Trasplantados del Somorrostro a Sant Roc

"Acostumbrado a estar en la calle, sentías que te ahogabas en un piso de 50 metros", relata José Amaya

Somorrostro

Somorrostro / periodico

HELENA LÓPEZ / BARCELONA

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En el caso de José y Magdalena Amaya, decir que llevan toda la vida juntos no es una forma de hablar. Se criaron juntos, muy probablemente eran primos más o menos lejanos, y se casaron a los 15 años en el bar Los Pajaritos del Somorrostro. Hoy sobrepasan los 70 y aún pasean de la mano que les deja libre el bastón. "Cuando nos comprometimos me pasé un año sin hablarle, de la vergüenza", recuerda José, a quien todos en Sant Roc conocen como el 'tío Chino'. José, Magdalena y sus seis hijos fueron una de las decenas de familias gitanas del Somorrostro realojadas en el polígono de Badalona, tras pasar unos meses viviendo en los pasillos del Estadi Olímpic, cuando las riadas de 1962 se llevaron por delante su barraca. 

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El matrimonio -habla él porque ella está enferma, aunque le mira, sonríe y asiente- narra su infancia y juventud en el difícil Somorrostro sin ápice ni de épica ni de dramatismo. No tenían agua, luz ni lavabo, y las barracas estaban rodeadas de los desperdicios de las fábricas del litoral, pero los Amaya -"¿familiares de Carmen Amaya? ¡Puede ser!"- lo explican con total naturalidad. "Íbamos al colegio porque nos daban pastas y nos ponían películas del Gordo y el Flaco", relata el hombre, quien cuenta también cómo se hizo un toldo frente a la barraca de sus suegros tras casarse con su amada esposa. Cocinaban con el carbón que el tío de su mujer 'pescaba' de la fábrica y se calentaban con las hogueras que encendían en la playa.  

"La gente en el Somorrostro era muy buena. Podías dejar la cartera llena de dinero encima de la mesa sin tener que sufrir", subraya Amaya, quien empezó a trabajar en el puerto, como tantos en el barrio, con 12 años. También como tantos, se vió obligado a dejar el trabajo en el puerto por las malas comunicaciones para desplazarse cada día desde Sant Roc hasta el litoral barcelonés.

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El paso de las barracas a los pisos no fue sencillo para casi nadie. "Sentías que te ahogabas, acostumbrado a estar en la calle", confiesa el hombre, quien se instaló en un piso de 50 metros cuadrados junto a su esposa y sus seis hijos. "Muchas personas recogían chatarra, como ahora, pero claro, con burros, y meterse en un piso tan pequeño y cerrado fue un cambio muy grande", recuerda.  

Hoy el 'tío Chino' tiene "30 o 40 nietos" y está tranquilo en Sant Roc. "El barrio ha cambiado. Ahora hay muchos inmigrantes, pero son buena gente. No se meten con nadie", concluye.

BARRACONES PROVISIONALES

Mercedes Santiago también estrenó los pisos de Sant Roc cuando la visita del dictador hizo borrar del mapa las útlimas barracas del Somorrostro. "Trabajaba en una metalúrgica del Poblenou desde los 12 años.11 horas diarias", explica orgullosa. "Yo era la única niña de la fábrica y a los dueños les interesaba mucho porque siempre he sido muy movida y les sacaba mucho trabajo. Recuerdo que cuando venían los inspectores me tenía que esconder", recuerda. Tenía la 'suerte' de que se podía duchar en la fábrica. Dormir, dormía en la pequeña barraca familiar de un solo espacio, haciendo un tetris con sus 12 hermanos.

Del Somorrostro recuerda a un cura que no quería que derribaran las barracas -"a él le interesaban"- y recuerda también que de un día para otro, en junio del 66, tuvieron que marcharse porque la Administración no quería que Franco viera las barracas. Los pisos de Sant Roc en los que los tenían que realojar aún no estaban terminados, así que los instalaron en unos barracones provisionales. "Fue una desilusión. Nos explicaron que tendríamos pisos y nos encontramos con unos barracones. Tenían mucha prisa por sacarnos del Somorrostro y no pudieron esperar a que acabaran los pisos", explica la mujer, dulce y hospitalaria.

VIDAS PARALELAS

El piso en el que ahora vive, puerta con puerta con el del 'tío Chino', no es la vivienda en la que se instaló tras la etapa en los barracones. Su piso estaba en uno de los bloques en malas condiciones que sustituyeron por uno nuevo, pero Mercedes no podía pagar la diferencia de precio que le pedían, así que le buscaron un piso vacío en uno de los bloques viejos que de momento seguirán en pie.

Como los Amaya, Julia Aceituno dejó el Somorrostro en 1962, cuando el mar se tragó su barraquita. Su familia también pasó por el Estadio Olímpico y finalmente fueron realojados, en su caso en un piso de Trinitat Nova, que a Aceituno se le antojó un palacio, pese a las deficiencias estructurales que aparecieron en breve. En Trinitat, de hecho, hay una leyenda que cuenta que cuando Franco acudió a inauguración el barrio dijo: "Vaya mierda de barracas verticales que habéis hecho aquí". Como le sucedió a Mercedes Santiago en Sant Roc, el edificio en el que realojaron a Aceituno en Trinitat Nova fue también sustituido por un bloque nuevo. Aceituno, eso sí, puedo afrontar el cambio.