Análisis

La culminación de la transformación urbana

ORIOL BOHIGAS

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La designación de Barcelona como sede olímpica de 1992 fue un acontecimiento de resonancia popular. La ciudadanía recibió la noticia como el definitivo acicate de la transformación de la ciudad. Había el entusiasmo por los Juegos como escenario de una internacionalización de Barcelona, como un apoyo económico, como un lucimiento y también como un espectáculo competitivo de altísimo nivel. Pero en las diversas capas sociales había aún una base quizá más consistente, el convencimiento de que los Juegos serían la culminación de un proceso de rehabilitación de la capital de Catalunya, un proceso que, en líneas generales, el ayuntamiento deSerray deMaragallya había iniciado y del que ya se había establecido un programa con aciertos estructurales y referencias a problemas urbanos de gran envergadura.

Es decir, los Juegos no solo anunciaban los valores colectivos del espectáculo, la competición, la fraternidad popular y los signos cívicos del deporte, las consecuencias económicas a corto y largo plazo, sino sobre todo la perspectiva de un paso en el progreso urbano y social de Barcelona y su entorno. Creo que es importante subrayar que, a diferencia de otras convocatorias olímpicas, la de Barcelona fue explicada a la ciudadanía como la culminación de una transformación urbana -de la que ya se habían dado ejemplos a pequeña escala-, como el logro de un objetivo de reconstrucción y rehabilitación, difícil sin un evento de envergadura como unos Juegos.

Ilusiones cumplidas

Cuando desde Suiza se anunció que la ciudad del 92 sería Barcelona, la mayoría de los catalanes entendieron que esta era la ocasión para atacar los grandes temas, convencidos de que las capitales sin Estado como Barcelona necesitan acontecimientos puntuales que las catapulten y las aproximen a las ventajas capitalinas. Todo el mundo entendió -y aplaudió- que los Juegos eran el marco para poner en marcha una transformación radical.

Por eso es bueno ver ahora, desde la distancia en la que ya estamos, si estas ilusiones se han cumplido. Basta con dar una mirada rápida. No hay que profundizar en la lista, con los hechos más evidentes es suficiente. Los Juegos descubrieron el mar, dando a Barcelona uno de los mejores frentes marítimos con un nuevo barrio mediterráneo; abrieron unas rondas que han modificado todo el sistema de tráfico; completaron la rehabilitación del centro histórico en las áreas más degradadas; construyeron muchas instalaciones culturales y educativas; hicieron nuevos edificios para la exhibición deportiva con la inteligente previsión de destinarlos después a usos habituales y ya reclamados por los habitantes y las asociaciones de vecinos; rehicieron todo el sistema de alcantarillado general y de la higiene de los detritos; iniciaron la comunicación con los cerros de Collserola; abrieron plazas y calles en todos los barrios; completaron una magnífica serie de esculturas al aire libre de artistas de gran calidad; transformaron Mont-juïc con unas instalaciones deportivas que recogen y perfeccionan los restos de la aventura de 1929...

Creo que no es preciso enumerar más. Solo hay que recordar que después de los Juegos el número de turistas en Barcelona se multiplicó por 10. Esto ahora crea unos problemas -cuya solución exigirá una segunda o tercera etapa de transformación de la ciudad-, pero numéricamente es el gran indicador del éxito de los Juegos. Y, al mismo tiempo, debe ser la base y la inspiración para las nuevas etapas del urbanismo barcelonés. Con tantos millones de visitantes y espectadores, hay que planificarlo todo con mucho cuidado. No hay que perder el prestigio, sino modificar ofertas de poco nivel o paisajes urbanos incompletos o defectuosos. Ahora el problema ya es otro: el de la calidad y la adecuación.