CONSERVACIÓN DE LA BIODIVERSIDAD URBANA

BCN renuncia a las palmeras

Palmeras 'Phoenix' en el parque del Escorxador, el pasado viernes.

Palmeras 'Phoenix' en el parque del Escorxador, el pasado viernes.

ANTONIO MADRIDEJOS
BARCELONA

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La época en que vistosas palmeras adornaban cualquier nuevo paseo o nueva plaza se ha acabado en Barcelona por culpa del picudo, un prolífico coleóptero que ya es tristemente famoso por los estragos que causa. A largo plazo, el número de palmeras urbanas podría pasar de las 11.000 de la actualidad a unas 2.500.

Salvo excepciones meditadas, el Ayuntamiento de Barcelona ya no planta nuevos ejemplares de las dos palmeras más emblemáticas de la ciudad, la datilera y la canaria, cuya presencia está documentada desde hace siglos, y solo repone aquellas que mueren en emplazamientos que se consideran tradicionales o singulares, como podrían ser la Ciutadella, la plaza Reial y el parque del Escorxador. Además, ha decidido que en estos casos se empleen a poder ser palmeras de otras especies que hayan acreditado una mejor resistencia al insecto. Sin embargo, no es tarea fácil porque ya se ha empezado a detectar el picudo en las palmeras de abanico o washingtonias, igual de altas y vistosas, que eran la alternativa en la que habían depositado sus esperanzas los técnicos municipales.

Los nostálgicos lamentarán la pérdida de un paisaje que se ha convertido en seña de identidad de Barcelona, pero lo cierto es que la densidad de palmeras en Barcelona es descomunal, con las citadas 11.000, buena parte fruto de ajardinamientos de tiempos muy recientes. Además, la norma es sustituirlas por árboles de especies autóctonas y así, de paso, fomentar la biodiversidad.

Aunque las primeras palmeras documentadas en Barcelona datan de 1398, su primera gran expansión acontece a finales del siglo XIX, con el regreso de centenares de indianos que aspiran a reproducir en su nuevo hogar el añorado ambiente de América. Siguiendo la misma estela, las palmeras se extienden por toda la costa catalana a principios del siglo XX. Con posterioridad, con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992, la ciudad experimenta un segundo boom de palmeras con, por ejemplo, la plantación masiva de ejemplares en las medianas de las rondas y en los barrios que se abren al mar. «Las palmeras eran muy agradecidas porque daban sombra sin ocupar mucho espacio y tenían un mantenimiento barato, pero el picudo lo ha cambiado todo», asume Antoni Vives, teniente de alcalde de Hábitat Urbano. Actualmente en la ciudad hay 7.949 palmeras en calles y plazas y otras 3.497 en parques.

GASTO IMPORTANTE

Al picudo, que fue detectado por primera vez en Barcelona en el 2006, le han bastado ocho años para acabar casi con un millar de palmeras. Y si no ha llegado a todas es en buena manera porque el ayuntamiento se ha gastado unos 350.000 euros anuales en prevención y saneamiento con insecticidas. Todos los pies de la ciudad se revisan dos veces al año. En el 2013, el picudo fue detectado en 143 palmeras, de las cuales hubo que talar 66 y otras 77 pudieron ser saneadas. Y este año, hasta septiembre, la situación aún es peor, con 214 afectadas (145 taladas y 69 saneadas).

El ayuntamiento ha preparado un plan de control del picudo para el 2015 que prevé la protección específica de 2.500 unidades consideradas singulares por su tamaño, su ubicación, su valor histórico o porque forman un conjunto, entre otros motivos. Se les hará un seguimiento y, si es necesario, un tratamiento. «Ello supondrá aumentar la partida anual contra el picudo hasta casi un millón de euros», avanza Vives.

En las nuevas urbanizaciones se podrán plantar palmeras, pero se evitará poner las especies sensibles. Una alternativa que se está probando es la pequeña palmera de pindó o Syagrus romanzioffiana, como se puede observar en la calle de Tallers y en el Fòrum. En el Front Marítim, las washingtonias están sustituyendo a las datileras, y lo mismo sucede en el paseo Picasso. «Limitaremos las plantaciones, pero las palmeras no se acabarán. Yo soy optimista con las nuevas cepas resistentes que puedan venir», concluye Vives.