A pie de calle

El futuro de la plaza de la Assemblea

Unas vecinas, frente a la plaza de la Assemblea, en obras, ayer.

Unas vecinas, frente a la plaza de la Assemblea, en obras, ayer.

CATALINA GAYÀ

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Cuando una plaza está en obras, los vecinos escrutan cada movimiento, ya que la plaza es en las ciudades lo que en los pueblos son los patios. Solo que el patio es de uno y la plaza, de todos. En La Sagrera, el jueves empezaron las obras de la plaza de la Assemblea de Catalunya, y ese día los vecinos vieron por última vez la plaza que, en junio, será otra. Ayer me acercaba a la plaza para escribir sobre el ya pasado de lo que será, dicen, la nueva ágora de Sant Andreu. En el barrio, de momento, la plaza parece no tener nombre. Es la de «las ratas», decía un cartero; «la que está cerca de la Masadas», indicaba un vecino; «la del párking de las goteras», recordaba una mujer.

La de la Assemblea de Catalunya es una plaza de barrio de una ciudad que ya no se explica sin nombrar la vida de los que llevan 15, 20 o 25 años en Barcelona. En uno de los lados de la plaza, el edificio de un supermercado que ya sirve para decir: «Nos vemos al lado del....» alberga una peluquería, una iglesia evangélica y una cafetería que regenta una familia china.

Del otro lado, en el Celler Pons encontraba las explicaciones. El celler abrió en 1946 y, desde el 2010, lo lleva Beba Silva. Hace 26 años, la dictadura sacó a Beba de Uruguay. Vino de paso hacia Suiza, pero se quedó y, durante años, regentó el chiringuito del parque de la Pegaso, y puso en marcha las barquitas que daban la vuelta al lago. Ya no hay chiringuito y de las barquitas solo queda una foto. «Lástima. La gente necesita trabajo», decía ayer mirando la foto.

Regresaba al presente, al olor a barrica, a vino. Lamparita, mate y un diccionario de francés enfrente, explicaba que La Sagrera funciona como comunidad. En el barrio, en esta parte del barrio, decía una clienta, todo pasa en la plaza de Masadas, que es donde se monta un mercado de miniaturas cada primer domingo de mes -«¿No lo sabe?», me preguntaba-; que es donde se grabó El cor de la ciutat -«¿No lo sabe?», repetía- y que es donde se reúnen.

Ya no me preguntaba si lo sabía. Empezaba la comparación entre las dos plazas y el anhelo de que la de la Assemblea de Catalunya tenga la vida que tiene la de Masadas. «Hasta el pasado jueves -decía Maria Fernanda Clos, la vecina-, aquí jugaban los niños, los evangélicos hacían picnics y se celebraban aniversarios». Luego, las dos mujeres entablaban una charla sobre el presente. Decían que el gran mal de la ciudad, del barrio y hasta de la escalera de Maria Fernanda es que «los jóvenes se van al extranjero». Vitales, pasaban a su presente: Beba, a los vermuts que sabe que serán un éxito cuando se acaben las obras y el mercadillo de miniaturas se traslade frente a su puerta. Maria Fernanda, a las clases de taichí y de inglés y al voluntariado. Tienen 76 y 70 años, nacieron en dos continentes y comparten una vida que se cruza en esta plaza.

Hasta el domingo, el barrio está en fiesta. Los churreros y los escenarios eran señales de lo que ocurriría más tarde o de lo que sucedió anoche. Iba a la plaza de Masadas: vitales, unos jóvenes discutían un proyecto. Hay presente.