GRAN ACTUACIÓN EN IPURÚA
Piqué manda en silencio
El defensa brilló disfrazado de central de otra época rechazando balones de todo tipo
Colocado siempre, o casi siempre, en el escaparate mediático, se olvida la dimensión futbolística que irradia Gerard Piqué. Un central que se impone en los escenarios más hostiles hacia su figura. No se esconde nunca y menos en Cornellà, donde no solo marcó el tanto del empate, sino que mantuvo la racha de invicto del Barça en la Liga. Un central moderno, que adora salir con el balón pegado a su pie mientras su altiva silueta se asoma más allá de la cueva, pero, a la vez, antiguo. Antiguo fue su partido, impecable en el tono defensivo y firme cuando más temblaban sus compañeros, angustiados por ese inevitable efecto intimidador que provoca siempre Ipurúa.
Central del nuevo siglo, con alma de delantero. Central del siglo pasado, parapetado, y no por deseo propio, en el área de Ter Stegen, a la que cuidó como si fueran sus hijos. Instaló allí Piqué su campamento y nadie osó cruzar su puerta. Tenía delante suyo a Kike García, un incómodo delantero que hace del juego aéreo su pasaporte de vida. A cada pelota que volaba por Eibar, iban un gigantesco nueve llegado del Middlesbrough hace dos años (mide 1.86) ante un poderoso y elegante central (1.92).
Por tierra y por aire
Cada balón era un mundo de dificultades para los dos. Uno intentaba construir un espacio que no existía porque el otro lo invadía de forma inmediata. Nada era diáfano en ese gigantesco y noble pulso entre dos maneras de entender el fútbol. Fue, precisamente, Piqué quien tuvo que tomar un disfraz al que parecía no estar nada acostumbrado, aunque lo desmintió con una impecable tarde.
Hasta 12 pelotas en su propia área tuvo que despejar parapetado, y con éxito, delante de las narices de Ter Stegen
Impecable resultó su ejercicio defensivo capaz incluso de despejar hasta 12 balones, ¡sí, 12!, en los 332 metros cuadrados del área azulgrana. Justo él, habituado a salir con el balón cosido a su bota derecha, entendió que tenía que tomar el ropaje de jornalero, que se ganaba en cada despeje el pan diario. Debió acabar con dolor de cabeza de tantos balones que repelió en el aire. Por arriba y por abajo brilló, tal si existiera en realidad más de un Piqué en ese pequeño y complejo campo.
Solo una falta
Mandó, además, con un silencio realzado por la tremenda autoridad que desprendía su partido. Sin duda alguna cuando debía tirase al suelo para ayudar a Sergi Roberto a frenar las incursiones de Inui, con una tremenda interpretación de lo que necesitaba el Barça para esquivar la trampa de Ipurua. Diríase que ni se despegó de Ter Stegen, convertido en centinela fiel del balón. 14 despejes firmó Piqué. ¡Los 14 con éxito! Y cinco fueron con la cabeza, ganando además tres de los seis duelos áeros que libró con Kike García. Los tres que perdió fueron lejos del hogar culé.
A cada curva que le proponía el partido, hallaba la línea recta adecuada. Así se interpuso astutamente en aquel peligroso tiro de Inui. Terminó la tarde en silencio, como si no hubiera ido a Eibar, pero Valverde y, sobre todo, sus compañeros, saben del auténtico valor del Piqué futbolista: una falta cometida, 51 pases buenos de 58 hechos (89% de acierto) en una tarde digan de un central de otra época. Sudor, barro... Un viejo defensa.
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