CLAVES DE LA CIVILIZACIÓN FARAÓNICA
Momias al desnudo
Anna Abella
Periodista cultural
En esta casa desde 1990. Periodista cultural. Buceando en el mundo de los libros desde 2005.
ANNA ABELLA / BARCELONA
«Encontramos una momia colocada de pie, apoyada en unas rocas, mirando hacia un boquete hecho por ladrones que comunicaba dos tumbas. La intención era clara: asustar al siguiente que penetrara por el agujero intentando romper la oscuridad con la débil llama de una miserable tea». Desde Luxor, donde lleva cuatro años trabajando en el Proyecto Djehuty, José Miguel Parra (Madrid, 1968), doctor en Historia Antigua por la Complutense, explica cómo le impactó descubrir esta momia, a la que llamaron Nikolai. Con ese mismo lenguaje visual y con la intención de «hacer entender qué se oculta tras esas polvorientas tiras de lino», Parra, autor de varias monografías sobre el Egipto faraónico, acaba de publicar Momias Momias(Crítica), un título que responde a lo que él considera su «obligación como historiador: ofrecer a la sociedad el resultado de las investigaciones de forma clara, concisa y amena, para que el trabajo de los egiptólogos llegue al mayor público posible».
Todo lo que a uno se le pueda ocurrir sobre la muerte en el Antiguo Egipto se desgrana en Momias. Con todo, lo más novedoso quizá sea que Parra se enfrenta a «los amantes de lo enigmático y arcano» para desmontar la falsa creencia de que las pirámides no servían como tumbas porque no se han encontrado momias en su interior. Algo, por otra parte, nada extraño si uno se pone en la piel de los saqueadores, deslumbrados por la riqueza que los reales cadáveres se llevaban a cuestas. «No son cascarones vacíos (...) De hecho, contamos con la momia de al menos uno de los soberanos de cada una de las dinastías egipcias en las cuales se construyeron pirámides», afirma. La momia de Merenre, de la VI dinastía, es una de ellas y aunque no está bien reírse de los muertos, ante su historia, la sonrisa es casi imposible.
CARNE EN CONSERVA
Imaginen la escena: siglo XIX, los hermanos Brugsch hallan a Merenre desnuda dentro de su pirámide y deciden llevarla al Museo de El Cairo para ponerla a salvo. Cogen un tren pero por un problema en las vías deben seguir a pie. Cargan con ella a pelo bajo el intenso calor hasta que la momia se parte «limpiamente por la mitad». Uno coge el tronco y la cabeza, el otro, las piernas. Consiguen un taxi hasta la aduana de la capital y los aduaneros, «fieles al manual», ante el «cadáver reseco y descuartizado», la consignan como «¡carne en conserva!» y deben pagar las tasas como tal.
Hoy algunos claman contra la investigación científica a que están sometidas las momias pero a más de uno le sorprenderá conocer cómo se llegó a los diversos usos «degradantes» que se les ha dado a lo largo de la historia. Tráfico de momias: sus supuestas virtudes sanadoras las convierten en la edad media en «remedios milagrosos contra todos los males» o en «excelente pintura marrón». También son buenas como «materia prima para fabricar papel». Y más de un turista del siglo XIX, como las «señoritas Brocklehurst», intentó llevárselas en la maleta como suvenir. Y es que una momia desvendada era lo más chic en los exquisitos salones de té londinenses.
«PÁSAME UN REY»
Las momias arden de maravilla y las calderas de los trenes egipcios fueron testigo de ello, pues durante muchos años se usaron como combustible. Lean a Mark Twain en Inocentes en el extranjero (1903): «uno escucha al profano ingeniero decir malhumorado en voz alta: ‘J...r con estos plebeyos, no se queman nada... pásame un rey».
Parra profundiza en las momias como fuente de información biológica sobre las enfermedades de los egipcios. El agua del Nilo era fuente de vida, y de parásitos. Nobles y pueblo llano, pocos se libraban de infecciones como la esquistosomiasis (pérdida de sangre en la orina, anemia, merma de defensas...) o la malaria (detectada en Tutankamón y otros familiares). También la intensa luz solar causaba daños oculares. El maquillaje verde y negro en los ojos de hombres y mujeres egipcios no era por coquetería. Absorbía los reflejos, tenía propiedades profilácticas y repelía los mosquitos.
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