Alquiler de piso con búho

Atención: hay un apartamento vacío en el edificio que tutela el famoso rapaz, en Sant Joan con Diagonal

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MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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El piso del búho está en alquiler, y es menester llamarlo así porque cualquier piso que esté en el edificio del búho es por derecho un piso del búho. Tiene 180 metros cuadrados, más o menos, vistas sobre la Diagonal hasta donde alcanza la mirada y cuesta 2.200 euros al mes; caro o barato, según cómo se vea, todo es relativo. Debería ser noticia: vivir a la sombra del búho viene siendo como vivir bajo el neón de Coca-Cola en Times Square, guardadas las proporciones, o a la sombra de cualquier icono publicitario de talla planetaria. ¿El búho es un icono publicitario? Lo fue, se le puede llamar así porque lo fue. Ahora es solo el búho. Aunque debería escribirse con mayúsculas, El Búho, pues con ellas habla la gente: “Quedamos en el edificio del Búho”, dicen, y no “del búho”. Búho en Barcelona solo hay uno. Y de noche guiña el ojo.

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Sorprendentemente, el anuncio del piso no incluye por ninguna parte una mención del animal. Tratándose de esta ciudad, que inmobiliariamente hablando explota al máximo lo mínimo (“vistas al mar” suele ser una rendija de remoto azul entre edificios del Carmel), acaso sea de celebrar. “Vistas extraordinarias, magnífico emplazamiento, todo exterior, muy soleado, luminoso en todas sus dependencias”. Cuatro habitaciones, dos baños… ¿Y el búho? Alguien con menos escrúpulos habría puesto al búho a encabezar el anuncio: “Alquiler en el edificio del búho”; “Piso de alquiler bajo el búho” u “Oportunidad para vivir bajo el búho”, para ser más directos. ¿No es un plus vivir junto a La Pedrera o con vistas a la Sagrada Família? El caso, además, es que las tiene: desde el terrado de este primo hermano del archifamoso Flatiron (el rascacielos triangular de Manhattan) se disfruta, en efecto, de una privilegiada perspectiva de la obra de Gaudí, y de hecho se han hecho varios rodajes aprovechando la circunstancia. Eso sí, no es ni remotamente el principal atractivo que tiene la azotea.

ENTRAÑAS DE METAL

El verdadero privilegio de subir allí no es tanto la vista sobre la Sagrada Família: vistas sobre la Sagrada Família, al fin y al cabo, tienen unos 2.000 edificios de la ciudad. Sí, no tan buenas, pero en fin. El verdadero privilegio radica en la posibilidad de apreciar las entrañas del búho. La espalda del búho, su lomo. Apreciar es el verbo, pero solo si lo precede una auténtica admiración por ese animal estrambótico que observa el mundo desde su atalaya imponente de la Diagonal –o de Sant Joan, todo es relativo–. Solo de esa manera se puede sentir algo cercano al placer estético ante la visión de, bueno, la simple estructura de metal que sostiene a la entrañable y misteriosa criatura. Es eso, puro metal. Metal del bueno, eso sí, pues está ahí para soportar tormentas y vientos huracanados. Este búho en particular no puede arrancarse a volar. Ya lo hizo una vez y a nadie le interesa que vuelva a intentarlo.

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Ocurrió hace cinco años, cuando “una tormenta horrible” –recuerda la dueña del edificio– se llevó el metacrilato de los ojos. "Se encontraron  trozos de búho hasta en Bailèn con Provença". Todo un acontecimiento: durante un tiempo, el búho dejó de parpadear. Los posteriores arreglos a los que fue sometido le proporcionaron al búho su última –hasta ahora– oportunidad de desfilar por la prensa. “Lifting de búho”, titularon un par de periódicos, aunque en realidad debieron decir que se había hecho un búho a prueba de todo: solo la tormenta del apocalipsis final podrá arrancarlo de sus goznes, pero entonces no tendrá importancia, y ver al búho alzar el vuelo sobre la ciudad no será lo más raro en medio de la debacle.

LA CASA ENCANTADA

La dueña –prefiere no airear su nombre– tiene su propia teoría respecto no ya de por qué la ciudad decidió en su día darle al búho tratamiento de patrimonio –es un superviviente, sí–, sino, en general, sobre el porqué de su magnetismo, esa atracción proverbial que ejerce sobre los barceloneses: “Por el misterio”, dice. “Y si a eso le sumamos que a esta casa, en los años 40, la llamaban la casa de los fantasmas…” La elocuencia de los puntos suspensivos. Como es bien sabido, el búho salió de la cabeza de Joan Roura, el fundador de Rótulos Roura, cuya sede a finales de los 60 estaba ubicada en la calle de València, muy cerca de la confluencia de Sant Joan con Diagonal. En ese emplazamiento magnífico, Roura montó el búho para promocionar su empresa. "Rótulos Roura. Mágico poder", clamaba la rapaz. Acaso era un esotérico, Roura, y pensaba que el búho es portador de buena suerte, y lo consideraba sabio y sobre todo: mágico. O acaso estaba al tanto de los rumores de la casa encantada, y eludió la tentación de poner allí arriba un animal sin oscuridad. Un perro, o un caballo.