Opinión | PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

A Pilatos no le gustan las torrijas: Cuaresma de papel

Las palabras nos construyen porque construyen nuestros mitos, somos materiales sobre los que realizan pruebas

El grupo Stella Maris, en una foto promocional de ‘La Mesías’.

El grupo Stella Maris, en una foto promocional de ‘La Mesías’. / ARCHIVO

Mi último vicio confesable es un concurso en el que niños/as y adolescentes de Estados Unidos se han aprendido la Biblia de memoria. Este 'Bible Bee', que se hace en directo y con público, es un 'Saber y ganar' parroquial, un 'Pasapalabra' feligrés, una 'Ruleta de la fortuna' catequístico, un 'Waku waku' del arca de Noé, un supervivientes recatado y modosito donde podrían participar Adán y Eva. En un decorado impoluto, los concursantes compiten por recitar con exactitud los versos que se les proponen a partir de una o dos palabras.

Niños blancos, rubios, inmaculados. Con cortes de pelo de los años 60. Niñas con tirabuzones, zapatitos bajos, vestidos por debajo de las rodillas y rebequitas pudorosas. Adolescentes afroamericanos que se frotan las manos con nerviosismo, que sudan y tartamudean ante la posibilidad de errar en una palabra, de saltarse un versículo.

Los concursantes compiten por recitar con exactitud los versos bíblicos que se les proponen a partir de una o dos palabras

Jovencitos de piel muy clara que visten pantalones chinos, mocasines y camisas de cuadros con botón en el cuello. O chavales latinos de Latinoamérica con pronunciado acné y corbata que no hace juego con la americana que llevaron a la fiesta de quinceañera de su prima Judit, que después se casará con Manasés, de la familia de Simeón. Se encomiendan a su Dios y ganan puntos para poder participar en el campeonato nacional (que quizá sea el cielo de los justos). 

Memoria ancestral

Se aferra esta congregación a la palabra y confía en su memoria, que es la memoria ancestral. Se aferra a la concentración, a la piedad, a la fe. Se deja llevar por el hilo de los libros con nombres de profetas, de evangelistas, de mitos. La muchachada recita los salmos, las letanías, los versículos, con profesionalidad, pero transidos también por el encuentro con una divinidad que les sobrecoge. Como las niñas de la serie 'La Mesías' cantando 'Preparad el camino al Señor'.

Pienso en todo ello en estos días señalados. Escribo en Viernes de Dolores. Venimos transitando por la Cuaresma individual y por todos esos días en los que el desierto y la penitencia han sido el hogar del pecador ("Oh, 'percadorrr', ¿dónde vas errante?"). Huele a torrija, a cordero pascual, a incienso. Suena a saeta y a hábito de cofrade rozando el pavimento. Nos esperan las procesiones, su música, el silencio. Pecar es ahora un imposible. 

Las palabras nos construyen porque construyen nuestros mitos y nuestras realidades

Las palabras, lo escribo ahora en minúscula, nos construyen porque construyen nuestros mitos y nuestras realidades. El rito es memoria, por lo que parece. Y viceversa. Somos materiales sobre los que la palabra realiza pruebas. Casi siempre terminan siendo ensayos no destructivos: no alteran nuestras propiedades. Producen un daño imperceptible o nulo. Pero hay algunas palabras, quizá eso que llamamos literatura, que son voz que clama en el desierto, viacrucis, muerte y resurrección. De sus consecuencias, yo, despreciable, desecho de hombres, varón de dolores (Isaías 53, 3), también me lavo las manos. Hosanna. Que se nos va la Pascua, mozas.