DERBI BARCELONÉS

El Barça de la mano castiga esta vez al Espanyol

Los azulgranas quiebran la racha local de los blanquiazules con otra goleada que pudo ser aun más contundente

Chica hace una dura entrada a Messi, que se lleva el balón, anoche.

Chica hace una dura entrada a Messi, que se lleva el balón, anoche.

JOAN DOMÈNECH
CORNELLÀ DE LLOBREGAT

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Ya se conoce como el Barça de la mano. El que levanta el brazo y abre los dedos para expresar la cantidad de goles que marca. Por quinta vez repitió Pep Guardiola una alineación que se distingue por marcar cinco tantos cada vez que pisa el campo. Anoche no fue una excepción. La excepción estuvo en Pamplona, donde solo pudo meter tres a Osasuna, después de llegar con prisas y tarde al campo.

El Barça aplastó al Espanyol con la misma contundencia con que estrenó su brillante carrera ante el Panathinaikos, el Sevilla y el Madrid, la penúltima gesta del once que ayer rompió violentamente la orgullosa condición como local de los blanquiazules, que solo habían encajado dos goles en las siete victorias que habían ligado en casa. Fue la segunda mano consecutiva de los azulgranas: la semana pasada, sin embargo, Maxwell y Mascherano ocuparon los puestos que Piqué y Busquets recuperaron en Cornellà-El Prat.

Esos relevos pueden considerarse casi insustanciales mientras en el campo coincidan Xavi e Iniesta maniobrando como en el patio del colegio y arriba se junten Pedro (dos goles), Messi (dos asistencias) y Villa (dos goles). Entre los cinco desarbolaron a un Espanyol que pudo salir peor malparado y tuvo que asumir que fuera precisamente su eterno rival el primero en estampar la mano de los cinco goles en su precioso recinto, ruidoso y presionante como siempre y que acabó medio vacío como signo de claudicación.

DIEZ MINUTOS DE TOQUE / Pero antes pareció claudicar el equipo, al menos en la estrategia inicial diseñada por Pochettino para frenar al campeón. El afán por tocar más de lo habitual el balón le duró 10 minutos al Espanyol. Le invadió el temor de repente cuando sufrió dos graves pérdidas en defensa que pudieron costarle sendos goles.

La primera acción derivó en un grave error de Alves, que se plantó solo ante Kameni y quiso esperar a Messi para que marcara él, pero el argentino mando la pelota a las nubes con la derecha. El aviso surtió efecto inmediato. La preconcebida idea de retener el cuero para que el Bar-

ça se desordenara en la presión quedó abandonada. Empezó otro partido. Uno que se ve cada semana. En el Camp Nou y fuera. Es el partido en el que la pelota queda atrapada por un incontestable dominio azulgrana.

UN ESTILO INTERIORIZADO / Tienen los hombres de Guardiola tan interiorizado su estilo que les importa un pimiento la identidad del rival. Van a lo suyo. Se ponen a jugar y a pasarse la pelota indiferentes a todo, con tanta confianza que impresiona. Y asusta. Hasta a Guardiola, que no pudo reprimir un aspaviento de fastidio cuando a Alves se le ocurrió sacar un balón junto al poste izquierdo de Valdés con un quiebro y una pared con Piqué.

El arrojo de Alves fue una de las claves del encuentro. El lateral brasileño desgarró al Espanyol por la banda derecha. Fue un percutor demoledor que se coló en el área con una frecuencia que retrató, al mismo tiempo, la pasividad de Callejón, que no le persiguió ni una vez, y las limitaciones de Dídac para contener la velocidad de su homólogo. El joven defensa bastante tenía con descifrar los movimientos de Pedro como para poder atender también a las llegadas de Alves.

UN BOQUETE TRAS OTRO / Los dos azulgranas descosieron al Espanyol y a través de ellos se empezó a cimentar el rotundo triunfo del Barça. Alumbraron a sus compañeros y sembraron las dudas del rival. Si los blanquiazules acudían a contener esa hemorragia, se les abría otra por el centro con los espacios que dejaban en la zona ancha. Messi vio un boquete y colocó a Pedro en una autopista libre de peaje hacia Kameni para establecer el 0-1. Antes de consumarse la media hora, Xavi extendió en el suelo el colchón de la tranquilidad con el segundo. La grada blanquiazul la tomó con el árbitro, al que señaló como el culpable de todos sus males. Undiano fue el árbitro del último derbi. En la primera mitad ya había enseñado cinco amarillas, dos menos que en el partido de hace unos meses. Sirvieron para frenar el ímpetu del Espanyol, que apeló a la fuerza y a la garra para atemperar la enorme superioridad técnica de su ilustre visitante.

MÁS RÁPIDO, MÁS PRECISO / Ni así se frena al Barça, siempre más listo, más rápido, más preciso que cualquiera. Con su tradicional tuya-mía hipnotizó al Espanyol, demasiado bisoño porque persiguió la bola sin fijarse en los movimientos de su adversario. Da igual. Baena y Márquez trataron de anular a Xavi e Iniesta, pero entre ellos se coló Messi para dar un recital de los suyos sin la necesidad de marcar. Kameni acabó desesperado porque los cinco goles fueron muy parecidos: un azulgrana ante él dispuesto a fusilarle.

Cornellà debía disfrutar de una conjunción astral para llevarse el duelo. Nunca se atisbó, ni siquiera mínimamente, aunque el gol de Osvaldo alimentara esa esperanza. Fue una concesión del Barça, que andaba mirando la luna en uno de los dos despistes defensivos que cometió en toda la noche, recreándose en el juego y desperdiciando ocasiones. Arrastrando las lacerantes dimisiones de Luis García y Callejón, el resto del equipo tiró de orgullo y soltó la bota, y ni siquiera así fue suficiente rival para un Barça al que se le queda pequeño este mundo.