La memoria de Jordi Solé Tura

CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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Mirar al pasado desde la mirada de un niño nacido en el exilio. Bucarest. La memòria perduda es el documental que abrirá el sentido homenaje a Jordi Solé Tura, que se celebrará el 14 de enero en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB). Su autor es Albert Solé, periodista e hijo del comprometido político de izquierdas encarcelado en la época franquista, voz de Radio Pirenaica, catedrático de Derecho, brillante intelectual, padre de la Constitución y, desde hace siete años, enfermo de alzhéimer.

Albert Solé recuerda que hay 800.000 familias que viven la misma situación en España. "Son dramas anónimos en los que el paisaje que se dibuja cada día es más complicado". La decisión de emprender el rodaje de Bucarest no fue fácil por la implicación emocional y el desgaste de la privacidad que conllevaba. "Rodaba un documental sobre la cotidianidad en una cárcel, y tras una conversación con dos trabajadoras sociales sobre cómo transcurrió nuestra infancia, me di cuenta de que desconocían lo que fue la clandestinidad".

Cuando tuvo la certeza de que su padre tenía vacíos sobre el pasado decidió que era el momento de recuperar la memoria. Pero lo que le motivó de verdad fue su hija Noa, que, a sus 5 años, no entiende cómo su abuelo se comporta como un niño pequeño. Albert quiere explicarle que ese hombre al que le cuesta abrocharse los zapatos ha tenido una vida intensa y rica. "Fue una persona que se la jugó. Se entregó a unos ideales que, acertados o no, fueron coherentes".

Mientras rodaba, Anny Bruset, su madre --"el guardián de los recuerdos de mi infancia", dice Solé--, testimonio clave del exilio en Francia y en Rumanía, sufrió una triple embolia, de la que tras cinco operaciones se ha recuperado admirablemente. "Paré el rodaje, pero al final decidí grabar una intervención por el valor simbólico que tenía: se está perdiendo la memoria". De sus recuerdos destaca lo que su exmarido le susurró cuando se le declaró en Dives-sur-Mer: "Haremos juntos la revolución y pequeños revolucionarios".

Para Albert Solé es vital que detrás de cada enfermo de alzhéimer se busque a la persona. "Por la reivindicación de la memoria, de la dignidad y del propio orgullo". Mantienen los registros que caracterizaban su personalidad antes de la pérdida de memoria. "El que es sociable, lo seguirá siendo; quien tenga sentido del humor, lo mantendrá, y el que es irritable, lo será más".

El alzhéimer saltó a primera página en octubre cuando Pasqual Maragall desveló que, a sus 66 años, lo padece. El político anunció su voluntad de luchar contra la enfermedad y colaborar para eliminar los tabús que la envuelven. "En ningún sitio está escrito que sea invencible", manifestó ese día. Él dedica estas fiestas a escribir uno de los discursos más difíciles que le ha reservado la vida. "Reivindicará el término alzhéimer, que se lleva con cierta vergüenza. Es lo que le pasaba al cáncer hace 20 años, que se guardaba dentro de casa", dice Solé.

Valora el mensaje de optimismo que transmite Maragall. "Pero no olvidemos la realidad: aún hay pocos mecanismos para afrontar esta enfermedad". El discurso del expresidente de la Generalitat será, según su opinión, duro, emotivo, pero necesario. "Se lo agradezco mucho. Maragall siempre ha sido una persona sensible y solidaria. Lo que va a hacer tiene un valor tremendo".

Solé Tura fue senador hasta la anterior legislatura. En diciembre del 2003, recibió la medalla de oro de la ciudad de Barcelona. Ese día improvisó un discurso emotivo en el que recordó a los presos políticos de la dictadura. Nadie percibió los síntomas de la enfermedad, quizá, opina su hijo, porque le acababan de detectar pérdida de audición en un oído. "Cuando desconectaba, esas extrañas ausencias que nunca había tenido, lo atribuíamos a la sordera".

El problema se hizo evidente en otra solemne intervención pública. La Universitat de Barcelona convocó pocos meses después un homenaje por su aportación a la Constitución. Asistió Felipe González. Ese día, al profesor que tantas lúcidas clases había impartido en esas aulas no le salían las palabras. Sus referencias sobre el sufragio universal y sobre el juego democrático apenas se entendían. "No le salía una palabra que había pronunciado millones de veces: constitución. Fue un sufrimiento. Ese día, por primera vez me vino a la cabeza el alzhéimer".

Los médicos confirmaron el temor. "A diferencia de Pasqual, que ha tenido un diagnóstico precoz, cuando mi padre lo supo ya no tenía consciencia sobre el cambio de vida que suponía afrontar la enfermedad". Hoy, reconoce a poca gente. Solo a personas muy cercanas, como Teresa Eulàlia Calzada, su actual esposa, exdiputada del PSUC y compañera de militancia, y Albert, su único hijo. A veces confunde sus nombres. Siempre le ha gustado el contacto con la gente. "Cuando alguien lo saluda por la calle responde abiertamente, con mucho cariño, aunque no identifique quién es el interlocutor. Eso lleva a engaños, porque responde con la misma efusión a un conocido que a quien se aproxima por primera vez".

Despersonalización

Nolasc Acarín, amigo de la familia, afamado neurólogo y compañero de muchas batallas, explica en uno de los momentos más emotivos del documental el futuro que les espera: "Se irá produciendo la despersonalización, una situación muy dramática, muy triste, muy dura, especialmente para los familiares. Evolucionará hasta no saber quién es, ni cuál es su historia. Perderá la memoria de su vida". En la misma toma, el médico pregunta a su paciente, señalando a Albert: "¿Quién es este joven?". "Mi hijo, que es espléndido", responde con orgullo Solé Tura. "¿Cómo se llama?". Duda y contesta: "Jordi". Acarín interviene: "¿Albert?". A lo que enseguida reacciona con un "sí". La conversación sigue con Teresa Eulàlia. "¿Cómo se llama tu mujer?" La observa con ternura y dice: "Uy, vete tú a saber, pero es mi mujer".

Bucarest. La memòria perduda revisita la época más ignorada y más comprometida de quien fuera el ministro de Cultura que logró la permanencia de la colección Thyssen en España. Para empezar Albert Solé tiene tres partidas de nacimiento --España, Hungría y Francia-- y ninguna es la verdadera. Nació en Bucarest, donde estaba la sede secreta de Radio Pirenaica, emisora antifranquista de la que su padre era locutor, y ahí empieza un gran filme.