ADIÓS A UN CULÉ INOLVIDABLE

El marqués del Empordà

Tito defendió con orgullo sus raíces como un 'noi de poble' y el ideario de la cantera antes de dejar una huella indeleble con la Liga de los 100 puntos

Tito y Pep posan con sus tres primeros títulos, de la campaña 2008-09: La Copa del Rey, la Liga de Campeones y la Liga española.

Tito y Pep posan con sus tres primeros títulos, de la campaña 2008-09: La Copa del Rey, la Liga de Campeones y la Liga española.

JOAN DOMÈNECH
BARCELONA

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Un campeón. El último campeón. En el campo, tras coronar al Barça en la campaña anterior, firmando un récord de cien puntos que seguirá vigente, y en la vida. Empezó a combatir al cáncer que le detectaron en noviembre del 2011, siendo ayudante de Pep Guardiola, mantuvo su fortaleza física y anímica para asumir el relevo a continuación (2012-13) y a los dos días de que empezara la actual tuvo que renunciar para someterse a un tratamiento que le inhabilitaba para afrontar la competición.

«Mis hijos se sentirán un día orgullosos de que haya entrenado al Barça», dijo Francesc 'Tito'  (Bellcaire d'Empordà, 17 de septiembre de 1968), antes de dejar una huella imborrable. No solo en Carlota y Adrià; en Montse, su esposa; en Joaquim y Maria Rosa, sus padres; en Josep, su hermano, que le puso el apodo de Tito; en el resto de la familia. Solo la naturaleza de un mal sin un remedio infalible le ha batido.

Nada le derribó antes. Ni la añoranza del 'noi de poble', como se definía, orgulloso de sus raíces, cuando  a los 13 años se instaló en La Masia, aunque sus amigos le bautizaron como 'el marqués' por su atildado aspecto y su interés por el buen estado del césped. No le desanimó la tristeza cuando renunció a su sueño de triunfar en el Barça, a las puertas del primer equipo. No le frenó la frustración por ser un anónimo futbolista trotamundos, sin consolidarse como un futbolista de élite. No le embargó la impaciencia ante la tardanza por consolidarse como entrenador. No le mareó el vértigo cuando le propusieron ser el relevo de Pep Guardiola y ser designado para que intentara continuar de «una obra irrepetible». Ni sucumbió a la egolatría de mantenerse en el cargo este verano antes de someterse a un nuevo tratamiento que le impedía seguir en el banquillo.

«Seny, pit i collons»

Queda el concepto de un tipo que anduvo siempre de cara, sin dobleces, directo como la tramontana. «Seny, pit i collons», era uno de sus lemas, por el que apelaba al sentido común, la entereza y la valentía para caminar por la vida. «Endavant i crits», fue el último mensaje que dejó escrito.

Queda el recuerdo imperecedero de una Liga modélica, redonda, con varios récords y que reunió en el campo del Levante, el 25 de noviembre del 2012, a 11 jugadores formados en La Masia. «El Barça es admirado porque tiene un modelo propio», repetía con orgullo.

Queda la memoria de un entrenador que conservó los valores del Barça, en los que creía firmemente, desde que se reunió con su amigo Pep Guardiola después de que este le reclutara en el 2007 para dirigir al Barça B en Tercera, desconociendo que se despedirían cinco años después tras reunir 14 títulos, 15 con la última Liga. «Si estaba de acuerdo con sus ideas antes, no las cambiaré para diferenciarme y decir que soy distinto», argumentó para enfrentarse a quienes quisieron colocar una cuña que, finalmente, provocó la posterior y dolorosa ruptura.

La primera pareja rota

Queda la estampa de un entrenador capaz de perdonar a Mourinho y de reprender a Pepe por acusar a Iniesta de teatrero -«si hacemos un vídeo con las imágenes de sus patadas...»-, de confesarse acólito de Rexach, entrenador de su época de juvenil y de defender el ideario de Cruyff («si la velocidad de  balón es alta, el riesgo de patadas, disminuye», repitió),  que venía a ser el mismo. Pep y Tito siguieron los pasos de Charly y Johan, mejoraron su legado y acabaron igual, distanciados en cuanto el balón se paró. «Lo más importante es lo que pasa en el campo», subrayaba para apartar el foco de los problemas personales. Y para huir del protagonismo, consciente de que debía dirigirse a Messi («los grandes astros tienen 10 goles extraordinarios en su carrera, y él ya tiene 100»), a Cesc («me cuesta mucho dejarlo fuera del equipo»), e incluso a Song.

«M'esteu aixecant la camisa?», preguntó a Josep Maria Bartomeu, entonces vicepresidente deportivo, ante la tardanza del centrocampista que pudiera jugar de central, como había reclamado. Con parecida sorna afrontó unas incipientes críticas («estar al 100% en septiembre no toca») y rebatía la necesidad de renovar la plantilla con fichajes: «¿Cambiar a seis jugadores? ¿A qué seis? ¿Y qué seis vienen? La base del equipo es la de la selección campeona del mundo y tenemos a Messi, que es el mejor futbolista de la historia».

Tito se confesaba catalanista y conservaba las reminiscencias del culé de antigua generación que creció viendo demasiados triunfos del gran rival. «Al Madrid no le doy por muerto ni a 14 puntos de distancia ni a 16», proclamó. Él fue capaz de alejarlo hasta los 18, en diciembre, poco antes de marcharse hacia Nueva York en la segunda fase del rebrote de su enfermedad. Permaneció tres meses fuera, mientras Jordi Roura gestionaba el equipo. Volvió y se instaló de nuevo al frente. Se sentía con las mismas fuerzas de un año antes, cuando recibió el primer visto bueno de los médicos. «La vida puede cambiarte de un día para otro sin darte cuenta, me ocurrió a mí». Así comenzó una lucha que 'el marqués' ha soportado con elegancia durante tres años. El recuerdo es eterno.