuatro meses). 

A Jesús, además de la soledad, le sigue atormentando el dinero. Le preocupa que al estar encerrado en la cárcel y sin acceso al dinero que sigue atrapado en su cuenta bancaria, terminará perdiendo su domicilio. Por eso pide dinero constantemente e insiste en que no tiene ni "para fumar". Y quiere otra cosa: que se contacte con Laura (nombre falso a petición de la afectada), la única "amiga" que le queda en el exterior, porque necesita ropa.  

¿De dónde sacó la pistola? La saqué de casa. Sin pensar.

¿Pero dónde la había comprado? Creo que fue en la calle del Carme.

Antes de convertirse en el abuelo pistolero, Jesús trabajó hasta jubilarse en una empresa que fabricaba piezas de automoción. Los bancos y las farmacias que asaltó con el rostro semioculto son negocios ubicados a escasos metros de donde ha residido toda la vida. Hasta ese 9 de febrero no había hecho nada delictivo. "Nunca he hecho daño a nadie", asegura. Ante los Mossos y ante la juez que instruye su caso, Jesús juró no ser consciente de haber dado esos golpes.

¿De verdad no recuerda nada? Durante esos días no era yo. Los recuerdo como si estuviera en una nube. Pero si es cierto que hice lo que cuentan, pido perdón. Que me perdonen. No sabía lo que hacía.

¿Para qué era la viagra?¿La viagra? No puedo tomar viagra. Tengo un problema de corazón.

Tiempo de visita agotado. Las madres escotadas, con los bebés en brazos, y el resto de familiares emprenden el camino de salida a la calle. Jesús también se despide y se aleja cojeando camino de su celda.

Laura (nombre falso), la única "amiga" que le queda en el exterior, contactada por este diario, explicó que la necesidad acuciante de dinero del anciano se debió a que se enredó con malas compañías tras el fallecimiento de su esposa. Pero Jesús, en una conversación telefónica posterior, lo negó rotundamente. El misterio del abuelo pistolero, averiguar qué le impulsó a empuñar una pistola para asaltar comercios -al grito de: "Dóna’m tots els calers o et deixaré sec d’un tret"-, sigue sin resolverse porque el protagonista no puede, o no quiere, recordar. 

Jesús fue uno de los últimos presos en abandonar la Modelo. Él asistió a la cena final que se celebró en esta prisión. Los medios de comunicación pudieron entrar para inmortalizar el rancho postrero que se sirvió a unos cuantos presos dentro un comedor con 113 años de solera. Jesús llamaba la atención porque era el más viejo. En la fotografía que le tomó Albert Bertran y publica hoy este diario, el abuelo pistolero aparece con la pierna apoyada sobre una muleta. Está solo, en una mesa sin más comensales, junto a una olla enorme. Con la mano se tapa la boca, en un gesto con el que parece preguntarse qué hace allí, protagonizando el final de una cárcel legendaria.