Crónica

Un alucinante proceso creativo

Miquel Barceló y Joseph Nadj exhiben en 'Paso doble' la magia del nacimiento de una obra de arte

Miquel Barceló, la noche del viernes, en el Lliure al final de Paso doble.

Miquel Barceló, la noche del viernes, en el Lliure al final de Paso doble.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL
BARCELONA

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Un artista inmerso en un extenuante proceso de creación. Miquel Barceló modela el barro en compañía del coreógrafo Joseph Nadj, maestro del lenguaje gestual. Un blando muro blanco espera su agresiva intervención. En el suelo del escenario del Lliure, un lodazal de arcilla aguarda a los protagonistas dePaso doble. Y flota en el silencio de la sala una pregunta: ¿podrá ser percibida como teatro la confección de una obra inspirada en el mural cerámico creado por el genio de Felanitx en la capilla de Sant Pere de la catedral de Palma?

La respuesta no tarda en llegar. Los artistas, ocultos detrás del muro, golpean ligeramente la pared en la que emergen unas burbujas. Son los prolegómenos de una acción presidida por el soberbio alfarero mallorquín. Barceló y Nadj salen a escena con sus solemnes trajes. Puro surrealismo, porque el barro los acabará dejando muy pronto listos para la tintorería. Lo que sucede después tiene difícil explicación si no se pasa por el tamiz de la emoción que produce el ritual del nacimiento de una obra de arte. Magia, energía, improvisación a un ritmo dethriller frenético y sobrecogedor.

Miquel Barceló salta y trepa por la pared para dibujar figuras con las manos y crear relieves con patadas y puñetazos. Vuelve al suelo de arcilla para escarbar, junto a Nadj, con azadas y mazos la superficie. Saltan bolas de barro y surgen verticales figuras que acaban lanzando contra el mural. El proceso de destruir para crear se hace patente cuando Barceló con un grueso bate arremete contra las protuberancias.

A medida que crece la tensión, los atónitos espectadores se preguntan qué más puede pasar. Y lo que ocurre aún sorprende más. Unas frescas vasijas acaban enfundadas en las cabezas de los artistas, donde son moldeadas para componer máscaras del bestiario de la fauna africana.

El momento más agobiante de la composición es cuando Miquel Barceló deposita varios recipientes sobre la cabeza de Nadj hasta convertirlo en un minotauro que acaba estampado contra el muro. Una estremecedora música recrea la atmósfera del momento. El sueño del coreógrafo de estar dentro de un cuadro de Barceló se cumple y el pintor lo remata rociándolo de pintura junto al resto de la obra.

Al final ambos desaparecen dentro del cuadro entre ruidos de succión. Una interminable ovación premió el alucinante espectáculo.