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De casa de novicia a taller de artista
El estudio de Oleguer Junyent es el único templo del arte que se conserva en BCN
Natàlia Farré
Periodista
NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA
En la calle Bonavista hay una casa aparentemente anodina. Nada destaca en ella: fachada austera pero cuidada, portalón de madera y grandes ventanas que miran al norte. Lo de la orientación no es baladí cuando uno se dedica al pincel. La luz del sur calienta, la que viene del norte es buena para pintar. Lo dicho, vista por fuera es una casa más. Pero su interior es otra cosa. Singular y original. Y sobre todo único. Ahí se esconde el último taller de artista al estilo de templo del arte que se conserva en Barcelona: el de Oleguer Junyent (1876-1956). En su momento hubo otros. La espectacularidad la pusieron los hermanos Masriera con su edificio levantado a imagen de la Maison Carrée de Nimes y del que solo quedan las piedras. O el de Ramon Casas del que ya no queda ni Vinçon, la tienda que lo ocupó. El de Bonavista lo levantó, decoró y trabajó el pequeño de los Junyent, hermano de otro de los artistas con nombre de la Barcelona del cambio de siglo: Sebastià. Y se mantiene tal cual lo dejó a su muerte, con él último óleo a medio terminar y con todos los tesoros que coleccionó a la vista.
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La unicidad es uno de los méritos del espacio, pero hay otro: el de la privacidad. La familia sigue viviendo en él. No está abierto al público. De ahí que poder entrar tenga un plus, el de pisar casa ajena, algo que siempre despierta el voyerismo propio de la condición humana. Hasta los años 70, bastaba con ser invitado a una de las fiestas que allí se celebraban. Las de Oleguer Junyent, a principios de siglo, con la música y el teatro como protagonistas. Las de su sobrino-nieto y heredero, Oleguer Armengol Junyent, respondían más a las preferencias de la 'gauche divine'. Las de ahora son familiares. Así que en la actualidad para cruzar el umbral y entrar en el templo hay que ser pariente o concertar visita.
De ello se encargan Isabel Vallès y Laura Pastor, impulsoras del proyecto Cases Singulars y autoras del libro ‘Cases singulars. Personatges singulars’ (Albertí editor). “El objetivo es poner en el circuito cultural el patrimonio privado que hay en Barcelona. Potenciarlo y dar valor al trabajo que hacen muchas familias para mantenerlo”, explica Vallès. Ahí están el Palau Moxó, la Casa Rocamora o la Torre de Bellesguard, sin ir más lejos. El libro recoge además el personaje que hay detrás de los espacios: “Estas casas no existirían sin sus impulsores. Este estudio es precioso, pero la personalidad de Oleguer Junyent era muy notable”, apunta Pastor.
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Tan notable como polifacética. No solo se dedicó a la pintura, sino que fue escenógrafo, además de dibujante, diseñador y cartelista. Sin olvidar su dimensión de coleccionista y de asesor de coleccionistas, como lo fue de Lluís Plandiura y Francesc Cambó. Con todo, su gran obra fue su gran aventura: la vuelta al mundo que efectuó entre 1908 y 1909. Llegó hasta Australia, que no es poco. La singladura la documentó con apuntes al óleo y dibujos que recogió en el libro 'Roda el món y torna al Born'. Fue a la vuelta cuando compró la casa-estudio de la que llevaba tiempo enamorado. La Setmana Tràgica se lo puso en bandeja. La propietaria era una novicia del convento de Valldonzella, uno de los quemados y asaltados durante esos convulsos días. Así que la compra fue fácil.
SIN LA RÚBRICA DE PICASSO
Allí instaló su domicilio, sus colecciones y su taller al que dio la atmosfera teatral que aún mantiene. Una mezcla ecléctica de marcos de alcoba sacados de los palacetes derribados para abrir la Via Leitana, tapices, lámparas de Murano, recuerdos y lienzos con su firma y con la de sus amigos: Mir, Sunyer, Urgell, Anglada Camarasa... Falta la rúbrica Picasso. Pese a la relación que los Junyent mantuvieron con el malagueño, no conservaron ninguno de sus cuadros. Algunos los tuvieron en propiedad, como 'La vida', el culmen de la época azul del genio. Y otros solo existieron en la mente de Picasso: este quiso retratar a la hija de Sebastià, pero Oleguer, conocedor de donde acababan las modelos del malagueño: en su cama, se lo negó.
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