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A vueltas con Dylan

RAMÓN DE ESPAÑA

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Eva Amaraly su amigo el del gorro se han sumado a los fastos de Zaragoza 2008 con una versión del himno oficioso del evento,A hard rain's a gonna fall, del incombustibleBob Dylan, y han conseguido que una canción ajena suene como propia, lo cual no sé hasta qué punto es un halago en este caso. De todas formas, tanto si consideras aAmaralunos cursis redomados o unos chicos muy sensibles, hay que reconocerles que se lo han currado. Para hacer versiones desangeladas y rutinarias de los clásicos, más vale quedarse en casa, que es lo que podría haber hechoRod Stewart, en vez de grabar sus tres infames discos (¡tres!) de estándares norteamericanos.

Aunque aDylanse le lleva versionando desde el principio de su carrera --pienso en losByrds, que dulcificaron sus temas sin traicionarlos o, ya puestos, en la lamentable interpretación deBlowin'in the windque perpetrábamos en misa los alumnos de la Escuela Pía--, para mí hay una versión que brilla con luz propia y que es, precisamente, una del mismo tema abordado porAmaralque

Bryan Ferryincluyó en su disco de 1973These foolish things. Chaladura impresionante --era como siElviscantaraA hard rain's a gonna fallcon arreglos deLiberace--, la cosa fue interpretada como un sacrilegio por los dylanólogos sin sentido del humor, pero yo creo que es, junto alMy waydeSid Vicious, la prueba cabal de que cuando uno se pone a hacer versiones está obligado a echar el resto y a jugar a la carta más alta. Todo lo demás, por correcto y respetuoso que resulte, es perder el tiempo.

Eso es lo que hizo, lamentablemente, el señorFerryen suDylanesque, el album que publicó el año anterior y que, a diferencia de su homenaje aCole Porter, Frederick Hollandery demás luminarias del pasado (As time goes by), no aportaba nada nuevo a un cancionero glorioso.

Las buenas canciones son como las buenas novelas: no merece la pena reinterpretar las primeras ni adaptar al cine las segundas si no es para aportar nuevos estímulos y sensaciones. Es decir, no hay que acercarse a aquello que no puedas, en cierta manera, cambiar en tu propio beneficio y en el del público, convirtiendo una gloriosa reliquia en una nueva obra de arte.