LOS AÑOS 60

Mi Madrid-Barça preferido (2): Fusté y el 1-3 de 1965

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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Es de aquí, es de allí, es deportista, es futbolero, es tiki-taka, es catalán, culé, pero se siente de un montón de sitios, sobre todo porque tiene amigos “y amigos de verdad” en todas partes. Ahora se le acaba de morir su ‘hermano’ Zoco y se consuela abrazándose a Amancio. En el 65, nadie pensaba en el Generalísimo cuando jugaba, aunque ahora se sienta, sí, más catalán que nunca. Pero aquellos eran partidos para disfrutar, para reivindicarse, como le ocurrió aquel 19 de diciembre de 1965, cuando fue él, Josep Maria Fusté, quien se puso en la alineación titular cuando Roque Olsen no tenía intención de ponerle. “¡Menudos huevos tienes, amic!”, le dijeron sus colegas de vestuario.

         Si quieres hablar de fútbol con Fusté es una cosa; si quieres contrastar datos, fechas, partidos, alineaciones, goles, triunfos, derrotas, títulos, “entonces espera que llegue el ‘nene’ (es decir, Zaldúa), que es una biblia y se acuerda de todo”. No necesitamos al ‘nene’ para hablar de aquella sonada victoria (1-3) en el Bernabéu, porque ni siquiera queremos recordar los goles “muy tempraneros ¿verdad?” (y tanto, minutos 7 y 8) con rúbrica final, cómo no, del ‘nene’, en el 34. “En aquella época, el Real Madrid tenía mejor equipo e individualidades que nosotros ¡vaya que sí! Pero aquel día, en aquella Navidad, nos salió un partido redondo”.

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         Y mira que el asunto empezó turbio, liado, feo. El periodista de La Vanguardia que seguía al Barça e, incluso, viajaba con el equipo, les había calificado aquella semana de “vagos, golfos, fiesteros, juerguistas, noctámbulos, trasnochadores. Aquel tipo nos llamó de todo sin razón, con resquemor, fue muy injusto; total porque no nos salían las cosas”, recuerda Fusté, que, insisto, no se acuerda de los goles pero sí de aquella pluma despiadada. “Nos reunimos en el vestuario y le dijimos a la directiva que no queríamos ver más a ese periodista (le aprieto, y mucho, pero no suelta el nombre), que no volveríamos a contestarle una sola pregunta y que no queríamos ni verlo”. Y el rotativo no lo envió a Madrid. Ni que decir tiene que, 10 minutos después del 1-3, toda la plantilla le dedicó la victoria al susodicho “como demostración de que, si no nos salían las cosas, no era por falta de interés y dedicación”.

         Pero no sería esa la única incidencia de aquella semana previa a la goleada del 65. Fusté, que era la magia, la profundidad, la pausa, el metrónomo de aquel equipo junto a Verges y Muller, le había caído en desgracia “no tengo ni idea de por qué” al ‘mister’, a Roque Olsen. No contó con él en toda la semana y los compañeros le iban diciendo:  “Pero, Josep, ¿qué pasa?, ¿estás mal?, ¿estás lesionado?, ¿qué hace este tío” y Fusté, con la mosca tras la oreja, quería pensar que el técnico estaba haciendo probaturas. Pero no, no, ya en Madrid, Fusté se dio cuenta que Olsen no pensaba ponerlo en el equipo titular. Dos horas antes de la charla en la habitación, donde el ‘mister’ daba siempre la alineación y la táctica, Fusté se tropezó con Olsen en el ascensor. “’Mister’, yo quiero jugar, yo voy a jugar, no me venga con monsergas, ¡yo tengo que jugar!”, le espetó a la cara. Y Olsen lo puso. Y Fusté goleó.

         Fusté cuenta que ellos se divertían mucho, mucho. Y se querían y respetaban más. “Los de un bando y los del otro”. A este cerebro, casi único, le encantaba Pesudo “un portero muy elegante, que todo lo hacía bonito, eso sí, muy patoso con los pies; bueno, claro, en aquel tiempo solo Iribar jugaba bien con los pies”. Le parecía impresionante “¡único en la historia!” el cuerpo del lateral negro Benitez, “un auténtico portento, que le amargaba la existencia al velocísimo Gento, pues Benitez era más rápido, fuerte y hábil que él, incluso subiendo al ataque ¡que tío, de verdad!”. Le chiflaba la polivalencia de Olivella y Torres en el centro de la defensa. “Olivella era demasiado buen tío para ser central ¡no daba una patada! en contraste con Toni (Torres) que nos pegaba incluso en los entrenamientos ‘¡joder, Toni, que soy yo!’, tenías que gritarle”. La defensa la completaba, en la banda izquierda, Eladio “otro que tal, rascaba hasta durmiendo, defensa-defensa”.

         Aquel equipo era una pequeña orquesta, con un centro del campo con violines y tambores, donde “Verges, gran marcador, podía amargarle la tarde a quien fuese y en el que Muller, fino, fino organizador, no daba una patada ni tampoco se lesionaba porque jugaba andando, jamás le vi esprintar”. Y junto a ellos, él, Josep María Fusté, el ‘puto amo’, una zurda prodigiosa que controlaba, metía balones interiores y marcaba llegando desde atrás. “Yo tenía la presencia de…..Sergi Roberto, sí: buena planta, zancada y sprint con llegada. Eso es lo que tiene que hacer Sergi Roberto ¡atreverse más, caray, llegar, llegar, marcar!”

         Y delante, una bala por cada lado y Zaldúa, que lo peleaba todo. “Rifé, sin grandes filigranas ni recursos técnicos, era un rayo, un relámpago, llegaba a todo lo que le lanzabas, se colaba y centraba de maravilla y, por el otro lado, Zaballa igual, más valiente todavía. Y, de 9, Zaldúa, que lo cazaba todo y, sobre todo, hacía la mejores paredes que he visto en mi vida. Tú le dabas el balón y el tío te lo servía en bandeja donde quisieras. Era un placer jugar con ellos”.

         Y, sí, Fusté jugó con ellos aquel 19 de diciembre de 1965. Y jugó porque le echó mucho valor. Todo. Porque pilló a Olsen en el ascensor.